Sorolla observó su tiempo con lucidez y sensibilidad. Pintó lo visible y lo que estaba a punto de desaparecer. Esta muestra lo presenta como lo que fue: un testigo atento, comprometido y profundamente humano. Además, con la ayuda de la tecnología, ofrece una experiencia emocional pensada para todos los públicos. Una manera de actualizar su legado pero sin perder su esencia. Así, la utilización de múltiples pantallas permite dar vida a las obras. Pero, sobre todo, las reproducciones en alta definición permiten apreciar detalles que pasan inadvertidos a simple vista para, a continuación, sumergirse en evocadores ambientes donde las pinturas, las fotografías, los recortes de prensa y los dibujos se funden en una sinfonía visual y sonora envolvente.

Para Alicia Vallina, «las excepcionales obras del pintor, que por vez primera se exhiben en una exposición monográfica en Castilla y León, aúnan dos elementos básicos de su trabajo: la tradición española y la modernidad, que comenzaba a abrirse paso gracias a la industrialización, el desarrollo de los medios de transporte o las nuevas opciones de ocio que iban surgiendo. Por ello, esta exposición tiene como objetivos fundamentales conectar ambos mundos —el pasado y el presente— a través de un conjunto singular de bienes culturales que dialogan con la realidad virtual, en una propuesta innovadora que permite al público sumergirse en el corazón de su arte».

El recorrido incluye la producción inicial de un joven Sorolla, además de sus temáticas más célebres —el mar y la playa—, sin olvidar su maestría en el retrato. Una muestra que tampoco olvida su vinculación con Castilla, especialmente a partir del encargo que recibió de Archer Milton Huntington para la decoración de la Hispanic Society de Nueva York. Este cristalizó en el primero de los 14 paneles que formaron parte de su Visión de España, y que llevaba por título La fiesta del pan, finalizado en 1913.

Para documentarse y poder afrontar aquel ingente proyecto, Sorolla viajó por todo el país, recogiendo ejemplos de sus tipos, indumentaria y joyería popular, ejerciendo, en cierto modo, como antropólogo que percibe la amenaza de desaparición de un mundo que languidecía. Así, la exposición recoge también algunos de los estudios, fotografías, trajes y joyas que el pintor empleó como elementos esenciales para «construir memoria».

Concepción Fernández destaca que esta muestra «aspira a dejar huella en el territorio y representa esa misma transición que ha experimentado el lugar que la alberga: de una antigua central térmica a un espacio cultural donde el pasado industrial dialoga con la creación contemporánea. Pero va más allá: es también un viaje en el tiempo. Una invitación para redescubrir a Sorolla no solo como pintor de la luz, sino como testigo privilegiado de un país en transformación».

Fernández, que también es directora del Área de Museos, Patrimonio y Cultura de la Fundación Ciudad de la Energía (CIUDEN), que gestiona La Térmica Cultural, destaca que esta exposición se alinea con el objetivo estratégico de la institución de generar una programación cultural descentralizada, cercana, sostenible y de excelencia en aquellas comarcas españolas, como las del Bierzo y Laciana, especialmente afectadas por el cierre de las minas de carbón: «Trabajamos para la promoción del desarrollo económico, social y el empleo de las comarcas mineras de las zonas de transición justa, teniendo en cuenta los principios de la economía verde y la economía circular».

Cuarenta obras

Las obras proceden de 21 colecciones públicas y privadas. Algunas de ellas, como La red, que da imagen a esta exposición, Retrato de Federico Suárez o Duelo en una hostería no habían sido expuestas con anterioridad en España. Las obras más antiguas, Paisaje de Valencia, Puerto de Valencia y Estudio de Flores, datan del año 1881, cuando el pintor tenía 18 años. También se pueden contemplar algunas pinturas con motivos leoneses como la catedral, la Plaza Mayor o la Maragatería, todas ellas procedentes del Museo Sorolla.

 

Joaquín Sorolla tuvo una infancia dura. Con apenas dos años, él y su hermana pequeña, Concha, quedaron huérfanos tras una epidemia de cólera que asoló Valencia. Ambos quedaron entonces al cuidado de una tía materna, Isabel Bastida, y su esposo, el cerrajero José Piqueres. Fue este último quien pronto se dio cuenta de las dotes del joven Joaquín para el dibujo y, tras su paso por la Escuela Normal, Sorolla ingresó en la Escuela de Artesanos de Valencia, dependiente de la Academia de San Carlos.

A través de su amigo Tono, quien más tarde se convertiría en su cuñado, el joven pintor comenzó a trabajar, con 15 años, como iluminador en el taller fotográfico del padre de éste, Antonio García Peris. Él fue su primer mecenas y de quien aprendió el encuadre que emplearía en buena parte de sus obras posteriores. Las primeras obras en las que trabajó fueron, especialmente, bodegones de flores de pequeño formato y naturalezas muertas que García Peris adquiría con el fin de proporcionarle confianza y seguridad en su oficio.

El único modo que entonces tenía un pintor para darse a conocer era presentarse a concursos y certámenes de pintura a nivel regional y nacional, especialmente a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes. Ahí obtuvo sus primeros éxitos, viajó a Madrid y se dejó impresionar por la pintura de Velázquez, a quien copiaba tras sus numerosas visitas al Museo del Prado.

