Para conocer este parque sólo hay que caminar por un cómodo camino que discurre paralelo al cauce del río, atravesando espesos pinares y sabinares de aromáticos olores, junto a refrescantes bosques de ribera. En algunas zonas, el agua se remansa formando tranquilas pozas que invitan a hacer un alto en el camino. Son rincones donde el relajante sonido del agua se mezcla con el canto de los pájaros y de las pequeñas ranitas que habitan estas aguas. El lento fluir del agua permite que los nenúfares desplieguen sus grandes hojas flotantes adornadas por sus luminosas flores de un intenso amarillo, entre densas eneas y la menta de las aguas.

El corazón del parque

 

La senda continúa, dejando atrás el bosque, siempre bordeada por las grandes y oxidadas paredes del cañón. Los buitres leonados, con su vuelo fácil, planean sobre nuestras cabezas mientras caminamos adentrándonos en el corazón del parque. Es fácil ver también alimoches y otras rapaces protegidas. En algunas de las paredes hay grutas que se pueden visitar por su fácil acceso. Son miradores que encuadran el paisaje, dándole un enfoque diferente, y hacen volar nuestra imaginación hacía otro tiempo en el que nuestros antepasados habitaban este entorno para recolectar y cazar. En la zona se han encontrado utensilios y pinturas rupestres datadas en la Edad del Bronce.

La belleza y quietud del cañón también cautivaron a la orden de los caballeros templarios, siendo este uno de sus enclaves más importantes. De su cenobio sólo se conserva la ermita de San Bartolomé, construcción románica del siglo XIII cuya ubicación esconde un misterio. La unión de este punto geográfico con los de otros templos templarios forma una cruz de malta, el símbolo de la orden. Esta circunstancia añade a este escarpado paisaje un valor mágico y exotérico, acentuado por la presencia de un primitivo altar megalítico.

Quizá nuestras intenciones, al visitar este parque, no difieran mucho de las de estos viajeros de otro tiempo. Como anacoretas del siglo XXI, también buscamos un lugar retirado y solitario que nos aleje, aunque sea temporalmente, de las sombras, vapores y humos de nuestras ajetreadas y bulliciosas vidas urbanas.