«Es una exposición magnífica, pero muy difícil de disfrutar», comentaba uno de los visitantes, un jubilado de 75 años que había viajado desde el condado de Kent únicamente para asistir al evento la pasada semana. «Mi esposa usa un bastón y al ver la situación se negó a entrar, con razón, porque no hubiera durado allí ni dos minutos”, comentaba el frustrado visitante.

Demasiado popular

Ya desde mucho antes de su inauguración se podía adivinar el éxito de popularidad de esta exposición cuando batió los récords de venta anticipada en taquilla, quedando agotadas todas las entradas muchos días antes de abrir las puertas al público el pasado otoño.

Aunque previamente se había advertido a los asistentes que probablemente deberían hacer cola para acceder al interior, muchos de ellos se quejaron de que “nadie les había advertido de que también tendrían que hacer cola una vez dentro para lograr ver un cuadro de cerca”.

2000-2010__a_celebration_of_10_year_for_the_gallery_6Paul_GauguinPadres con cochecitos de bebé, grupos de escolares, estudiantes y amantes del arte de mediana edad, todos ellos competían entre sí por conseguir un mínimo espacio para moverse por las salas, mientras que los vigilantes de la Tate organizaban a las multitudes con lo que algún visitante definió como «tácticas de la policía antidisturbios».

Peregrinación y dolor de cabeza

El conocido crítico de arte William Feaver se hacía eco de las quejas, demandando un tipo de muestras de arte más pequeñas y calmadas, que permitan disfrutar de las obras como se supone que hubiera deseado el propio artista que se hiciera. «La gente se enfada porque no se puede pretender que hagan una rápida visita de 10 minutos todos a la vez, vean los cuadros de lejos y salgan rápidamente de la exposición. Si usted ha venido de fuera de la ciudad o desde el extranjero y depende de una sola visita, lo único que consigue es un dolor de cabeza. Todo el asunto se convierte en una especie de peregrinación que es mejor revivir más tarde, leyendo tranquilamente el catálogo en casa».

Feaver comentaba que el espectáculo de Gauguin era «demasiado extendido» en comparación con la «ejemplar» exposición de Cézanne en la Galería Courtauld, al otro lado del Támesis. «Me gustaría que las exposiciones fueran más pequeñas, con los visitantes más dispersos. La gente quiere apreciar el valor de su dinero, sobre todo si han pagado 12 libras (14,40 euros) por una entrada».

La exposición de la Tate ha sido la primera que se celebraba en Gran Bretaña desde hace 50 años sobre Gauguin, con más de 100 obras, entre ellas algunas que nunca habían sido vistas antes en el país. Incluía también cuatro ejemplos de sus pinturas religiosas y una carta del artista a su esposa Mette, que demuestra que Gauguin mantuvo el contacto con ella durante su estancia en Tahití.