Después de mi última conversación con Ernesto unos días atrás, yo me había deshecho del enorme peso que llevaba en mi conciencia desde 1995 y entonces mi mayor preocupación pasó a ser la resolución del caso. Pronto se me olvidó lo que durante años me había torturado, aquella traición que pensaba que siempre llevaría tatuada en el alma. Desapareció de mis preocupaciones sorprendentemente rápido, como se olvida el dolor de muelas que nos parece imposible de olvidar en meses una vez que nos recuperemos y luego, cuando la endodoncia hace su efecto, la preocupación se evapora. Lo celebré emborrachándome con un par de viejos amigos y pasé varios días sin ver a Mendoza. Sabía que estaba en casa porque a veces oía ruidos en su habitación y en varias ocasiones tuve que cerrar el grifo del lavabo del cuarto de baño; aquello se estaba convirtiendo en una especie de lenguaje secreto: el grifo abierto de vez en cuando significaba normalidad, la puerta cerrada quería decir que yo no tenía nada que hacer por el momento; esperaría instrucciones. El asesinato del alcalde me había dejado bastante perturbado; al fin y al cabo no solo había muerto nuestro cliente, sino que habían asesinado a una persona con la que yo había estado recientemente, un hombre amenazado que ahora está muerto. Además empezó a preocuparme no tener nada nuevo que contar aquí; siempre puedo tirar de recuerdos y llenar medio capítulo con algún caso antiguo, pero me gustaría poder avanzar en la resolución del caso de la madeja enmarañada. Es verdad que, como dicen los Stones, uno no siempre consigue lo que quiere, aunque esta vez hubo suerte y mi amigo me regaló anécdotas y novedades muy importantes.

Yo intento llevar una vida ordenada, pero no es fácil porque no tengo obligaciones, no tengo un horario de trabajo y dispongo de más dinero en mi cuenta corriente del que he tenido en toda mi vida. He empezado a ir a un gimnasio por las tardes y el asunto de María, mi abogada, parece ir viento en popa, aunque no me lo planteo a largo plazo; vivimos el día a día, quedamos los fines de semana, disfrutamos el uno del otro y, sinceramente, espero que me haga recuperar mi casa aunque solo sea por el placer de que el putón de Rosa no se quede con ella.

mendoza_y_la_madeja_enmaranada_8Y a veces, como aquel lunes, la vida me presenta maravillosas oportunidades de disfrutar. Todo empezó a media tarde. Salí sobre las cinco y media hacia el gimnasio y antes de coger el coche confirmé en Facebook a mis amigos que estaría sin falta en el campeonato de dardos al que me habían invitado para aquella noche. Había estado pendiente de que Mendoza me enviara a alguna entrevista; cada día me estaba pareciendo un día perdido y había un asesino en serie suelto. A esas alturas del día ya no me iba a mandar a hablar con nadie, así que le confirmé a Óscar que sería su pareja en el campeonato de dardos. Llegué a tiempo al gimnasio para meterme en clase de Gap –glúteos, abdominales y piernas–, que siempre está llena de macizas impresionantes y suelo ser el único hombre. Lejos de acomplejarme me satisface ese empacho solitario de manjares para mis ojos. Aquel día noté que una despampanante rubia me miraba insistentemente. Lo que al principio me pareció una sonrisa educada se convirtió al final de la clase en una incómoda persecución visual. Me pudo la vergüenza y cuando la monitora dio por terminada la serie de abdominales finales me hice el remolón para no coincidir con la rubia. No funcionó, porque cuando salí de la sala, la chica me esperaba junto a la puerta y me abordó:

–Perdona que te moleste, pero ¿eres Santiago Lucano?

–Yo soy –contesté convencido de que no mentía.

–¿El escritor? –concretó ella.

–Ehhh… –nadie me había calificado así–. Sí –afirmé.

–Perdóname, seguro que estás harto de que tus fans te den la lata pero es que no sabes la ilusión que me ha hecho cuando por casualidad me he enterado de que estabas en el mismo gimnasio que yo y que te podía conocer –hablaba a toda velocidad, trabándose cada dos por tres–. Así me he metido en esta clase, porque la monitora me ha dicho que sueles venir… ¡Y sí! ¡Aquí estás!

–Aquí estoy –repetí como un estúpido mientras intentaba encontrar el truco en todo aquello.

–Bueno, yo soy Christine –se abalanzó para darme dos besos y en mi torpeza le rocé un pecho sin querer al moverme para corresponderle.

