Paraísos y paisajes en la Colección Carmen Thyssen incluye 46 obras de artistas tan importantes como Jan Brueghel el Viejo, François Boucher o Carlos de Haes, con especial presencia de los paisajistas estadounidenses del siglo XIX, como Martin Johnson Heade o Frederic Edwin Church, sin olvidar a los grandes maestros de la modernidad, entre los que destacan Pierre-Auguste Renoir, Paul Gauguin o Camille Pissarro. Gracias a este conjunto de obras se tiene la oportunidad de contemplar un camino inédito por la pintura de paisaje, una vereda a través de espacios y lugares idílicos, serenos o armoniosos, que son imágenes de una naturaleza considerada, en muchos momentos, como el paraíso perdido.

Origen común

La idea de paraíso tiene un origen común en diversos pueblos de la antigüedad y aparece tanto en la tradición semita como en la grecolatina. En el Génesis se describe como un lugar de belleza especial donde el hombre vivía en perfecta armonía con la naturaleza hasta su caída y posterior expulsión del mismo. De este modo se incorporó a la cultura occidental una idea de nostalgia y un deseo por recuperar ese paraje idílico perdido. Es a través de la pintura de paisaje donde los artistas podrán reflejar ese mito, esa realidad idealizada o ese ambiente bucólico y sereno desaparecido. Esta primera idea, tal y como aparece descrita en la Biblia, fue reflejada por Jan Brueghel el Viejo en El Jardín del Edén, donde el hombre convive en plena armonía con todos los seres de la Creación.

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La concepción de la pintura de paisaje como idealización del natural tuvo un acercamiento más realista durante el siglo XVII en Holanda, aunque continuarán tratándose de escenas recreadas ya que tendrían que pasar dos siglos más hasta que se desarrollara la pintura al aire libre. Artistas como Jan Josephsz van Goyen comenzarán a otorgar importancia al hecho de plasmar las sensaciones producidas en el artista a raíz de la contemplación de la naturaleza rural, considerada reflejo de la realidad más humilde, en composiciones serenas.

Lo moral y lo sensible

En Francia e Italia ocurrirá lo contrario: el paisaje se situó dentro de la tradición clásica relacionada con la Arcadia que implicaba la representación simbólica y poética del natural en busca de un equilibrio entre lo moral y lo sensible. Andrea Locatelli, fiel continuador de Nicolas Poussin y Claudio de Lorena, conseguirá aunar la racionalidad y perfección del primero con la melancolía y delicadeza del último para ofrecer obras de gran sutileza y elegancia. Este modelo de paisaje llegaría hasta el siglo XIX español, coincidiendo con el triunfo del romanticismo, y será el sevillano Andrés Cortés y Aguilar uno de los pintores más representativos de este estilo.

Durante el siglo XVIII la poética de lo pintoresco tuvo gran repercusión en el paisajismo, y la naturaleza se convertiría en el marco a través el cual los artistas reflejaban su concepción ideal del mundo. La escena pictórica queda enmarcada en elaboradas escenografías rodeadas de componentes fantásticos, vegetación exuberante y elementos arquitectónicos de tradición clásica, principalmente ruinas. Este universo de ensueño lo encontramos principalmente en las obras de François Boucher, cuya finalidad era ofrecer al espectador una experiencia sensorial alejada de la realidad.

El siglo XIX

El siglo XIX está ampliamente representado en la exposición por los paisajistas estadounidenses que, bajo las premisas del romanticismo, relacionaron la idea de la llegada al paraíso con el encuentro con la tierra prometida, impregnados en todo momento de un sentimiento espiritual provocado por el contacto con la naturaleza virgen y grandiosa.

Entre los artistas presentes en esta exposición, encontramos a Frederic Edwin Church y Albert Bierstadt, caracterizados por su particular visión idealizada centrada en la exaltación sensorial, así como por el interés hacía la sensualidad y exotismo de los paisajes tropicales de América del Sur. No hay que olvidar a Martin Johnson Heade, quien, sin dejar de lado los planteamientos románticos, se decantó por la representación de un paisaje más sereno y esencial donde concedía una importancia fundamental a la luz.

Visión romántica

Partícipes de la visión romántica de la naturaleza, destaca la actividad de los pintores españoles que desarrollaron un paisaje en el que la grandeza del escenario natural se aleja del dramatismo. Tal es el caso de Genaro Pérez Villaamil, en cuyas obras podemos apreciar una naturaleza sutil y delicada, casi fantasiosa, con espectaculares efectos lumínicos.

