provocar en boca placenteros escalofríos.


Bombones Neuhaus

Los belgas compiten con los suizos en sabidurías chocolateras y aseguran que, mientras los alpinos prefieren satisfacer demandas amplias, ellos ejercen la aristocracia del gusto. Jan Neuhaus comenzó preparando sus novedosos pralinés o rellenos en 1857 como remedio farmacéutico para la melancolía, un mal contra el que mostraron plena eficacia: cada bombón sigue aportando una sabrosa dosis de optimismo.


Caviar Beluga

Las huevas de esturión, maravillosas y bellas perlas negras que la literatura y el cine han universalizado en multitud de ocasiones, ponen cumbre, recogidas por finas cucharillas de nácar, a dispendiosas y apasionadas cenas. Ante la creciente escasez del caviar ruso suele llegarnos mejor el iraní, y de las tres variedades –sevruga, osetra y beluga según provengan de esturiones stellatus, guelden y huso– el beluga, escaso y prohibitivo, se ha convertido en oscuro objeto del deseo.


 

Sal rosa himalaya

Cuando el choque de los continentes elevó la cordillera del Himalaya del fondo del mar al techo del mundo hace doscientos millones de años, la sal cristalizó en depósitos que el hierro tiñe de color rosa. Mineralizada, intensa, crujiente, sensitiva, debemos utilizarla para sazonados previos al consumo. La de L’Himalayen incorpora molinillo y especias: pimiento de Espeleta, hierbas mediterráneas, vainilla tahitiana y té verde de Yunnan. Casi nada.


Café Blue Mountain

¿El mejor arábica del mundo? Probablemente. Lo cultivan agricultores jamaicanos en plantaciones de sol y bruma que rozan los dos mil metros de altura, allí donde el bosque denso de las Montañas Azules, cimas del Caribe, abre sus escasos claros. Comercializado bajo estrictas normas y selecciones, pocos pueden permanecer indiferentes a suavidad, su discreta acidez, su regusto afrutado, su baja cafeína y su equilibrio casi perfecto.

 

La semana que viene os presentaré otras cinco obras maestras de la gastronomía…