
Francisco de Zurbarán. «Santa Isabel de Turingia», c. 1650-1660. Óleo sobre lienzo, 125 x 100,5 cm. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1919.
La selección realizada por José Luis Merino Gorospe —conservador de Arte Antiguo del Museo— recorre cuatro siglos de arte español y pone el acento en dos de los géneros más significativos del periodo, el retrato y el arte religioso, a los que acompañan ejemplos también relevantes de pinturas de naturaleza muerta y paisaje.
El recorrido incluye obras de pintores tan notables como el Greco, José de Ribera, Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo, Luis Paret, Francisco de Goya o Ignacio Zuloaga, y presenta además dos bellas tallas religiosas en madera y pequeño formato: Calvario (c. 1576-1580) de Juan de Anchieta y Dolorosa (c. 1754-1756) de Juan Pascual de Mena.
Entre las obras destacan La Anunciación (1597-1600) del Greco; Santa Isabel de Turingia y Santa Catalina de Alejandría (c. 1650-1660) de Zurbarán; San Pedro en lágrimas (c. 1650-1655) de Murillo; Vista de Bermeo (1783) de Paret; Retrato de Martín Zapater (1797) de Goya o Doña Rosita Gutiérrez (1915) de Zuloaga.
Como novedad, se presenta por primera vez en el Museo, tras su adquisición el pasado año gracias al legado de Begoña María Azkue, el cuadro La plaza de toros de Sevilla (c. 1870) de Mariano Fortuny, un ejemplo relevante de pintura del natural que se corresponde con la faceta más genuina y personal del artista.
Recorrido
La exposición comienza en la sección «De la mesa al horizonte. Naturaleza muerta y paisaje» con dos de los pintores de naturaleza muerta más célebres en la historia del género: Juan de Arellano, con un ejemplo de gran calidad de bodegón floral, del que fue maestro, y Luis Meléndez, que en una equilibrada composición muestra su enorme talento para la representación de las cosas y la fértil herencia de los bodegones de cacharros y frutas de Zurbarán. Ambos manifiestan a la perfección, y con casi un siglo de diferencia, las posibilidades sensoriales y el gusto por el detalle de este género de la pintura.
Junto a ellos, cuatro paisajes fechados entre los siglos XVII y XIX aportan distintas variaciones a las representaciones del territorio. Siendo aún joven, Ignacio de Iriarte viajó a Sevilla, donde probablemente se formó en el taller de Herrera el Viejo. La muestra presenta un paisaje con figuras en el que la iluminación en penumbra y la disposición en distintos planos aportan misterio y profundidad a la composición.
El capricho arquitectónico con un catálogo de edificios imaginarios en perspectiva proporciona un opulento escenario al relato bíblico que pinta Francisco Gutiérrez Cabello. Por su parte, la pintura de vistas de Luis Paret tiene en la panorámica de la villa de Bermeo un excepcional precedente de lo que más tarde sería su célebre serie de los puertos del Cantábrico. Las figuras galantes de la parte inferior de este óleo sobre cobre encuentran eco en la escena de género titulada Dama leyendo una carta, de José Camarón. Por último, el plenairismo de Mariano Fortuny resuelve la representación de la plaza de toros de Sevilla en una composición dividida a partes iguales entre el celaje, el albero y los tendidos, protagonizada por la pincelada deshecha con la que Fortuny dispone luces y sombras.

Mariano Fortuny (Reus, Tarragona, 1838-Roma, 1874). «La plaza de toros de Sevilla», c. 1870. Óleo sobre lienzo. 74 x 95 cm. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Adquirido gracias al legado de Begoña María Azkue en 2024.
La parte central de la exposición, titulada «Más allá de la superficie. Retratos», reúne espléndidos ejemplos de diferentes aproximaciones a otro de los grandes géneros de la pintura: el retrato individual, bien sea cortesano, magníficamente representado por Alonso Sánchez Coello, Juan Pantoja de la Cruz y Claudio Coello, o «a lo divino», una adaptación especial del género presente en las santas de Francisco de Zurbarán.
Fechados ya a finales del siglo XVIII y primeras décadas del XIX, los cuadros de Francisco de Goya y Vicente López explican en su captación psicológica y en su talento escenográfico, respectivamente, por qué ambos artistas son considerados entre los mejores representantes del género. Cierran la selección dos figuras femeninas con paisaje a cargo de Ignacio Zuloaga, que cita la tradición pictórica española en las enseñanzas del Greco y Goya, y Anselmo Guinea, que asimila la luz impresionista aprendida en París.
Para finalizar el recorrido, la sección «Luces y sombras de la devoción. Arte sacro» exhibe un conjunto de imágenes al servicio de la fe. A los ya citados maestros de los siglos XVI y XVII —el Greco, Juan de Anchieta, José de Ribera, Francisco de Zurbarán y Bartolomé Esteban Murillo— los acompañan obras destacadas de Francisco de Herrera el Viejo, Pedro Orrente, Vicente Castelló, Juan Ribalta y José Antolínez.
La secuencia se alarga hasta el XVIII con Luis Paret, esta vez con un refinado sentido del color en La Virgen con el Niño y Santiago el Mayor, y Juan Pascual de Mena, que representa a María en una hermosa imagen de devoción privada en la que el movimiento contenido de la figura y los pliegues concentran su dolor aliviado solo en parte por la elegante policromía.














