Cuna de la danza clásica, en el Mikhailovsky, Nacho Duato ejerce ahora de ‘zar’ tras haber conseguido que la danza contemporánea tenga cabida al fin entre sus muros. De su mano, Santolaya ha logrado captar con sutileza, elegancia y gran belleza una serie de imágenes en blanco y negro en las que retrata lo que normalmente es invisible al espectador. Acomódese, el resultado es un viaje por el tiempo y el espacio del ballet ruso.

Santolaya estuvo 12 frías semanas viviendo dentro del teatro, en la residencia que contiene para artistas, como una bailarina más. Su compañera de habitación fue la solista principal Yulia Tikka. Con ella tuvo las confidencias, las risas y las charlas propias de quien comparte sueños, despertares y comidas. La madrileña quería retratar la cuna del ballet y adentrarse en uno de los principales teatros del país para mostrar a los bailarines «desde el punto de vista del preludio», «más personal y desconocido».

Duato, el mejor aliado

Para conseguirlo, la fotógrafa le presentó su visión a Nacho Duato, director del Mikhailovsky desde el año 2010, y obtuvo un sí sin condiciones. Al principio, «cuando llegué a Rusia, viví una especie de sensaciones encontradas: una de búsqueda, y otra sobre todo de pavor, porque al vivir con un miembro de un cuerpo de baile todo era nuevo, pero también porque no quería caer en lo arquetipado o en lo más clásico». Quería hablar del mismo tema sin caer en lo mismo que tantos otros.

Durante su estancia, poco a poco fue «saltándose» (fotográficamente hablando) las jerarquías, los estrictos códigos y los accesos cada vez más restringidos a medida que se acercaba a la cima del teatro. «No con Nacho, porque él fue generoso en todo momento, en toda su persona. Me dio llaves y acceso a todo. También fue muy importante para mí desde el punto de vista personal, muy humano, cercano, próximo… Sin embargo es cierto que dentro del mundo del ballet esas jerarquías existen y aproximarse a la prima ballerina, por ejemplo, era complicado. Tenía que pedir cita y estar pendiente de ella durante mucho tiempo mientras que eso no ocurría con las otras bailarinas del elenco. A la prima prácticamente no me dejaban «modelarla, porque se supone que tiene que presentarse de una manera muy concreta al público», relata la fotógrafa. «Lo que quería era romper precisamente un poco con esa jerarquía a la hora de preparar esta exposición, ya que las trataba de manera idéntica, y me parecía importante, además, por el tipo de fotos que hago: muy próximas, muy humanas, primeros planos…», añade.

Meses de trabajo

Las 30 fotos que componen la serie Prelude, 18 expuestas por primera vez estos días en España en Mondo Galería (Madrid), son una forma de hablar de arte desde el arte. Escogidas y postproducidas de entre 30.000 instantáneas (sí, de cada mil, una), cuentan una historia. Detrás, muchos meses de trabajo. «Con cada imagen busco una idea y que no se repita, busco que el lenguaje te vaya llevando. Igual que en una frase, una foto es una palabra, dos son dos, cinco una frase y otras cinco ya son una historia», puntualiza.

Danza clásica y danza contemporánea. Fotografía analógica y fotografía digital. Todo se une con Nacho Duato y con Santolaya, que como Nacho, unifica ambas técnicas en una para crear un estilo personal. «Creo que es necesario saber de dónde viene todo. No soy de las que piensan que una cosa tiene que anteceder a la anterior y luego usarla. ¿Por qué un mundo tiene que competir con el otro? ¿Por qué no pueden convivir? A mí me interesaba mucho ver eso, ver cómo estaban conviviendo la danza contemporánea y la clásica. Curiosamente no se mataban, más bien se nutrían».