Los 70 minutos del documental abarcan un año de la actividad del artista en el que Molins le ha acompañado en las inauguraciones de sus exposiciones en el Castillo de Chambord en Francia, en Broadway y en La Haya; le ha seguido a su estudio de Manhattan y de Madrid, le ha preguntado acerca de su manera de hacer arte y ha hablado con diecisiete personalidades, desde historiadores a coleccionistas o artistas.

Desde el principio, Valdés abrió su estudio y ofreció todas las facilidades posibles. «Lo único que nos dijo -recordó Molins- fue: haced lo que queráis, pero no me molestéis mucho». Acompañándole en un espacio tan íntimo como su propio estudio, donde toda la parafernalia que acompaña a un equipo de rodaje es difícil de obviar, el director optó por una selección de planos estáticos, con bastante distancia, sin entrar de manera agresiva en la labor del creador. Valdés, por su parte, afirmó que cuando empezó a pintar le hubiese encantado poder acceder al proceso de creación de un artista, lo que le animó a participar en este proyecto.

Arqueología de las imágenes

Desde el Equipo Crónica, Valdés ha sido un seleccionador de iconos y un transformador de los mismos. Sus obras forman parte del imaginario colectivo y reinventa esos iconos haciéndolos contemporáneos. Así lleva años trabajando sobre imágenes inolvidables en la historia del arte como Las Meninas de Velázquez, tan típicas de su iconografía personal.

En el documental, Guillermo Solana dice acerca de la obra de Valdés que conserva la sensibilidad del arte pop, en la que se aprecia lo icónico, pero incorporando a esas imágenes un sentido del tiempo, de la materia o, incluso, de ruina, de ahí que sus obras sean tan humanas.

El artista explica que elige imágenes que le atraen y le inspiran y su vuelta constante sobre el mismo tema se debe a que siempre considera que puede transmitir esa idea de una manera distinta y, una vez terminado el cuadro o la escultura, le suele quedar el resquemor de poder haberla realizado de manera diferente. De ahí que haya temas recurrentes y que esa sensación de que pudiera haber cambiado algo le acompañe siempre.

La Realidad, La Coqueta, La Soñadora

valdes_como_pretextoEl documental hace especial mención durante este año en la vida de Valdés al proyecto artístico con Mario Vargas Llosa. El escritor dio con la manera de hacer hablar a las esculturas de las cabezas de Valdés. Aunque el proyecto abarca varias esculturas, las más famosas son aquellas que se encuentran en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas (Madrid). Los textos forman parte de la propia materia de las cabezas por lo que literatura y escultura quedan perfectamente integradas en un diálogo mediante el cual cada una defiende su personalidad como la manera más exitosa de encontrar la felicidad. Así fueron denominadas La Realidad, La Coqueta y La Soñadora. En el documental, Vargas Llosa recita por primera vez en público estos textos creados expresamente como voz de estas esculturas.

Durante la mesa redonda, el artista reconoció que le gusta experimentar técnicamente con los materiales tradicionales, que son los que más le atraen y con los que más cómodo se siente. No obstante reconoce que, especialmente en sus esculturas, el uso de materiales que no están pensados originalmente para exteriores plantea problemas a largo plazo. El testimonio del artista Claudio Bravo ayuda a entender que esta degradación ayuda en muchas ocasiones a integrar la obra en el paisaje y es un valor añadido a la escultura.

La percepción de la obra

En el documental se hace mención a que las obras de Valdés suelen experimentar otros cambios que modifican la percepción del público. En el caso de la exposición celebrada en Nueva York en 2010, sus esculturas se situaron en Broadway desde Columbus Circle en la calle 59 hasta la calle 166. Así, los aficionados a la ópera en el Lincoln Center podían apreciar en su personaje sobre un caballo ciertas reminiscencias de las obras de Velázquez, mientras que en el norte de la ciudad, en el extremo de Broadway, los viandantes hablaban del mismo tipo iconográfico como un recuerdo de El Zorro. En este sentido, Valdés valora sobremanera el cambio en la percepción del público y le agrada cómo el entorno puede modificar la manera de entender las piezas. Así, en el Castillo de Chambord, donde la iluminación era únicamente natural, la percepción de las obras era muy distinta según las distintas horas del día, y este detalle no escapó a la sensibilidad del artista.

De este modo, en sus piezas se conjugan diversas razones que modifican la percepción de las mismas: sus materiales, el lugar en el que se exponen y, muy especialmente, el formato con el que se crean. Para Valdés el tamaño de la obra es fundamental para expresar sus ideas de forma satisfactoria y es así como en su producción predominan las de grandes dimensiones, algo que según él depende de su estado de ánimo.

Durante la mesa redonda posterior a la proyección aseguraba: «Las esculturas siempre nacen pequeñas, lo que pasa es que luego crecen (…) Últimamente todas me parecen pequeñas».

Abrir los ojos

Manolo Valdés hace una reflexión en la película sobre lo afortunado que se siente: «Tengo amigos, puedo enseñar mi trabajo, lo puedo vender… ¿Qué más quiero?». Llega todos los días al taller con ilusión y, tras una jornada de aproximadamente nueve horas, ese optimismo inicial mengua. Siempre considera que se podría haber cambiado algo. Es ese espíritu inconformista, entre otras cosas, el que le convierte en un artista tan brillante y en continua actividad, volviendo siempre sobre los mismos temas.

A nuestra pregunta sobre qué consejo le daría a los jóvenes artistas que están saliendo de España, Manolo Valdés respondió con calma pero con contundencia: «Les diría que abran los ojos. Que aprovechen para aprender. Lo demás ya vendrá después».

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