¿Cómo reencontrarnos con nosotros mismos en este contexto cambiante sin plantearlo desde los clásicos? ¿Cómo no recurrir a la escena como espacio de reflexión conjunta que nos haga entendernos y acercarnos a la nueva sociedad? Y, ¿cómo no rescatar a todos esos actores y artistas confinados con tanto que decir, con tantas ganas de reencontrarse con el público?

Almagro, como reserva del Siglo de Oro, respondió a todas esas preguntas, porque no hay interrogante alguno si somos capaces de percatarnos de que ya hubo otros antes que pasaron por vicisitudes parecidas.

Así, el Corral de Comedias, encontrado tras una pared tapiada hace poco más de medio siglo, tuvo que cerrarse en varios momentos de su historia por pestes y plagas de diversa índole. Ya hemos pasado por ello. El ser humano ya ha temido muchas veces por su futuro, enfrentándose como pudo a la incertidumbre. Pero el teatro siempre ha sido capaz de resurgir, de conseguir que el público perdiera el miedo, de luchar contra el prejuicio de que el júbilo de la cultura le reste la consideración que merece por permitirnos entendernos y reencontrarnos con la mejor versión de nosotros mismos.

A pesar de la batalla que siempre tiene que librar la cultura española ante cualquier crisis, teniendo que justificar su importancia como bien de primera necesidad, el Festival de Almagro levantó el telón el pasado 14 de julio con la entrega del vigésimo Premio Corral de Comedias a Ana Belén, un ser talentoso, brillante y mágico que dio sus primeros pasos en la interpretación ya de la mano de los clásicos. La actriz subió a las tablas del Corral de Comedias por primera vez en 1968 y para recoger su premio lo hizo al escenario del Teatro de Los Oviedo ataviada con un despampanante traje rojo, arropada por una ovación a ella, al Festival, a la cultura, a un teatro que resurgía y vencía al confinamiento social y teatral de los últimos meses.

No hay que ignorar que la organización, el público, los mismos almagreños y el sector cultural en general sufrían con la incertidumbre, pero la decisión y el compromiso con la importancia que tenía hacerlo pudieron con todos los miedos y el telón, al fin, subió, gracias a un enorme esfuerzo organizativo.

Entre otros, Lluís Homar, al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Adriana Ozores, Alberto San Juan, el incombustible Rafael Álvarez ‘El Brujo’ resucitando una vez más a su Lazarillo, la obra Tirant como cabecera de la programación que tenía a la Comunidad Valenciana como invitada especial, recorrieron durante esas dos semanas escasas los cuatro escenarios de esta edición.

Cada vez que subía el telón un fugaz e intenso estremecimiento recorría la espalda de actores y espectadores. Un día más, un nuevo triunfo para Almagro, un grito al unísono que confirma que es posible hacer cultura de forma responsable y segura. En el teatro se fraguan las soluciones, no surgen los problemas.

Pero más allá de los deseos y los miedos, el balance de esta edición confirma el triunfo del teatro y de la cultura. Más de 10.600 visitantes, 80% de ocupación, 130.000 euros de recaudación en taquilla y una cobertura mediática valorada en los 20 millones de euros, con más de 3.000 impactos en medios de comunicación.

La responsabilidad y el entusiasmo de todo su equipo, los objetivos desligados de la recaudación de taquilla, el compromiso con el tejido teatral y con la profesión, y con Almagro que ve en esta cita una fuente clave de ingresos, y de todos los fieles al formato han confluido y transformado las dudas en decisión, el ser los primeros en una oportunidad, el reto en un ejemplo a seguir, y dibuja la obligación de seguir trabajando para compartir cultura desde su inherente capacidad de transformación.

No hay enhorabuenas que quepan en una edición tan emotiva, no hay posibilidad de que una edición milagro, tan especial, vuelva a repetirse ante unas circunstancias tan excepcionales. Sólo queda dar gracias al Festival por su valentía y capacidad de superación ante la adversidad. Misión cumplida.