Hay ciudades a las que, por más que las conoces, siempre te apetece volver. Por sus monumentos, por el ambiente, por su gente y, por supuesto, por sus bares y tabernas. Cualquier excusa es buena. Y cuando, tras las navidades, Cristina y yo buscábamos destino para un fin de semana en marzo, no lo dudamos. Tocaba regresar a Salamanca, en esta ocasión acompañados por Irene y Luismi, buenos amigos y aficionados como nosotros al taberneo de categoría.
Nosotros nos adelantamos el viernes tarde y, una vez depositada la maleta en la habitación del Parador, nos dimos un señor paseo camino de la Plaza Mayor. Qué maravilla poder disfrutar de las vistas de la ciudad desde el río Tormes, la fachada de la Casa Lis, las portadas de la Catedral Nueva o el camino por la Rúa Mayor hasta la plaza barroca del mismo nombre, que concentra y da sentido a la vida de la ciudad. Allí, y en pleno horario de merienda, hicimos nuestra primera parada tripera. Me sonaba el estómago y entramos en el Café Real para reponer fuerzas con una caña y una clásica paloma, la gigantesca corteza de trigo rellena de ensaladilla tan típica en los bares de la capital salmantina.
Cocina tradicional
Dicen que lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta (Quod natura non dat, Salmantica non praestat). Tamaña afirmación, que probablemente sea cierta en el plano académico, es rotundamente falsa en la esfera gastronómica. La oferta de Salamanca en este campo es amplia, variada y con una magnífica relación calidad precio.
Un rato más tarde, aquel viernes, ya caída la noche, tras recorrer la zona comercial entre Plaza Mayor y las plazas de España y Zamora, tropezamos con nuestra primera novedad y agradable sorpresa del fin de semana. Guiados por algún artículo como éste, leído en internet, buscamos el bar La Viga, en la plaza de San Justo. Una vez allí, y como todo quisqui, nos pedimos media ración de jeta, la careta de cerdo que se cuece durante un tiempo para ablandarla y luego se hace al horno durante un buen rato hasta conseguir ese característico crujiente exterior y un interior todavía jugoso. El local, que ofrece comida tradicional salmantina desde 1945, cambió recientemente de manos por jubilación de los anteriores dueños pero, a la vista de nuestra experiencia y del gentío que allí se congregaba, juraría que ha mantenido el nivel.
De La Viga pasamos, calle arriba de vuelta hacia la plaza, a uno de nuestros clásicos favoritos, Casa Paca. La barra es incómoda por la cantidad de público que se reúne en el escaso espacio que ofrece para el tapeo este tradicional restaurante, pero sus tres y hasta cuatro pisos de bandejas de pinchos bien que merecen el apretón. Nosotros, por aligerar la jeta, pedimos unas gildas estupendas, elaboradas con aceituna gordal, pero la oferta de ese mostrador es digna de cualquier buen bar de pinchos vasco.
Alternando clásicos conocidos y novedades sugeridas, salimos de Casa Paca para entrar, a apenas dos pasos, en Jamón Jamón, una taberna abierta en 2018 que, con una carta de cocina corta pero atractiva, concentra su oferta en las posibilidades del cerdo ibérico. Jamón, paleta, morcón, lomo, lomito, salchichón, chorizo, etc. Todo buenísimo y a muy buen precio. Y bien acompañado por una buena carta de vinos.
Limón helado
Rendimos visita a uno de los clásicos de Rúa Mayor, Las Conchas, que esta vez nos pareció demasiado universitario. Será que nos estamos haciendo mayores y empezamos a primar la calidad sobre la cantidad. Pero este establecimiento nos regaló una de las escenas del fin de semana. Vimos servir junto a nosotros dos limones helados, un postre viejuno como la comtessa o el melocotón en almibar que hacía décadas que no veía en directo.
La penúltima parada fue en Don Mauro, en plena Plaza Mayor, en el que probé las patatas meneás, una versión salmantina de las revolconas, con más comino y menos hechas puré, quizás. Luego cerramos la noche en otro de nuestros clásicos en la ciudad, pero no ya para comer sino para tomar un digestivo tras la cena. La Regenta, una estupenda referencia en la ciudad para tomarse un trago largo de calidad en un ambiente agradable y tranquilo.
Amanecer el sábado en Salamanca, con vistas al centro de la ciudad desde el otro lado del Tormes, y con un pedazo de desayuno incluido para coger fuerzas es todo un puntazo. Y pasar la mañana paseando por sus universidades, también por la Pontificia, es un lujo. Pero hay un edificio que nos gusta visitar en cualquier ciudad antes que facultades, iglesias o ayuntamientos. Se trata del mercado, la plaza de abastos, que en Salamanca es un auténtico parque temático de la chacina ibérica. Salvo un puñado de fruterías y pescaderías, todo allí son charcuterías y carnicerías con jamones y embutidos de todos los tamaños y colores, y de todos los precios.
Hornazo y embutido
Y en mitad del mercado está la chacitaberna La Montanera, lugar más que adecuado para desayunar o tomar la primera cervecita a última hora de la mañana. Y sí, adivinan bien, con su tapa o pincho de jamón o embutido. O con una porción de hornazo, esa suerte de jugosa empanada con cinta de lomo, chorizo y huevo duro en su interior.
Ya con Irene y Luismi en el equipo, el aperitivo del sábado nos llevó de viaje sin salir de la Plaza Mayor. Patatas revolconas en Berysa, jeta y mejillones a la vinagreta en Los Escudos y morcilla de burgos y gambas al ajillo de vuelta en Don Mauro.
Para comer casi hubo que hacer un esfuerzo, pero habíamos reservado en Tapas 3.0, otra sugerencia muy atractiva, y no queríamos dejar pasar la oportunidad. En un comedor pequeño pero muy agradable, y con un personal de servicio atento, rápido y simpático, disfrutamos y mucho de su oferta contundente y tradicional con un guiño moderno. Huevos estrellados con trufa, costillas a la barbacoa, cabrito cochifrito, chuletitas de lechal y solomillo de ternera. Comida rotunda para paladares y estómagos predispuestos. Una maravilla que hacía obligatoria la siesta.
Clásicos y renovadores
El fin de semana lo rematamos aquella noche de sábado con un buen paseo de subida a la Plaza Mayor por la calle de San Pablo (¡qué maravilla es la fachada del Monasterio de San Esteban!) y con un nuevo descubrimiento, el mejor de la escapada y que a buen seguro hará que merezca la pena regresar en el futuro a Salamanca. Tras una segunda parada en Jamón Jamón (Irene y Luismi no podían perderse sus jamones y chacinas) decidimos aventurarnos a conocer un pequeño local llamado Corte & Cata. Y nos maravilló. Ambientado y bien situado, céntrico pero no en el meollo de Plaza Mayor, pudimos sentarnos en una mesa y pedir un buen surtido de sus tapas y platos: ensaladilla de pulpo, anchoas con picadillo de pimiento, chipirones a la plancha, presa ibérica y taco de ternera. Todo rico, todo en su punto, y todo a buen precio. Una estupenda recomendación.
Así se pasa un examen, Salamanca. Así se doctora uno en tapeo. Barra y mantel cum laude para la ciudad, a la que siempre hay que volver porque es una capital viva y dinámica en la que, como en su Universidad, mucha gente joven se forma, aprende y luego emprende. Siempre hay nuevos locales con propuestas interesantes y atractivas, con tapeo rico, abundante y renovado. Y siempre se puede recurrir a los clásicos que, como en filosofía o literatura, deben constituir nuestra referencia y punto de partida. Volveremos seguro. ¡Bravo!