Toda imagen creada es un espejo que refleja una manera de ver. Miramos el mundo y a los otros en relación a nosotros mismos, a través de nuestra mentalidad y actitud. Durante esta época, las imágenes tuvieron un papel fundamental en la compleja relación entre estos tres colectivos. Si, por una parte, fueron un medio importante de transferencia de ritos y modelos artísticos entre cristianos y judíos, por otra, como reverso oscuro, contribuyeron a difundir el antijudaísmo creciente que anidaba en la sociedad cristiana. En este terreno, la estigmatización visual de los judíos fue un reflejo fiel del espejo cristiano, de sus creencias y ansiedades; un poderoso instrumento de afirmación identitaria.

Después de la masiva conversión de judíos como consecuencia de los pogromos de 1391, las imágenes de culto se situaron en el centro de la polémica, hasta convertirse en una prueba para afirmar la sinceridad de los nuevos cristianos o, por el contrario, para acusarlos de judaizar. La extensión de estas sospechas de herejía judaizante se encuentra en la base de la fundación de la Inquisición española en 1478. Consciente del poder de las imágenes, la nueva institución hizo de ellas un uso intensivo, ya fuera para diseñar poderosas escenografías o para definir fórmulas de identificación visual de los conversos.

La exposición presenta un conjunto de obras y de programas absolutamente únicos en Europa, que corresponden a unas circunstancias muy especiales que determinan las relaciones interreligiosas que se produjeron en los reinos peninsulares entre los siglos XIII y XV. Son estas imágenes que estimulan la conversión y justifican la sincera decisión de los nuevos cristianos. Igualmente singulares son las imágenes de los primeros tiempos de la inquisición, tanto las escenografías para las iglesias como las obras de carácter propagandístico.

Las casi setenta obras reunidas proceden de una treintena de museos, bibliotecas, iglesias, archivos y colecciones particulares nacionales e internacionales. Aunque muchas destacan por su componente estético, y aunque entre los autores encontramos a los maestros de gótico como Pedro Berruguete, Bartolomé Bermejo, Fernando Gallego o Bernat Martorell, la exposición presenta también un conjunto de piezas realizadas más allá de los cánones de la historia de los estilos, como caricaturas, sambenitos, grabados o esculturas bizarras, con el objetivo de ofrecer la visión más completa y rigurosa posible de un tema que sólo podemos abordar desde una perspectiva que supere las fronteras tradicionales de la historia del arte.

El espejo perdido. Judíos y conversos en la España Medieval ofrece, en suma, una sugestiva panorámica sobre el papel que tuvieron las imágenes en las relaciones entre judíos y cristianos en la España medieval. Además, su catálogo es una extraordinaria pieza de conocimiento, un texto fundamental que se incorpora ahora a la historiografía española.

Como concluye su comisario, «esta exposición nos habla de fronteras, de segregación, de intolerancia… nos habla de convivencia también. Invita a mirar nuestro pasado sin prejuicios, a mirar nuestro espejo, y no intenta rehuir la idea de que estas imágenes sirvieron para construir identidades y alteridades, unas imágenes que hablan de nosotros y de los otros, pero en el siglo XIII, XIV y XV, aunque es verdad lo que dijo Benedetto Croce, no hay historia, solo hay historia contemporánea».