El pasado 7 de febrero se cumplieron 20 años de la muerte del escritor guatemalteco Augusto Monterroso (1921 – 2003), nacido en Tegucigalpa como ciudadano centroamericano y formado en México como escritor. Monterroso, Tito para los allegados, fue un maestro indiscutible del relato breve, y su pieza El dinosaurio ha servido de guía para la narrativa hiperbreve durante más de 60 años; de ella incluso existe una edición “anotada” con variaciones escritas por otros autores (Lauro Zavala, 2002).

Seguramente, las raíces más profundas del microrrelato hay que buscarlas en las narraciones breves y brevísimas que nacieron casi al mismo tiempo que la escritura o, incluso, antes, en el principio, cuando entonces fue el verbo. Sin embargo, su nacimiento puede fijarse a mediados del siglo XIX, mientras que su desarrollo y consolidación como género independiente tuvo lugar en la segunda mitad del pasado siglo. Desde entonces, hemos asistido a su globalización y popularización, un fenómeno debido en buena parte a la eclosión de las redes sociales y también a la aparición de numerosos lectores con avidez de escritura.

Al comienzo del período de madurez del microrrelato pertenecen dos libros clave: el primero de ellos es la fantástica colección de Cuentos breves y extraordinarios por parte de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, publicada en 1953, en la que ambos autores “interrogan textos de diversas épocas, sin omitir las antiguas y generosas fuentes orientales” para ofrecer diversión a los lectores a través de la anécdota, la parábola y el relato, que “hallan aquí hospitalidad, a condición de ser breves”; el segundo corresponde a las Obras completas (y otros cuentos) de Augusto Monterroso, que vio la luz en 1959 y que contiene el microrrelato El dinosaurio: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. De acuerdo con la escritora Rosa Montero, El dinosaurio tiene todos los ingredientes de un relato (tiempo, trastienda, acción) y además está lleno de ecos y recovecos: “Podemos intuir una infinidad de explicaciones para esas siete palabras, un estruendo de significados y metáforas”.

Sin embargo, la obra de Monterroso no acaba en El dinosaurio. En La oveja negra y otras fábulas (1969) hace una auténtica reinvención del género a través de textos que, en muchas ocasiones, han sido puestos de ejemplo de creatividad micronarrativa; entre ellos se encuentra La cucaracha soñadora: “Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha”.

Por su parte, el ensayo, en su variante de reflexión literaria, como “cuento que, incluso, llega a ser poema”, es la forma predominante en Movimiento perpetuo (1972), en donde se recoge el impagable Fecundidad: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando una línea. Su única novela, Lo demás es silencio (1978), es una autobiografía ficticia y cargada de humor, que contiene páginas llenas de agudeza e ironía acerca del oficio de escritor. Viaje al centro de la fábula (1981), un compendio de diálogos que explora en sus obras anteriores, pone de manifiesto su afán por “la búsqueda de un perfeccionamiento que no se note” y plantea el dilema de si no es la entrevista otro género literario salido de la imaginación de Monterroso.

Aún hay más: La palabra mágica (19983) es una miscelánea de textos sembrados de humor dirigidos a homenajear a autores que le habían influido de una u otra manera y a abordar los géneros literarios; La letra e (fragmentos de un diario) (1987) es una especie de diario de viaje que muestra la ética y la estética monterrosiana, en la que predomina la brevedad, entendida no como un término de la retórica, sino de la buena educación, la fragmentación ágil, el ingenio, la densidad de contenidos bajo una apariencia de ligereza, y, entre sus varios trabajos de teoría literaria, ocupa un lugar principal Literatura y vida (2003).

A pesar de su gran influencia en autores posteriores, Monterroso nunca trató de explicar o de establecer cómo debe ser un cuento, independientemente de su extensión: “la verdad es que nadie sabe cómo debe ser un cuento”, aunque fue dejando alguna pista: “una buena ley sería que el cuento no sea novela ni poema ni ensayo y que a la vez sea ensayo y novela y poema siempre que siga siendo esa cosa misteriosa que se llama cuento”.

Personalmente, tenía curiosidad y determinación por coger cosas de los demás, mezclarlas y hacerlas suyas, pero no para él, sino para facilitar a sus lectores un lugar donde mirar el mundo de otra manera, despojándolo de toda solemnidad: “Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas”. Confesaba que no buscaba la perfección, sino que prefería escribir con imperfecciones, porque era lo más humano.

Según Carlos Fuentes, su escritura fue “un destilado de la mejor prosa escrita en la América Latina del siglo XX: “Lo que a uno nos tomaba 100 páginas a él le tomaba una frase”. Sergio Ramírez dice de él que “igual que sus antepasados, que se metían en las corrientes de los ríos a colar la arena en busca de pepitas de oro, Monterroso lo hizo con las palabras. Mucha arena colada y poco oro”. Luis Landero llama la atención de su “engaño literario”, alertando de ello al lector: “… este viejo zorro me ha vendido como prosa breve lo que en realidad es un libro interminable. Y por las mañanas, cuando me despierto, compruebo que Monterroso todavía sigue allí”. En fin, Enrique Vila-Matas, aparte de subrayar su maestría narrativa, afirma que tenía aquel “tercer oído” del que habla Nietzsche: “El del que escucha las armonías superiores”.

