Si hace un año todos hacíamos cola para agradecerle personalmente a Alfaguara la traducción de los cuentos de Lucía Berlín, ahora hay que hacer lo propio con la editorial Contra, que nos trae una tronchante e inédita selección de relatos firmados por el neoyorquino Sidney Joseph Perelman (1904-1979). La perelmanía ha llegado, por fin, para quedarse.

 

Libro

Perelmanía

Los mejores relatos de humor, de S. J. Perelman

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“No hay escritor en prosa cómica que pueda compararse con él. Es el más genial y el más imitado”. Semejantes piropos proceden de Woody Allen, con el que guarda cierto parecido físico y que prologa esta antología de 42 relatos elegidos entre el medio millar largo que conforman la obra completa de Perelman, la mitad de ellos publicados en la revista The New Yorker entre 1930 y 1976.

El humor estuvo en todo cuanto escribió, incluidos sus libros de viajes. En la mayor parte de sus textos el punto de partida solía ser alguna noticia descacharrante a partir de la cual poner en marcha una capacidad sin límites para la sátira. Eso sí, huyendo siempre del mínimo atisbo de solemnidad. “Encuentras algo lo suficientemente absurdo como para ponerle un par de minas antipersona debajo. Si entonces los resultante parece tener otro sentido, pues eso es un regalo, pero la obligación principal es entretenerse uno mismo”.

Pero como buscar la risa es cosa seria, Perelman, que de hecho era tímido, depresivo y reservado, trabajaba sus textos como el orfebre más dedicado, no menos que su admirado James Joyce.

 

Película

Plumas de caballo, de Norman Z. McLeod

Superdotado para la parodia y el humor inteligente, pocos mejor que Perelman para poner en boca de Groucho frases absurdas e hirientes y conversaciones tan veloces como dadaístas. Trabajó como guionista en dos películas de los Hermanos Marx: Pistoleros de agua dulce (1931) y Plumas de caballo (1932). Está última es casi tan buena como las mejores, que llegarían muy poco después –véase Una noche en la ópera y sobre todo, Sopa de ganso– y como en toda su filmografía se alternan situaciones increíblemente gamberras para la época con otras musicales que uno puede saltarse con pocos remordimientos.

Con la excepción de algunas secuencias hilarantes de los tres hermanos haciendo el cabra, lo mejor siempre han sido los parlamentos y diálogos de Groucho. En Plumas de caballo encarna al inefable Quincy Adams Wagstaff, director de una escuela que discute con los profesores sobre las verdaderas necesidades del centro.

  • ¿Qué sería de este centro sin deporte? ¿Tenemos un estadio? –pregunta Groucho.
  • Sí – contestan los profesores.
  • ¿Tenemos una facultad?- vuelve a preguntar Groucho.
  • Sí.
  • Pues no podemos mantener las dos cosas: hay que demoler la facultad.
  • Pero, profesor, ¿dónde dormirán los alumnos?
  • Donde duermen siempre: en las aulas.

Antes de conocerse personalmente, Groucho escribió una cita promocional para el primer libro que publicó Perelman: “Desde el momento en que cogí el libro hasta que lo dejé, me invadió una risa incontenible. Algún día tengo intención de leerlo”.

 

Canción

Around the world, de Buddy Greco

Aunque Perelman era más de Nueva York que la Estatua de la Libertad, le gustaba mucho abandonar de vez en cuando la gran manzana para salir a ver mundo. Tanto debía agradarle el asunto que dio la vuelta completa al globo media docena de veces. Esa pasión por montarse una ruta que haga pie en todos los continentes enlaza con el único óscar que ganó por uno de sus guiones, el de La vuelta al mundo en 80 días. Aparte de la estatuilla para Perelman, la película acaparó unos cuantos más, entre ellos el de mejor película y música. La banda sonora, obra de Víctor Young, incluía una canción, Around the world, hoy con múltiples versiones, de Nat King Cole a Sam Cooke pasando por las Supremes o Bing Crosby. Aun habiendo posibilidad de escucharla incluso en la voz imbatible de Sinatra, habrá que admitir (solo) por esta vez que con nadie volaba la melodía más alto que con Buddy Greco, fallecido a principios de este año. Swing a manos llenas.

 

Restaurante

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En el madrileño Barrio de la Letras, donde aún resiste alguna casa del Siglo de Oro, se localiza un restaurante de dimensiones reducidas pero calidad inmensa y precio asumible, sobre todo si de la carta se opta por el pescado del día, la especialidad de la casa. “Cocinamos el mar” es el lema de este pequeño espacio tan recomendable.

C/Santa María, 39. T. 911386298