Tras estudiar en la Escuela de Artes de Túnez, Kaouther Ben Hania se trasladó a París donde, entre 2004 y 2008 amplió sus estudios sobre dirección y guion en la Escuela Oficial de Cine La Fémis y en la Universidad de la Sorbona-Nouvelle.
Basculando entre la ficción y el documental su cinematografía irrumpió con fuerza en el panorama internacional. Su última película, Las cuatro hijas, recibió numerosos premios y fue nominada a Mejor Largometraje Documental en los Oscar 2024. Su anterior filme, El hombre que vendió su piel, también fue seleccionado para los Oscar a Mejor Película Internacional en 2021. Cannes, Venecia, Los Ángeles, Locarno, Toronto son festivales en los que la fuerza de sus obras se ha hecho notar.
La voz de Hind, su sexto largometraje, logró el Premio del Público en la última cita de San Sebastián y el del Jurado en Chicago y Venecia. Elegida por Túnez para representar al país en el próximo Hollywood, rescata la dramática historia de Hind Rajab, una niña gazatí de seis años asesinada junto a varios miembros de su familia en un ataque de las fuerzas armadas israelíes en enero de 2024. La película también recoge los testimonios, declaraciones y experiencia vivida por su madre y las personas reales que estaban al otro lado de la desesperada llamada de la pequeña pidiendo ayuda.
¿En qué momento decidió que esta historia debía convertirse en una película?
La primera vez me encontré con un breve fragmento de audio de Hind Rajab. Su pequeña voz atravesando el caos, pidiendo simplemente no quedarse sola. En el momento en que la escuché, algo dentro de mí cambió. Sentí una oleada abrumadora de impotencia y tristeza: no intelectual, sino física. Como si el mundo se hubiera inclinado ligeramente fuera de su eje.
La voz de Hind, en ese instante, se convirtió en algo más que el ruego desesperado de una niña. Se sintió como la propia voz de Gaza, pidiendo ayuda en el vacío, recibiendo indiferencia, recibiendo silencio. Era una metáfora hecha dolorosamente real: un grito de auxilio que el mundo podía escuchar, pero al que nadie parecía dispuesto o capaz de responder. Me puse en contacto con la Media Luna Roja Palestina para escuchar la grabación completa. Duraba más de setenta minutos, setenta minutos de espera, de miedo, de intentar resistir. Fue una de las cosas más impactantes que he escuchado en mi vida.
Luego empecé a hablar con la madre de Hind y con las personas que estaban al otro lado de esa llamada, quienes intentaron, contra toda probabilidad, salvarla. Hablamos durante horas. A partir de sus palabras y de la presencia estremecedora de la propia voz de Hind, empecé a construir una historia. Una historia enraizada en la verdad, sostenida por la memoria y moldeada por las voces de quienes estuvieron allí.
¿Considera que el cine es la mejor herramienta para contar una historia así?
Incluso con el acceso denegado a Gaza, ha surgido cierto periodismo de investigación. Pero creo que el cine ofrece algo diferente. Interpela. No informa, recuerda. No discute, hace sentir. Lo que me perseguía no era solo la violencia de lo que ocurrió, sino el silencio que siguió. Eso no es algo que un informe pueda contener. Eso es algo que solo el cine, en su quietud e intimidad, puede intentar abarcar. Así que recurrí a la única herramienta que tengo, el cine, no para explicar o analizar, sino para preservar una voz. Para resistir la amnesia. Para honrar un momento que el mundo nunca debería olvidar. Esta historia también trata de nuestra responsabilidad compartida, de cómo los sistemas fallan a los niños gazatíes y de cómo el silencio del mundo forma parte de la violencia.
¿Cómo respondió la familia de Hind Rajab, y en particular su madre, a su deseo de contar esta trágica historia a través del cine. Y de qué manera su apoyo dio forma al proceso de creación?
Después de escuchar la grabación completa de la Media Luna Roja Palestina, supe al instante, en mi cuerpo no solo en mi mente, que tenía que hacer esta película. Pero también tuve una certeza absoluta: si la madre de Hind decía que no, yo me retiraría. Esa conversación no era una formalidad, era la base. Sin su consentimiento, nada avanzaría. Rana, de la Media Luna Roja, fue quien me puso en contacto con ella. Rana había estado al teléfono con Hind durante horas aquel día y, desde entonces, ella y la madre de Hind habían desarrollado un vínculo. Se habían hecho una promesa mutua: cuando terminara este horror, irían juntas a visitar la tumba de Hind. Ese gesto sencillo me dijo muchísimo sobre el tipo de cuidado y confianza que ya rodeaba la memoria de Hind.
