Ya de famoso, la comida seguía siendo una afición: “Cocinar y pintar son artes afines. Cuando cocino, añado un poco de esto y un poco de aquello. Es como si mezclase los colores”, comentaba.
Y lo que ya claramente une estas dos aficiones, es el hecho reconocido por él mismo de que la idea de sus famosos relojes blandos le vino comiendo un queso camembert: “Podéis estar seguros de que los famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico”.
En un pasaje del libro Dalí y yo. Una historia surreal, su autor Stan Lauryssens detalla la escena:
“Eran los primeros años de la década de 1930. Gala sentada al lado de Dalí, levantaba la vista hacia el reloj. Dalí estaba absorto ante un pequeño cuadro de 24 x 33 cms. Aquella noche habían cenado un delicioso queso camembert y los restos estaban todavía sobre la mesa. Gala bostezaba. Eran las cinco de la mañana. Dalí le decía: vete a la cama cariño. Dalí irá cuando este cuadro esté listo. Necesita una imagen sorprendente que haga de esto una pintura surrealista. De pronto, en un destello de originalidad, se le ocurría la idea de fundir el reloj de pared y el camembert en una sola imagen”.
Y luego, relata también la presentación de su propia genialidad: “Cuando Gala despertaba, Dalí la hacía situarse frente al caballete. Mantén los ojos cerrados. Ahora, ábrelos. Mira lo que ha hecho Dalí. ¿No es horrible? Gala respondía: Nadie que vea este cuadro será capaz de olvidarlo mientras viva”.