–Perdón, perdón…

–Oye –me miró a los ojos desde un palmo de distancia–. ¿Podrías presentarme a Mendoza? Me muero por verle.

mendoza_y_la_madeja_enmaranada_4A pesar de que le advertí de que Ernesto podía estar o no en casa y que no le podía garantizar que tuviéramos suerte, media hora después estábamos entrando en casa. Como habíamos salido sin ducharnos del gimnasio y parecía que Mendoza efectivamente no estaba por allí, ella se ofreció a esperarme en el bar de abajo mientras yo me duchaba y me cambiaba. Desbordado por sus encantos, me pareció una mujer de fiar y dejé que se quedara en el salón mientras me daba una ducha rápida. No voy a entrar en detalles sobre el breve y extraordinariamente eficaz cortejo, pero a los diez minutos de salir del cuarto de baño nos estábamos besando y apenas otros diez minutos después estaba viviendo un sueño. Tumbado en la cama boca arriba, miraba sus pechos bailando mientras sus caderas se contoneaban formando círculos sin desencajar mi cuerpo del suyo y una banda sonora de estridentes gemidos nos acompañaba. Intentaba concentrarme en la aburrida campaña electoral o en qué canciones debería proponer en mi próxima entrega de la madeja enmarañada; necesitaba separar mi mente de mi cuerpo porque si no aquello iba a acabar demasiado pronto. Pero ella se movía muy bien; el ritmo constante y la fricción justa me estimulaban de tal manera que estaba a punto de terminar, así que le sujeté las caderas y la mantuve un instante quieta. Ella me miró y creí estar en el cielo. Una mujer completamente perfecta con un gañán como yo… Se desacopló y se echó hacia atrás para ponerse a cuatro patas con su cabeza a la altura de mi estómago, entonces dobló el cuello y se llenó la boca de mí. Como si supiera en qué momento preciso podía parar para llevarme al límite sin llevarme al final, me mantuvo en ese tormentoso éxtasis un buen rato. De repente, como si hubieran dado cuerda a un reloj, ella comenzó a girar sobre mi eje, sin soltarlo, hasta que el minutero quedó exactamente en las doce, su entrepierna sobre mi cara. Traté de corresponder a lo que ella seguía haciendo y di lo mejor de mí, el clímax estaba aquí al lado y ella volvió a desconectar uno de los puntos que nos unían para poder gritar escandalosamente. Yo estaba a punto de reventar de placer, pero realmente necesitaba reventar ya. Y en ese instante entró Ernesto Mendoza en mi cuarto, sin llamar, sin preguntar. La chica se sobresaltó y se tapó con la sábana.

–¡Santi! –gritó al entrar–. Oh, vaya –se sorprendió al ver a la mujer y le miró indisimuladamente todo su cuerpo–… Santi, ¿te has enterado de lo que le ha pasado al director del FMI? –me preguntó y yo creo que realmente llegué a pensar que estaba soñando porque aquello no podía ser real, ni lo de la rubia ni lo de tener un compañero de piso tan extraterrestre–. Bueno, está detenido en Nueva York y aunque por lo que estoy leyendo todo el mundo le da por culpable, creo que aquí se ve un complot clarísimo y que además…

–¡Ernesto, por favor! –le rogué mientras Christine se terminaba de poner las bragas bajo mi sábana.

–No te preocupes, Santi, Christine es de confianza –la miró y le guiñó un ojo–.Te lo ha hecho pasar bien, ¿eh? –apuntó desviando la mirada hacia mí–. De verdad, es de las mejores que conozco, hay que reconocerlo.

La chica sonreía incómoda, sabiendo que Ernesto la estaba delatando como el gancho de aquella inmoral inocentada. Y a mí se me iba pasando la alegría porque toda la sangre se escapaba de mi cerebro masculino y fluía por todo el cuerpo en el punto de ebullición.

–¿Es el día de los inocentes en tu planeta o simplemente eres un enfermo hijo de puta? –no pude evitar preguntarle.

–No, Santi, no es una broma, es un experimento: eres una prueba de que mi hipótesis podría ser correcta: los hombres en general no resisten los impulsos sexuales si no advierten riesgo alrededor.

–Pues menuda novedad…

–No, no te confundas. No quiero decir que los hombres sean fáciles o simples, está claro que lo somos; lo que quiero decir es que es muy fácil hacernos caer en trampas como al director gerente del FMI.

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–¿Qué trampa? Está claro que el tío es un «pichabrava».

