Habían transcurrido apenas 9 meses, el periodo de tiempo equivalente a la gestación de un ser humano, desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificara la Covid-19 como una pandemia de proporciones impredecibles. En el camino quedaban los balbuceos y las actitudes cambiantes, cuando no contradictorias, de los gobiernos occidentales y de determinadas instituciones internacionales, algunas de las cuales recordaban ciertos pasajes del Ensayo contra la ceguera, la conocida novela de José Saramago: “Viendo lo que siempre había visto, era incapaz de reconocer lo que tenía delante”, acaso porque todo se volvía demasiado oscuro; un hundimiento de la economía sin precedentes desde la gran depresión de 1929; un peligroso deslizamiento hacia posiciones autoritarias en lo político, y un cambio en las relaciones sociales y familiares que, en algunos casos, ha conducido a escenas que parecían salidas de alguna página del singular José Luis Alvite: “Era tan desconfiado que cacheaba a su madre antes de abrazarla”. Por delante había un tiempo de esperanza, como el que todo nacimiento lleva consigo, y el convencimiento de salir al encuentro del futuro mejor pertrechados sanitariamente hablando.

La pesadilla que se muerde la cola (escalada-desescalada-escalada) se inició a finales del año 2019 en la ciudad china de Wuhan, región de Hubei. Desde que al principio del nuevo año la Comisión Municipal de Salud de Wuhan hubiera notificado una serie de casos de una extraña neumonía de origen desconocido, los científicos tardaron tan solo dos semanas en caracterizar el agente causal como un coronavirus muy relacionado con los responsables de las epidemias zoonóticas surgidas en 2003 (SARS-CoV-1, China) y 2012 (MERS, Arabia Saudí), y de establecer su secuencia genética. Se le denominó SARS-CoV-2.

Asimismo, de forma inmediata, se iniciaron estudios con varios objetivos: establecer el puzle del sistema inmunitario, tratar de determinar la existencia de una memoria inmunitaria a largo plazo después de la infección y conseguir una vacuna efectiva contra un virus frente al cual no existía inmunidad previa de la población y del cual se conocía su alta contagiosidad y una letalidad menor que la de sus parientes, el SARS-CoV-1 y el MERS, es decir, un patógeno que se mostraba más astuto que sus antecesores en el sentido de la supervivencia. Una vez más se ponía de manifiesto la “inteligencia” de los gérmenes, capaz de hacer frente al genio de los científicos en esa particular partida de ajedrez que se viene disputando en el tablero de la vida.

Una de las principales líneas de investigación de la vacuna ha sido la fundamentada en la técnica de modificación del ARN mensajero (ARNm), estrategia seguida por las compañías farmacéuticas Pfizer-BioNTech y Moderna. El desarrollo en un periodo de tiempo tan corto de estas y de otras vacunas contra la Covid-19, como la desarrollada por la Universidad de Oxford y la empresa AstraZeneca, basada en un vector viral no replicante, supone un hito sin precedentes en la historia de la medicina en general, de la farmacología clínica en particular y de la vacunoterapia de manera específica.

No obstante, la idea subyacente en las vacunas de ARNm modificado estaba ya desde hace algún tiempo en los trabajos de dos investigadores pioneros: Katalin Karikó y Drew Weissman. La decidida voluntad de hacer frente a la actual pandemia, los enormes recursos económicos públicos y privados puestos a disposición de los investigadores y un estilo nuevo de hacer los ensayos clínicos, en el que se han podido acortar considerablemente los tiempos de la investigación experimental (preclínica), solapar distintas fases del desarrollo clínico, y contar con un número considerable de personas voluntarias (mayores de 16 años) para la realización de los estudios clínicos han hecho el resto. Ninguna vacuna se había desarrollado anteriormente en un periodo de tiempo menor a los 4 años y la mayoría de ellas se habían producido en no menos de 10, el tiempo esperado para el desarrollo de un nuevo medicamento.

El mecanismo de actuación de las vacunas basadas en ARNm es relativamente sencillo: se trata de hacer una copia del gen que codifica la proteína S (espícula) de la envoltura del virus, que es la que actúa a modo de llave sobre la cerradura (receptor) de las células humanas y permite abrir las puertas de entrada al virus. Una vez copiado, el gen se modifica para proporcionar una mayor estabilidad (tiene una vida muy corta debido a su fácil degradación) y, con ella, lograr una mejor lectura, traducción y síntesis de la proteína viral; por otra parte, para facilitar su transporte hasta las células humanas, se encapsula en una especie de bolsita lipídica que puede fusionarse fácilmente con la membrana celular, también de naturaleza lipídica.