Luz y movimiento

Tras obtener varios premios en los certámenes nacionales de pintura, Sorolla logró el Gran Prix de la Exposición Universal de París en 1900 y alcanzó el éxito internacional. Se centró entonces en la pintura costumbrista marinera y en los temas de playa, que se convertirían en los predilectos del público burgués.

Durante sus veraneos en San Sebastián, Jávea y Asturias, se centró en representar escenas de ocio, paisajes y playas de aguas cristalinas, donde el reflejo del sol en los cuerpos y en la mar captaba la atención de los espectadores. En esta etapa se define su llamado “luminismo”, que no es más que la fascinación que sentía por la captación de la luz y del movimiento. Esto lo lograba pintando al aire libre y empleando en su ejecución pinceladas sueltas y espontáneas, en las que el colorido y el optimismo por la vida están siempre presentes. Abundan también entre sus composiciones pequeñas notas de color de pincelada rápida y empastada, en las que capta a la perfección la esencia de lo representado.

Retratista

Sorolla destacó como retratista, a pesar de que nunca se consideró un especialista en el género. Se conservan más de setecientos retratos salidos de su mano, en los que captó el alma de los personajes más ilustres de su tiempo. Burgueses y aristócratas, millonarios e intelectuales, enemigos y amigos: todos quisieron ser retratados por el maestro.

Sus primeros retratos se remontan a los años de juventud. Entonces, sus amigos y compañeros le servían de modelos, al igual que algunas obras de su admirado Velázquez. A su regreso de Roma, ya instalado en Madrid, Sorolla comenzó a destacar como retratista de sociedad. Elegancia, sofisticación y belleza son las características esenciales de sus retratos femeninos, donde la mujer se muestra distinguida y hermosa. En los retratos masculinos, la fuerza y la profundidad psicológica del representado son rasgos fundamentales de sus composiciones, a los que añadía rapidez de ejecución, lo que no siempre le granjeó buenas críticas por parte de sus detractores.

Sin embargo, y a pesar del gran número de personajes que posaron para él, los mejores cuadros de Sorolla son los de su familia y los de sus amigos más cercanos. El artista se crecía cuando el modelo era alguien querido, con quien se sentía cómodo, con quien pintaba libremente. «En mis retratos hay más verdad que la verdad misma», llegó a decir.

Ochos años de trabajo

Las tradiciones de la Castilla de la época fueron el tema fundamental del primer panel que Sorolla dedicó a su Visión de España, destinada a decorar la biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York. Para ello, el maestro viajó por buena parte de la región, con la intención de realizar el más extenso de los 14 paneles de la serie, titulado La fiesta del pan, finalizado en 1913.

Sorolla realizó infinidad de estudios previos a la conclusión de esta obra, en los que los tipos tradicionales, su indumentaria y su joyería fueron esenciales para captar la idiosincrasia y las particularidades de una sociedad en vías de desaparición. El valenciano compró muchas de estas piezas, que hoy forman parte de la colección que custodia el Museo Sorolla, y de las que también se pueden encontrar interesantes ejemplos en el Museo Etnográfico de Castilla y León.

El pintor también recorrió Astorga y se detuvo en León, donde visitó su mercado en la Plaza Mayor y fotografió a mujeres leonesas bailando y vendiendo sus productos en actitudes tan naturales como desenfadadas. Tampoco se olvidó de recoger, casi a modo de instantáneas fotográficas, a personajes como los boyeros o los tipos salmantinos, además de las características mujeres de La Alberca, con su indumentaria y joyería tradicionales.

Patrimonio industrial vivo

La Térmica Cultural es un espectacular espacio gestionado desde Ponferrada por la Fundación Ciudad de la Energía (CIUDEN) a través del Instituto para la Transición Justa (ITJ), dependiente del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO). Ocupa las antiguas instalaciones de la central térmica de Compostilla I, un lugar que, 50 años después de cesar su actividad, ha renacido como centro dedicado a las artes, el conocimiento y la capacitación profesional.

La central es uno de los referentes del patrimonio industrial español. Un ejemplo de la arquitectura de los años 40: un edificio enorme, pero de formas sencillas, una gran mole blanca que se erige sobre una colina desde la que se puede ver toda la ciudad. Un gigante con encanto que, junto con su hermana mayor en edad, situada a menos de un kilómetro, la centenaria –y congelada en el tiempo– central de la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP) y hoy La Fábrica de Luz. Museo de la Energía, evocan el pasado industrial de la ciudad. Dos magníficos ejemplos de cómo se puede transformar un paisaje industrial en un entorno cultural integrado en la ciudad que lo acoge.

La Térmica Cultural trabaja para impulsar la cultura, el turismo, la economía y la participación social de las comarcas del Bierzo y Laciana. Es un espacio que alberga exposiciones como la de Sorolla y otras sobre energía e innovación, antropología y la cultura e identidad minera de la región. También está destinado a la celebración de espectáculos musicales y artes escénicas, al desarrollo artístico y al fomento de las industrias culturales. Es también un espacio ideal para la organización de congresos, ferias, jornadas y todo tipo de eventos divulgativos.

En cuanto a La Fábrica de Luz. Museo de la Energía, este espacio singular se inauguró en 2011 como un ejemplo de la recuperación del patrimonio industrial con fines culturales, un proyecto merecedor de varios reconocimientos, entre ellos el Europa Nostra 2012 y la nominación al mejor museo europeo del año 2015 en los premios EMYA (European Museum of the Year Award). Además, cuenta con un magnífico restaurante, La Central.