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Esta preocupación por representar una atmósfera determinada y por plasmar los cambios de luz, aunque de manera efectista, serviría de nexo de unión con el paisaje realista, que abandonó paulatinamente la carga subjetiva para apostar por una interpretación sincera y tomada “del natural”. La evolución del género del paisaje estuvo protagonizada en España por la figura de Carlos de Haes quien, a mediados del siglo XIX, reivindicó un interés especial por la observación de la naturaleza, unido a la defensa de un perfecto dominio de la técnica. Entre los pintores naturalistas españoles se encuentra la figura de Emilio Sánchez-Perrier, en cuyos paisajes se comprueba cómo deja de lado cualquier intención decorativa o artificiosa para centrarse en el estudio y representación del natural de una manera fiel y directa.

Escuela de Barbizon

Dentro del amplio grupo de artistas que encontraron en el paisaje un paraíso rural, fueron los pertenecientes a la Escuela de Barbizon los que mejor representaron la perfecta unión entre el hombre y la naturaleza. A partir de la década de 1830, Barbizon se convirtió en el sitio predilecto para los pintores que huían de París impulsados por la necesidad de establecer una relación sincera y armónica con la naturaleza. Así, en busca de la creación de un lugar evocador de serenidad y pureza, revolucionaron el género del paisaje al salir, por primera vez en la historia, a pintar en plein air y preocuparse por captar los fenómenos atmosféricos. Esta audacia anunció la gran transformación que estaba a punto de sufrir el arte de la mano de los impresionistas, quienes, partiendo de la experiencia de Barbizon, revolucionarían el concepto de la representación plástica.

De este modo, a finales del siglo XIX la pintura de paisaje se convirtió en protagonista imprescindible para el desarrollo del arte moderno cuando, como hemos visto, un siglo antes se consideraba un género menor. De todos los artistas que protagonizaron el movimiento impresionista, la exposición reúne obras de algunos de los más representativos, como Camille Pissarro o Pierre-Auguste Renoir, que abandonarán su interés inicial por representar la majestuosidad de la naturaleza para plasmar los instantes más sencillos de la vida en el campo. Su atención primordial residía en transmitir la emoción de un momento placentero a través del color así como del uso de una técnica de carácter más espontáneo y gestático.

Vinculado en un principio al impresionismo gracias a su relación con Pissarro, otro de los grandes genios de la modernidad que están presentes en la muestra es Paul Gauguin. Este artista francés planteó una pintura de paisaje protagonizada por su propio paraíso personal: un mundo exótico, alejado de la sociedad occidental, que le permitía establecer una relación de total armonía con la naturaleza y de pureza espiritual.

Camino de no retorno

La revolución impresionista marcaría un camino de no retorno para la historia de la pintura de paisaje no solo en Francia, donde surgirá el movimiento neoimpresionista gracias a la investigación en torno al color, como podemos apreciar en las obras de Henri-Edmond Cross, sino en el ámbito internacional. No podemos olvidar que, en el entorno norteamericano, existió un desarrollo paralelo propio del impresionismo de la mano de artistas como Childe Hassam, Edward Henry Potthast o John Singer Sargent.

En España, fue Darío de Regoyos –miembro fundador, en Bruselas, del grupo Les XX y muy vinculado a la vanguardia internacional– el responsable de introducir estas novedades plásticas. En el resto de Europa muchos artistas continuaron sintiendo especial predilección por los lugares románticos, tal es el caso de Wilhelm Trübner, o incluso por representar una realidad cargada de simbolismo, como Edvard Munch, pero en todos los casos el acercamiento a la naturaleza resultará mucho más directo y libre para crear composiciones que serán reflejo de sus propios sentimientos a la vez que se convertirán en vehículo de innovación moderna.

En resumen, esta muestra analiza la representación de la naturaleza como lugar idílico a través de una cuidada selección de obras de artistas que han jugado un papel fundamental en la configuración de la historia del arte.

Málaga. Paraísos y paisajes en la Colección Carmen Thyssen. De Brueghel a GauguinMuseo Carmen Thyssen Málaga.

Hasta el 7 de octubre de 2012.

Comisaria: Lourdes Moreno.