Es una de las propuestas para mejorar la sociedad que el maestro manchego enunció a lo largo de una conversación con el periodista Antonio San José en la Fundación Juan March y que reunió a cientos de personas el pasado viernes, 7 de diciembre, en el auditorio y las salas anexas habilitadas para la ocasión.

«La sociedad está deteriorada. Hay que volver a la naturaleza, nos hemos alejado de ella», comentó el pintor y escultor mientras recordaba sus inicios en Tomelloso al lado de su tío Antonio López Torres y sus eternos momentos en solitario observando algunos de los numerosos paisajes que ha inmortalizado en sus lienzos.

Antonio López o la fidelidad

Cuentan que jamás acaba sus obras, que su estilo extremadamente meticuloso le impide finalizar sus cuadros o esculturas y que cuando lo hace es porque tiene la obligación de entregárselo a quien se lo ha encargado. Todos los genios tienen su propia leyenda y Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) ha generado la suya: «Una obra nunca se acaba, simplemente uno llega al límite de sus propias posibilidades».

Propuestas para cambiar la sociedad pero también para cambiar la cultura, y predica con el ejemplo. Para López, el privilegio de la práctica del arte es una forma de llenar y dar sentido a su vida a través de una lucha constante por cada una de sus obras, en las que nada es casual pero, paradójicamente, todo parece espontáneo, fortuito y esporádico: «El artista nació realmente cuando se liberó de los encargos. Antiguamente solo se pintaba cuando lo pedía el encargante, ahora es diferente, el artista tiene la oportunidad de elegir».

Como no podía ser de otra forma, San José le preguntó durante su conversación por el esperadísimo retrato de la Familia Real, una obra encargada por Patrimonio Nacional en la que lleva trabajando 15 años: «Ya no corre prisa, llevo tanto tiempo con él que mi responsabilidad es hacer algo con lo que yo esté tranquilo y satisfecho».

Fidelidad es el adjetivo que eligió Antonio López para definirse a sí mismo, respondiendo a una pregunta del director del Museo Thyssen-Bornemisza, Guillermo Solana. Es, en realidad, lo que mejor le define: «Estar interesado en una obra durante años y años, a la que vuelves una y otra vez, y a la que siempre eres capaz de serle fiel… eso es fidelidad, o lealtad. Vivo mi proceso de trabajo con una naturalidad que a mí mismo me asombra». Esto ocurre durante la realización de la obra pero también en la selección previa de los temas: «Estoy secuestrado por obras que se gestaron en mi cabeza hace mucho tiempo. Si no resisten el paso del tiempo me aparto de ellas y no las pinto».

Madrid, amor y odio

Considerado el padre de la escuela realista madrileña, Antonio López camina en solitario por el complejo panorama artístico contemporáneo español igual que lo hace cuando trabaja en las peculiares calles de Madrid. Huye de las modas, de las etiquetas y de todo lo superficial; concibe el arte como una relación íntima del autor con sus obras, en la que hay momentos de auténtica satisfacción que conviven con períodos de crisis y decadencia. Piensa mucho más de lo que pinta y ensaya mucho más de lo que esculpe.

Madrid es la ciudad que le vio nacer y crecer como artista, donde se trasladó a sus 13 años y donde además de estudiar y educarse en el arte, conoció a sus amigos, compañeros de generación y a su mujer. Lo que poca gente sabe es que, en realidad, no le gusta: «Madrid no me gusta, no es una ciudad que me parezca bella, explicar el porqué de mi fijación es difícil», dura afirmación para un autor que ha hecho de Madrid su principal musa y, sobre todo, el leitmotiv de su pintura. «El ser humano tiene que dejar de hacer ciudades tan grandes», era precisamente otra de las recomendaciones que hacía el maestro para mejorar la vida de las personas, y sabe de lo que habla: «Mi estudio es el mundo, las calles, no hay otro más grande», comentó López mientras conversaba con Antonio San José sobre cómo es su día a día y cómo trabaja en su casa, en exteriores o directamente en la fundición.

Ensoñación metafísica

Adscrito al realismo objetivo, Antonio López es uno de los artistas más personales del panorama español posterior a la Guerra Civil. Desde la década de los años cincuenta ha trabajado el dibujo, el grabado, la pintura y la escultura, creando una obra de aire intemporal y gran virtuosismo técnico, centrada en la representación realista de seres y objetos.

En 1992 el director Víctor Erice filmó el largometraje El sol del membrillo, en donde puso de relieve el proceso creativo de Antonio López, cuya mirada intensa y concentrada sobre los objetos otorga a la obra un halo de silencio y ausencia de tiempo que mueve al espectador a una contemplación ensimismada y reflexiva. A este aire de ensoñación metafísica, de sugerencia de lo invisible a través de lo visible, contribuye enormemente el personal uso que el pintor hace de la luz.