Las esculturas de mayor tamaño son evocaciones de la tradición cercana y, al tiempo, suponen su propio cuestionamiento. A diferencia de la nobleza de la materia que soportaba usualmente sus formas y en la que descansaba buena parte de su eficacia comunicativa, en este caso, sus materiales proceden directamente del estercolero, del reciclaje de desechos sacados de la basura.

Además, esta legibilidad de las formas dentro de un modelo hipercodificado se relativiza por la inclusión de elementos destinados a ser leídos que se originan a partir de una suspensión poética de la opinión publicada en un momento de desintegración social: páginas de periódico manipuladas con áreas de color que cortocircuitan el flujo informativo de los titulares.

A lo largo de los últimos 30 años, la trayectoria de Pello Irazu se ha caracterizado por su dedicación a los problemas de lo escultórico con un carácter extremadamente abierto. En el plano material, esto no solo se ve a través de una multitud de formatos, materiales y dispositivos, sino que lo hace también a través del dibujo o la pintura mural.

Distintos niveles

Las obras sobre papel toman como nombre una matriz de nociones (Siluetas / Masas / Sombras / Perfiles / Bultos / Espectros / Leyendas / Desechos / Espantos) que da también título a la exposición. Palabras que hacen explícitos los juegos de deslizamientos entre las distintas categorías de signos utilizados.

Tal y como lo describe el artista, “a un primer nivel, muy elemental, las formas que generan estas obras se originan a partir de un procedimiento de concentración de objetos que pierden esa condición al convertirse en siluetas, en masas o en sombras”. Así, una fotografía con una serie de elementos de mobiliario que se funden en una sola imagen silueteada, un conjunto de cajas de cartón de diferentes tamaños que quedan subsumidas en una masa continua o en una pieza que arroja una sombra es traducida en un material e integrada en unidad con la obra.

En un segundo nivel, “las formas así generadas comienzan a definir determinados perfiles, en un sentido tanto gestáltico como idiosincrásico”, unas presencias características, unos bultos cuya estirpe puede ser rastreada a partir de unas identificaciones culturales precisas. De esta manera, los perfiles, bultos y espectros de la escultura vasca, Oteiza, Chillida, Ibarrola, son convocados en una tenue fantasmagoría de las diferencias.

Por último, un tercer estadio coloca al espectador en el nivel propio de lo social. En el caso de la escultura vasca de los 60 y 70, “a pesar de su expresión abstracta, todo ello se ha cumplido de una peculiar manera: las formas no se sometieron metafóricamente al dictado del contenido, sino que fueron las propias formas las que metonímicamente llegaron a configurar un sentido tan ambiguo como reconocible en torno al cual era posible la identificación popular”.