Amanece lentamente, los primeros cantos de los pájaros rompen el silencio de la oscuridad. La bruma difumina las siluetas del paisaje, creando un ambiente onírico y misterioso. Iniciamos nuestro viaje sumergiéndonos en la espesa niebla, la calmada superficie del agua sólo se ve alterada por el movimiento de nuestras palas. Avanzamos, los rayos de sol van aumentando en intensidad, poco a poco el vacío blanco desaparece ante nosotros, mostrándonos por primera vez la imagen del embalse.

Las vocingleras fochas huyen a nuestro paso refugiándose en los densos carrizales que cubren las orillas. Más a lo lejos se ven grupos de ánades reales y somormujos lavancos iniciando su quehacer diario. Las laderas están cubiertas por masas boscosas donde se mezclan pinos, encinas, chopos, madroños e higueras. Continuamos nuestro viaje, el rítmico y acompasado paleo nos adentra cada vez más en lo desconocido.

El paisaje se va haciendo más abrupto, las laderas cada vez más inclinadas y el agua se va encajonando en la Sierra de Altomira. En uno de los márgenes, las ruinas del castillo de Anguix se alzan sobre un cerro de mediana altura, asentándose en una roca recortada que forma un desfiladero, custodiando desde su atalaya el paso del Tajo.

La historia de esta fortaleza se remonta a la época árabe. En las crónicas de Abderramán III se describe esta zona, destacando su impresionante morfología, con desfiladeros de gran profundidad y peñas recortadas, junto con el salto que realizaba el Tajo a su paso por este barranco. Tras su conquista, entre los años 1085-1117, la historia de esta fortaleza es la del territorio que la rodea, siempre disputado entre diversos señores feudales y familias influyentes de la comarca alcarreña. Hoy en día, en él sólo viven los pájaros que anidan en sus altas murallas y otros pequeños animales que utilizan sus sillares de piedra para buscar protección. Las piedras que fueron arrancadas a la naturaleza para transformarlas en fortaleza, retornan a sus orígenes ayudadas por la lenta, constante e implacable acción del sol, el viento y la lluvia.

Ahora, la superficie del agua es como un espejo donde se reflejan parte de las verticales paredes rocosas que emergen del fondo del barranco. Las copas de los árboles sumergidos se nos muestran como inquietantes figuras espectrales, habitantes de las oscuras profundidades del embalse, recuerdo de otra forma de vida. En este tramo, un grupo de buitres leonados usa las verticales paredes de piedra para hacer sus nidos y sobrevuelan el embalse con su vuelo circular, aprovechando las corrientes térmicas que se forman a mediodía.

El nivel de las aguas de este embalse se ha mantenido bastante estable a lo largo del tiempo, proporcionando unas condiciones que han favorecido el desarrollo de un ecosistema acuático. La vida, aliada con el paso del tiempo, se ha abierto paso, transformando un medio artificial en un hogar para multitud de especies animales.

Grupos de cormoranes sobrevuelan nuestras cabezas, las elegantes e inmóviles siluetas de las garzas reales e imperiales se camuflan entre los carrizales mientras pescan pacientemente, una adormilada tortuga toma el sol, el martín pescador cruza como un proyectil azul turquesa de orilla a orilla, del bosque de pinos nos llega el eco del de pájaro carpintero, una ardilla se asusta a nuestro paso, y con movimientos rápidos y bruscos se aleja saltando de rama en rama. A lo lejos, en la otra orilla descubrimos a una familia de jabalíes, la madre con sus rayones, acercándose prudentemente a la orilla en busca de agua y alimento.

A ratos, el viento sopla con más fuerza, avanzamos con dificultad, e incluso los caballitos del diablo, de un bonito azul intenso, se agarran a los juncos de los carrizos.

De vez en cuando nos cruzamos con las embarcaciones de los pescadores, que con paciencia infinita, mientras disfrutan de la tranquilidad que les envuelve, esperan que algún lucio despistado muerda su cebo. Verdadera paz y libertad reinan en nuestro interior, mientras nos mecen las olas y el sol calienta nuestra piel.

Flotando en la piragua, dejándote llevar por la brisa, vienen a mi mente las palabras de Ray Bradbury. El río era tranquilo y pausado, mientras se alejaba de la gente que comía sombras para desayunar, humo para almorzar y vapores para cenar. El río era muy real, le sostenía cómodamente este mes, este año y todo un transcurso de ellos.