–Pues no tengo toda la información, pero estoy casi seguro de que se la han jugado. La camarera entró en el momento en el que sabía que él estaba desnudo; se le debió de insinuar y comenzaron la juerga; es verdad que el tío debe de estar más salido que un adolescente y estoy convencido de que sus niveles de testosterona son superiores a los de la media. Mi teoría es que ella le hizo creer que quería ser forzada y él, testosterona con patas, la forzó. Y de repente su actitud cambió: ella gritó que le iba a denunciar y salió corriendo de la habitación pidiendo ayuda. Lo demás supongo que ya lo sabes: el tipo se va pitando para no comerse ese marrón, intenta coger el primer vuelo a casa, pero… la chica sabía con quién hablar para que la Policía actuara con rapidez. Y le sacaron del avión y le metieron en la trena…

–Qué estupidez –solté–. Si no hubiera pruebas sólidas no retendrían a uno de los hombres más poderosos del planeta.

–Bueno, vale, lo que tú digas. ¿Tú no habías quedado hoy para jugar un campeonato de dardos?

–¡¡Joder!! –los chicos debían de estar esperándome–. Con el lío de Christine se me ha olvidado… –precisamente en ese instante la chica salía ya completamente vestida de mi cuarto y me lanzaba un beso de despedida.

–¿Y recuerdas que me dijiste que eso era lo único que no podías cancelar?

–Sí, coño, sí, cómo te gusta recrearte –me quejé.

–No, no me recreo, Santi, solo te demuestro que con dos buenas tetas y un proceso creíble de conquista, un hombre puede dejarse llevar y dejar de hacer cualquier otra cosa… Y eso me lleva a nuestro difunto alcalde –le miré con sorpresa renovada, ¿qué querría contarme?–. Creo que le tendieron una trampa a nuestro cliente y sólo se me ocurre una persona que pudiera hacer algo así –salió un momento de mi cuarto y volvió enseguida con un papel en la mano–. El autor de esto –me entregó el papel y en él puede leer lo siguiente manuscrito en letras mayúsculas: “ TÚ SERÁS EL SIGUIENTE”–. Parece que el asesino tiene un nuevo objetivo. Nos vamos a divertir.

–¿Cómo? –me asusté–. ¿Que has recibido una amenaza?

–No te preocupes, lo bueno de la grafología es que es bastante exacta y la nota me dice que esta amenaza es falsa, sólo hay que ver las “tes” –mi zozobra iba en aumento–. Desde el principio de este caso he pensado que estábamos frente a un ejemplo que podría demostrar una vez más mis tesis –se sentó sobre mi cama, junto a mí–, pero lo estaba orientando mal. Primero pensé en el crimen pasional: el alcalde mató a Blasco, su jefe de gabinete, porque su amor no era correspondido y no pudo resistir verle con otra persona. Luego esa persona vengó la muerte de su amado imitando el primer asesinato. Pero no, ahora todo me dice que hay un solo asesino, tan astuto que hace parecer que son distintos los autores de los asesinatos. Y ese segundo asesino quiere hacer creer que puede haber más muertes, como si el único móvil hubiera sido la locura de un asesino en serie. Y no, te puedo garantizar que no es así –se puso de nuevo en pie–. Tienes que ver a la viuda del alcalde y al concejal Gómez de nuevo. Si mi teoría es cierta, lo sabremos muy pronto y la clave está en esta nota.

–¿Por qué? –pregunté absolutamente desorientado.

–Porque se aprecia claramente que una sola persona escribió esta nota pero usó ambas manos; algunas letras están escritas con la mano derecha y otras con la izquierda, se ve claramente por la orientación del trazo y por la tinta ligeramente corrida.

–¿¿Y??

blood–Pues que ha ocurrido lo mismo en los asesinatos –volvió a salir de mi cuarto y en 20 segundos regresó con un dossier en las manos–. Ya tengo el informe del forense y el informe del inspector Calvo. El forense dice que todo parece indicar, por la trayectoria de la incisión, que al alcalde le mató un zurdo y a Blasco un diestro. Calvo busca a dos asesinos, pero creo que no son distintas personas. La agresión del zurdo es mucho más torpe que la del diestro, con dudas, con menos profundidad, como en el anónimo: las letras escritas con la derecha están más hábilmente terminadas. Me parece que se trata de alguien que puede usar ambas manos, pero es más hábil con la diestra.

Ernesto llamó a la mujer del alcalde y quedó con ella para que me atendiera al día siguiente. Reactivamos la investigación y diseñamos el interrogatorio. Su actitud se volvió agresiva. Había vuelto a animarse.