Cuando las nanopartículas lipídicas, cargadas con las instrucciones del ARNm, atraviesan la membrana de las células humanas y liberan las cadenas de ARNm en el citoplasma, estas son reconocidas por los ribosomas, estructuras intracelulares encargadas de sintetizar mediante una serie de reacciones enzimáticas la proteína S, similar a la del virus. A continuación, la proteína se sitúa en la superficie de la célula y estimula la respuesta inmune, al despertar al sistema de defensa humoral y celular y provocar la descarga de anticuerpos neutralizantes, de la misma manera que lo hace el propio virus en el transcurso de la infección. Después de cumplir su función, el ARNm es degradado por la propia célula y desaparece rápidamente. De esta manera, las personas se preparan ante una posible entrada del virus en el organismo.

Las vacunas basadas en el ARNm han demostrados su seguridad y eficacia (resultados medidos en las condiciones de ensayo clínico) en la prevención de la enfermedad. Ahora, con la vacunación masiva de la población, comienza la fase de farmacovigilancia, en la que se podrá disponer de la valoración de la seguridad y de la efectividad (resultados medidos en la práctica clínica real) en millones de personas y despejar algunas de las incógnitas que todavía persisten. Dado el bajo coste de producción y los presumibles beneficios directos e indirectos, la eficiencia de la vacuna parece asegurada.

Si, como es de esperar, durante los próximos meses se confirma la seguridad clínica a largo plazo y la efectividad de las vacunas ARNm para prevenir la infección y controlar la pandemia de Covid-19, se estará ante un nuevo paradigma terapéutico y se abrirá una nueva etapa en la medicina, que puede llevar a que otras enfermedades infecciosas, como el sida, o no infecciosas, como algunos tipos de cáncer y la esclerosis múltiple, puedan disponer de sus propias vacunas.

La del Covid-19 se une así a las diferentes vacunas existentes hasta el momento, las cuales se estima que han salvado 1.500 millones de vidas humanas a lo largo del tiempo. Para muchos científicos, la vacunación supone uno de los mayores logros, si no el que más, de la historia de la medicina. Por otra parte, la vacunoterapia es uno de los claros ejemplos de “tratamiento societario”, ya que el tratamiento individual puede influir en el de la colectividad y, por tanto, ha de considerarse, junto a su carácter prescriptivo, regido por los principios de beneficencia y no maleficencia (optimización de la relación beneficio/riesgo), el planteamiento del derecho social (principio de justicia) frente al derecho individual (principio de autonomía).

Las vacunas, junto con la mejora de la higiene y el desarrollo de los antimicrobianos, representan la estrategia fundamental en la lucha contra las infecciones, la principal causa de muerte de los seres humanos. No hay que olvidar que hace siglo y medio, por el tiempo en el que la medicina se constituyó en una disciplina científica, una de cada dos personas no llegaba a los 30 años de edad y que, en la actualidad, la esperanza de vida en los países desarrollados ha pasado a ser de más de 80 años. La inmunización previene el 30% de las muertes de los niños de menos de 5 años y salva alrededor de 3 millones de vidas al año, aparte de la protección que supone frente a distintas enfermedades y sus secuelas para muchos más millones de personas.

La medicina es una técnica que se fundamenta en un “hacer sabiendo” y en un “saber haciendo” que se nutre de la evidencia científica y se perfecciona en la experiencia, es decir, es un saber y hacer prácticos. A la vez que técnica, la medicina es un arte que trasciende el arte manual de un oficio y presenta la singularidad de ser un arte interpretativo, en el que tienen cabida la intuición humana, el juicio clínico y la evaluación para la toma de decisiones.

Durante el último año los profesionales sanitarios han dado muestras sobradas de su arte y de su técnica en la atención a los enfermos de Covid-19 y, sin duda, la vacunación supone una herramienta terapéutica decisiva para que, “haciendo y sabiendo”, se pueda controlar definitivamente la enfermedad. Pero más allá del quehacer de los profesionales, en nuestra opinión, desde el punto de vista ético, definido por el objeto: salvaguardar la vida de las personas y, con ello, salvaguardar al grupo, la prioridad de los gobiernos en el momento actual debe ser la vacunación general de la población en el menor tiempo posible, acelerando los ritmos vacunales de la etapa inicial.

Sin embargo, mientras se completa el proceso de vacunación y se confirma la inmunización, es importante continuar con las medidas de protección general: mascarilla, lavado de manos, distancia de seguridad y buena ventilación. No hay que olvidar que mientras continúa la vacunación con las diferentes vacunas desarrolladas hasta el momento frente al SARS-CoV-2, nuevas variantes del virus se expanden por todo el mundo, se multiplican los contagios y aumenta la cifra de fallecidos hasta sobrepasar los dos millones de defunciones a nivel mundial.

Al plantear la influencia que el arte y la práctica de la vacunación frente a una serie de enfermedades han tenido en la historia de la humanidad dedicaremos próximos artículos desde las páginas de hoyesarte.com.


José González Núñez es autor de La historia oculta de la humanidad, obra en la que se aborda, desde el punto de vista histórico, científico y literario, el papel de las enfermedades infectocontagiosas en el devenir de la civilización.