Monje a la orilla del Mar (1809-10), de C.D. Friedrich, una de las obras destacadas del romanticismo alemán, ha sido para Brun una referencia artística y emocional a lo largo de su carrera. Una pequeña figura contemplando la inmensidad de la creación a través de tres elementos, de tres planos de color: playa, mar y cielo.

Pero como señala Juan Manuel Bonet, «para entender el trabajo de la pintora, su rigor purista, su amor por las formas elementales y los colores rutilantes, su modo de combinar audazmente distintos materiales y de salirse de los límites del cuadro y de su oficio, a veces con planteamientos que nos llevan hacia el territorio de la escultura o incluso de la instalación, obviamente hay que hacer referencia al arte minimal norteamericano y a sus antecedentes, pero también a sus equivalentes europeos, por ejemplo el alemán y pionero Blinky Palermo».

Algo que subraya la comisaria M.C. Cerullo: «El movimieto colorfields propone el tratamiento de la pintura como objeto autónomo. En ésta el color se libera de sus funciones denotativas, relacionales y delimitantes, adquiriendo un valor independiente. Ya no se presenta en pequeñas superficies delimitadas geométricamente sino que satura las grandes dimensiones de las obras. Es dentro de este contexto que debemos aproximarnos a la obra de Rosa Brun».

La exposición es un paso más en la coherente evolución de Brun, planteando diferentes lecturas del espacio y de la materia, investigando la relación entre ambas, sus implicaciones perceptivas, así como la noción de límite. Las pinturas u objetos pintados están constituidos por diferentes planos que se solapan o tapan, dejando entrever líneas y bordes semiocultos que multiplican la visión final de la obra, redefiniéndose en función del punto de vista del espectador.

Los títulos de estas obras hacen alusión a océanos y mares, lejanos y exóticos: Rojo, Negro, Kara, Aral, Baffin, Bohai, Frisia, Wadden… No es casualidad que el término latino classicus provenga de classis, literalmente flota (naval), con la que los romanos intentaron organizar un orden geométrico y estéticamente coherente en el caos sobrecogedor de las aguas del mar.