–Vamos a por todas –me indicó–.Veamos –miró hacia el techo mientras pensaba los siguientes pasos–, a ver qué le decimos a la viuda –tomó papel y boli y empezó a escribir el guión que usaría yo al día siguiente.

Acudí yo solo a la casa del alcalde. Su viuda, una cuarentona de gimnasio, con un cuerpo que ya querrían muchas veinteañeras y con más cremas en el cuarto de baño que algunas perfumerías, me recibió de luto, en la ropa y en el gesto. Sus ojeras delataban las noches de insomnio. Su melancolía le empapaba el vestido y el espíritu. Parecía una persona distinta a la que había conocido días antes. Pero disfrazaba su desconsuelo con falsa seguridad y una sonrisa equívoca. Me dispuse a ejecutar el plan diseñado por Ernesto:

–Como sabe, señora, su marido nos contrató para descubrir al asesino de Daniel Blasco y estamos trabajando en ello.

–No creo que yo pueda seguir pagándoles. Confiaré en la Policía –dijo ella.

–Su marido nos pagó convenientemente –la tranquilicé–, y cuando temió por su vida nos adelantó que recibiremos un pago mensual durante cinco años por nuestro trabajo –pareció sorprendida por la buena noticia–. Ahora tengo que anunciarle algo: la Policía está a punto de llegar. El juez ha firmado una orden de registro para entrar en esta casa y revolverlo todo; no sé qué buscan, pero si usted guarda algo valioso que no quiere que nadie vea o algo de su marido que… –me tomé un segundo para buscar las palabras precisas–, creemos que su marido podría tener cierta documentación embarazosa –mentí–. Si sabe usted algo, puede darme la documentación y nosotros la custodiaremos. Si es útil para la resolución del caso, nosotros lo utilizaremos, pero no existe ningún riesgo de que el asunto trascienda; se lo garantizo.

Llegué a casa al mediodía y la puerta de Mendoza estaba cerrada con el cartel de “No molestar”. Golpeé con los nudillos para avisarle de que había llegado, quería contarle la conversación y entregarle la caja que la mujer me había confiado. Yo no me había atrevido a tocar nada. Esperé unos segundos pero no obtuve respuesta. Cogí el pomo y decidí que tenía que entrar. Estaba seguro de que traía información de vital importancia para el caso; quizás papeles sobre la trama de corrupción del alcalde, quizás alguna carta de su amante, quizás financiación ilegal del partido, comisiones… Dudé un instante. Parecía claro que Ernesto no quería ser molestado, pero este parecía un caso excepcional y justificado. Giré el pomo lentamente; si estaba dormido no quería despertarle. Abrí lentamente la puerta, tal vez tardé dos o tres días en empujar un par de centímetros la hoja de madera, esperaba un grito, un súbito empujón desde el otro lado, un insulto… Nada. Dejé la pequeña obertura en la que cabía mi visión y acostumbré mis ojos a la penumbra interior y entonces le vi. Dándome la espalda, sentado en su silla de despacho… Se oía un sonido intermitente, como si un pequeño gnomo estuviera chapoteando en un charco, pero yo no era capaz de identificar su origen hasta que vi a la mujer. En realidad, solo vi sus piernas: los muslos asomaban bajo la silla de Ernesto, sus rodillas apoyadas en el suelo y los tobillos bien separados, dejándome ver unos escandalosos tacones, uno de ellos cubierto parcialmente por un tanga. Lo identifiqué inmediatamente: era Christine. Decidí –a pesar de que él había interrumpido un momento similar– que no era el mejor momento para hablarle de los documentos que me había dado la mujer del alcalde, así que volví a cerrar la puerta y me retiré a mi dormitorio con la caja que me había entregado la viuda. Me senté en la cama, puse la caja encima de mis piernas y, tras dudar un instante, la abrí. Y descubrí varios documentos notariales, escrituras de distintas propiedades, actas de reuniones… y de repente me topé con algo completamente distinto, varios poemas manuscritos, quizás improvisados, con correcciones y tachones, con anotaciones. En media cuartilla, rasgada sin cuidado, me llamó la atención un soneto de desamor con el que esperaba que mi compañero de piso pudiera hacer elucubraciones:

Duele
Cuando la luz del sol cada mañana
filtra el verano ya agonizante
y cuela un refulgor por la ventana
que arrasa con un sueño estimulante…
Cuando la realidad, tan inhumana,
se yergue poderosa y dominante
y pudre del pecado la manzana
y aleja aquel infierno amenazante…
Cuando el hoy ha robado la esperanza,
el ayer es tormento reprimido
y el mañana hedor a muerto expele…
Cuando Quijote pierde a Sancho Panza
cuando el beso ansiado está prohibido
toda mi alma, duele, duele, duele…

Un par de horas después oí movimiento y me asomé. Vi salir a Christine de casa y la puerta del cuarto de Ernesto quedó abierta. Allí fui con los papeles.