La madre de Hind es una mujer extraordinaria, llena de gracia, inteligente y profundamente bondadosa. Desde la primera llamada fui transparente. Le dije: ‘Esta película solo sucederá si tú quieres que suceda. La decisión es tuya’. Ella me contó todo sobre Hind, su personalidad, sus sueños, su manera de reír. Sentí que, al compartir todo esto conmigo, estaba intentando mantener viva a su hija, asegurarse de que su memoria no desapareciera ni se convirtiera en una simple noticia más. La madre de Hind habló con su familia sobre la película y todos dieron su total apoyo y consentimiento. Su voz, marcada por una silenciosa resiliencia, un amor infinito y un dolor indescriptible, atraviesa cada momento de la construcción de esta película.
Insiste usted en que La voz de Hind es obra de muchos…
Por supuesto esta película no es solo mía. Lleva el peso de la confianza de la madre de Hind, la memoria de una niña cuya voz el mundo no puede permitirse ignorar y el valor de quienes intentaron llegar hasta ella: el equipo de la Media Luna Roja que permaneció en la línea atendiéndola y, por supuesto, el médico y el conductor de la ambulancia que murieron en el intento. Contiene la gloria de quienes lo han perdido todo y, aun así, encontraron la fuerza y la generosidad para abrir sus corazones y compartir conmigo su duelo, su dignidad y su inquebrantable humanidad.
Aunque la voz de Hind sigue siendo el latido emocional de la película, la narración se desarrolla a través de los ojos de quienes intentaron salvarla. ¿Cómo moldearon sus testimonios el proceso de escritura? ¿Y cómo navegó entre el desafío creativo y ético de traducir sus experiencias vividas al lenguaje del cine?
Cuando empecé a hablar con la verdadera Rana, Omar, Nisreen y Mahdi, me di cuenta rápidamente de que ninguno de ellos había escuchado jamás la grabación de sus propias voces de aquel día. Yo tenía acceso al audio completo a través de la Media Luna Roja Palestina, pero ellos no lo habían vuelto a escuchar desde que fue archivado. Así que cuando me hablaban, no relataban lo que habían dicho, sino lo que habían sentido. Esa distinción era increíblemente importante para mí, tanto ética como cinematográficamente. Sus testimonios no eran solo transcripciones fácticas, sino relatos profundamente personales y subjetivos de miedo, impotencia, confusión y urgencia moral. Eso me ofreció una capa única con la que trabajar: mientras la grabación sirve como columna vertebral fáctica de la película, sus recuerdos me permitieron centrarme en sus experiencias interiores.
El proceso de escritura, para mí, consistía realmente en navegar entre estos dos mundos: el archivado y el emocional, lo documentado y lo vivido. El cine me dio el lenguaje para sostener ambos. Uno de los aspectos más impactantes de la película es la presencia cruda y sin filtros de los actores. Hay una autenticidad palpable en sus reacciones.
¿Se debe a que estaban escuchando la voz real de Hind durante el rodaje? ¿Cómo influyó eso en sus interpretaciones?
Sí, lo que se percibe es real. Los actores no estaban simplemente interpretando líneas de un guion. Estaban volviendo a habitar un momento vivido. Durante el rodaje, cada actor repetía, casi palabra por palabra, lo que su homólogo real había dicho una vez a Hind. Y en sus auriculares, escuchaban la voz real de la niña, tomada de la grabación original. Todos los actores son palestinos, como la mayoría de los extras, y esta película significaba mucho para ellos. No estaban simplemente interpretando una historia, estaban cargando con algo que los tocaba en lo personal, lo histórico y lo político. No era algo abstracto. Era real, cercano, inmediato. Fue emocionalmente abrumador, no solo para ellos, sino para todo el equipo. Se podía sentir una especie de silencio colectivo en el set, una reverencia. Los límites habituales entre actuar y ser testigo parecían disolverse.

¿Cómo describiría esta película en términos de género? ¿Es una dramatización basada en hechos o un documental envuelto en narrativa?
Esta pregunta toca el corazón mismo de mi práctica. Nunca me he sentido del todo cómoda con definiciones de género fijas, especialmente cuando se trata de historias que cargan un profundo peso emocional y político. La voz de Hind es, en efecto, una película dramatizada. Está guionizada, construida e interpretada. Pero también está anclada a una verdad innegable y dolorosa y, más aún, está construida alrededor de una voz real, la de la propia Hind, captada en los últimos momentos de su vida. Para La voz de Hind tuve que encontrar una forma cinematográfica donde la narración no tratara de invención, sino de una transmisión de la memoria, del dolor, del fracaso. En ese sentido, no sentí que estuviera inventando nada. Sentí que estaba recibiendo algo – algo urgente, algo sagrado- y que mi papel era dar forma a un espacio cinematográfico capaz de sostener esa voz con dignidad. Así que esta película no desdibuja las líneas entre géneros. Diría que las intensifica, que estira los límites de lo que la dramatización puede contener y de lo que el documental puede proteger. Todas estas fueron formas de resistir las convenciones narrativas e intentar acercarme a otro tipo de verdad: no solo lo que ocurrió, sino lo que se sintió, lo que significó.















