Los pueblos del valle –San Juan de Plan, Plan, Gistaín, Serveto, Saravillo, entre otros– tienen unas características especiales, fruto de su adaptación a la abrupta orografía. Están situados habitualmente en las laderas orientadas al sur, al resguardo de los vientos y para aprovechar al máximo el calor de un sol siempre amenazado por la sombra de las cumbres. Sus calles son empinadas y estrechas, y su recorrido sumerge en un laberinto de muros de piedra, huertos y pequeños jardines, tejados de pizarra y cambiantes perspectivas del valle.

Paisaje grandioso

La sencillez de estas construcciones contrasta con la grandiosidad del paisaje que las rodea, poderosas paredes verticales salpicadas de espesos bosques y tapizadas por verdes prados de alta montaña.

Recorriendo los más de cien kilómetros de senderos señalizados se pueden descubrir los tesoros naturales que esconde esta muralla montañosa. Destacan las excursiones al ibón de la Mora, ribera del Cinqueta, las bordas de Viadós y Plan de Tabernes, entre muchas otras.

La morfología del parque es el resultado de la acción erosiva de los glaciares cuaternarios. La fuerza del agua en su forma sólida ha esculpido sobre granitos, calizas y pizarras, largos valles en forma de U, colosales circos y profundas cubetas, ocupadas en la actualidad por centenares de ibones, nombre con el que se conoce en Aragón a los lagos de alta montaña.

Todavía en verano quedan colgados en las accidentadas paredes algunos neveros, a los que los rayos del sol van derritiendo, transformándolos en pequeños arroyos de frías y limpias aguas que se despeñan ladera abajo formando cascadas que rompen la uniformidad del paisaje de verde hierba y roca gris.

Hacia el ibón de la Mora

El camino al ibón de la Mora atraviesa espesos bosques de coníferas y praderas de un intenso verde. Nos envuelve un seductor silencio, solo roto por el sonido de nuestros pasos, el crujido de las ramas de los pinos mecidas por el viento y el canto de los pequeños pájaros que rebolotean entre las copas de los árboles.

Nuestro esfuerzo, al final del camino, se ve recompensado al poder disfrutar de la belleza de este oasis de alta montaña. Las cristalinas y tranquilas aguas del lago reflejan en su superficie las paredes del macizo montañoso de Cotiella, mientras las mullidas praderas nos invitan al descanso.

Sobre las escarpadas cumbres que rodean al lago glaciar pasan lentamente las nubes, proyectando su sombra hipnótica y refrescante, la suave brisa acaricia nuestra piel y oímos el silbido del viento al pasar por el bosque de pinos que crece en el circo. Aquí arriba se respira a gusto, se absorbe seguridad vital y ligereza de corazón. Este escondido lugar es considerado por muchos como uno de los rincones más bellos del Pirineo.

Las bordas de Viadós

Otro camino remonta el río Cinqueta hasta las bordas de Viadós, espectacular imagen de extensas praderas alpinas que cubren las laderas y cortados que forma el río a su paso, bajo la imponente visión del inmenso macizo montañoso de Lardana o Posets, que con sus 3.375 metros es la segunda mayor altura de los Pirineos.

En algunos tramos el río salva el desnivel saltando en cascadas que remansan sus aguas en profundas y transparentes pozas, rodeadas por un umbrío bosque que aporta infinidad de matices verdes. Son rincones de naturaleza donde nuestra mente fácilmente se evade.

Muchos de los caminos terminan en prados de alta montaña en los que existen refugios de uso libre, conservados en muy buen estado, donde se puede pasar la noche disfrutando de la paz y la soledad de la montaña, al calor del fuego de una chimenea, viviendo una experiencia de fuerte contraste con la agitada vida urbana.

En algunas de estas praderas podemos tener unos curiosos vecinos. Al principio sólo llaman nuestra atención unos grandes agujeros que salpican el suelo. Permaneciendo quietos y silenciosos a una cierta distancia de ellos, y después de un tiempo, podemos observar a las marmotas saliendo de estos oscuros y húmedos agujeros para calentarse bajo el tan apreciado sol del mediodía.

Flora y fauna

La flora y fauna de esta zona, en su adaptación a las duras condiciones climáticas, han desarrollado ciertos endemismos, algunos de ellos en peligro de extinción. En los pastos alpinos y subalpinos, por encima de los dos mil metros, se encuentra la perdiz nival, la marmota y el armiño. Recorriendo los senderos que llegan hasta los puertos de la divisoria de los valles, en los roquedos y cantiles, podemos ver sarrios atravesando pasos imposibles entre paredes verticales. Si tenemos suerte podremos disfrutar con el vuelo del águila real y el quebrantahuesos. Otras especies más comunes nos acompañan en nuestro recorrido alpino, como las bandadas ruidosas de chovas piquigualdas, el treparriscos o el gorrión alpino. En los cursos de agua de montaña habitan dos especies endémicas, el desmán de los pirineos y el tritón pirenaico. Dos especies muy protegidas como el mochuelo boreal y el urogallo se refugian en los bosques que crecen en altitudes más bajas.

Recorrer este hermoso valle por senderos con tanta historia hace volar nuestra imaginación a otras épocas en las que las dificultades para comunicarse por las largas distancias y la complicada orografía hacían del encuentro algo más humano, y quizá menos frívolo.