–¿Se puede? –pregunté con una delicadeza que no se merecía.

–¿Te acuerdas del caso de los Rolling Stones? –me contestó con una pregunta.

–Ehhh… –traté de hacer memoria rápidamente–. La verdad es que no.

–Sí, hombre, la del niñato caprichoso que lo quería todo y al final terminé poniéndole esa canción de los Rolling que tú me dijiste que la letra decía que no puedes tener siempre lo que quieres –y en ese momento puso la canción de los Stones–. ¿Te acuerdas?

–Sí, sí, ya me acuerdo. Quería que sus padres no se enteraran de que había suspendido no sé cuántas asignaturas…

–Es que la vida es así –sonaba de fondo la canción en cuestión–. Uno no puede conseguir siempre lo que quiere, ¿verdad?

–Claro –asentí sin saber a dónde quería llegar.

–Mira –me acercó una fotocopia–, esta es la lista de cosas que encontraron en los alrededores del lugar en el que apareció el cadáver del alcalde. Siempre le pido a Calvo que busque en 100 metros alrededor o más, incluyendo las papeleras…

En la hoja que me había dado había un inventario de cosas halladas por la Policía en torno al parque infantil. Empecé a leerlo en voz alta:

–“Trece envoltorios de helados, dos preservativos usados, unos apuntes de matemáticas de la ESO, un rastrillo de juguete, una escoba partida, 32 bolsas de excrementos de perro, una bolsa para productos congelados, dos ejemplares de El Mundo y el Abc, una revista Hola, un teléfono móvil, tres tickets de Ahorra Más, una bolsa de pipas vacía, una jeringuilla, un calcetín de niño, tres cromos de la Liga de fútbol, un trozo de cable eléctrico, un CD partido en tres, restos de comida (trozos de bocadillo y restos de fruta), dos botones”.

–Eso es –dijo Mendoza cuando terminé de leer–. ¿Qué tienes tú? ¿Coló con la viuda lo de la orden de registro?

–Pues sí. Me dio todo esto –le entregué el dossier con todos los papeles.

–Qué buena pinta tiene esto –hojeó rápidamente y a continuación se encerró en sí mismo; le vi ahí, frente a mí, pero completamente embebido en sus pensamientos–. Mira, un poeta –murmuró al ver el soneto que yo había leído unos minutos antes.

–¿Y eso qué es? – le pregunté porque vi que en la parte de detrás del papel en el que estaba el soneto tenía unos números anotados.

13092011/51926/2781314/0/2430/910/191225/13/18192122/161426/181925/81227/51021/820/0

–Ajá –gritó al descubrir la lista de números–, esto puede ser la solución del caso –y a continuación, con una rapidez pasmosa, aseguró haber descubierto un mensaje oculto en aquel soneto que nos dirigía con paso firme y rápido hacia el asesino de Daniel Blasco–. Hay que hablar urgentemente con el concejal Gómez y con Adela Ferrándiz. Ya sé quién mató al jefe de gabinete y tengo que confirmar si también mató al alcalde.

En ese momento lo que más deseaba era que me dijera lo que había averiguado. Llamé a su puerta, e incluso traté de abrirla, pero había cerrado con llave (ni siquiera sabía que tenia cerrojo hasta ese momento). Le grité, le insulté, le rogué… Y como si se tratara de un desagradable guiño de la banda sonora elegida por los lectores, en ese momento sentí que efectivamente uno no puede conseguir siempre lo que quiere y me quedé sin saber quién creía mi amigo que era el asesino.

Santiago Lucano publica cada viernes un capítulo de El caso de la madeja enmarañada, una nueva aventura de Ernesto Mendoza. El autor propondrá al final de cada capítulo varios temas musicales para que los lectores escojan la banda sonora de este relato. Se podrá votar desde el viernes en que se publique un capítulo hasta el martes siguiente y se contabilizarán los votos realizados a través de Facebook y los mensajes al mail de Santiago Lucano.

Propuestas para el capítulo 8:

A) Somebody to love (Queen).

B) Too much love will kill you (Queen).

C) Bohemian Rhapsody (Queen).