Quienes lo conocieron aseguran que era recatado en el decir, atento en la escucha, tímido y sensible, con cierta tendencia a la melancolía, tenía un humor sosegado y siempre mostraba un juicio piadoso para con los demás. Nunca recurrió al victimismo, sino a la ironía, incluso en momentos delicados por los que pasó, como ejemplifica una de sus protestas contra el dictador Jorge Ubico: exhibió una pancarta que decía “No me ubico”.

La escritura de Monterroso enmascara en una aparente sencillez e ingenuidad del lenguaje el humor negro, la parodia o la profundidad de un pensamiento, que a veces solo se detecta tras una segunda lectura.

Aunque utilizó todos los géneros (cuento, fábula, novela, ensayo, crítica, diario, epigrama, sátira, crónica, entrevista…), él se consideraba un simple cuentista cuyo ideal último era “ocupar media página en el libro de lectura de una escuela primaria en mi país”. Como tal, nunca dejó de tener presente los fundamentos del buen cuentacuentos: la narratividad (no hay cuento si no hay nada que contar); la ficcionalidad (una historia solo se convierte en cuento si es una ficción o, al menos, tiene elementos ficcionales); la brevedad, llevada al extremo en el microrrelato: “Todo trabajo literario debe corregirse y reducirse siempre (…), anula una línea cada día” (Fisiología del gusto literario).

Sirva como homenaje al maestro Monterroso este ajuste de cuentos de nuestra propia cosecha que aquí dejamos para los lectores de hoyesarte.com.

Relatos monterrosinos

I) Invención del microrrelato

La luz del alba sorprendió a Sherezade, y ella dejó de hablar.

II) Tratando de pillar el sueño

Cuando terminó de contar la última abeja, era ya pura miel.

III) El fantasma

La sábana despertó, pero el fantasma todavía siguió allí por un buen rato. En la desnudez más absoluta.

IV) Interpretación de los sueños

Tenía previsto ir a la mañana siguiente al psicoanalista para que le interpretara los sueños, pero no alcanzó a reunir el número suficiente de ovejas para poder dormirse.

CUENTOS UN POCO MÁS LARGOS QUE UN DINOSAURIO

I) Breverías

Adán y Eva esperaron en vano bajo la higuera del Paraíso. No cayó la breva. Tuvieron que ganarse el pan con el sudor de su frente.

II) El dilema

No conseguía terminar la novela negra que había iniciado. Tras las dos primeras líneas se había sentido un Hammet, un Chandler, una Highsmith cualquiera. Luego, comenzó a respirar con dificultad y se fue quedando sin inspiración. Ya no supo qué hacer con aquel revólver encima del papel en blanco.

III) Echarle cuentas al cuento

Según lo cuenta, el cuentista se va dando cuenta de que el cuento no terminará nunca, solo se acabará quien cuenta el cuento, sin siquiera saber si lo que cuenta, cuenta para algo.

IV) El cuento de nunca acabar

Cuando se cansó de leer, apagó la lámpara de la mesilla de noche y trató de dormir. Pero el cuento continuó. Hablaba de los sueños, de la vida y sus atajos. Era el cuento de nunca acabar.

EL ESCRIBIDOR

I) Descubrimiento inesperado

Buscaba en internet datos con los que alimentar la autobiografía que trataba de escribir y, de pronto, le vino el sobresalto: en una de las entradas de Google acababa de encontrar una referencia insólita: «Juan Fernández García, sociedad limitada en liquidación». Nadie, ni siquiera él mismo, le había definido de una forma tan precisa a lo largo de su vida.

II) Cuando la realidad supera a la ficción

Algunos meses después de publicar Pantaleón y las visitadoras, Mario Vargas Llosa recibió una llamada telefónica de quien decía ser el comandante Pantoja: “Lo que usted dice en el libro es verdad, pero pasaron otras muchas cosas que usted no dice”.

III) El poeta y los caprichos de la musa

Cada madrugada, se sienta frente al ordenador y comienza a escribir; luego a leer y releer, a corregir y borrar, a volver a escribir, a tachar otra vez. Parece que la palabra no acaba de hacerse del todo. Se siente incapaz de salir del laberinto del primer verso. Hasta hoy. A la hora del alba, la amapola rompió su crisálida y comenzó a volar camino del mes de abril.

IV) A la búsqueda de la verdad

Siempre quiso ser sincero, pero le faltó vocación. Acabó encontrando la verdad en el fondo de un pozo sin fondo. Allí la había dejado Celso Emilio Ferreiro, cuando fue a buscar agua para su estilográfica: la verdad es algo como el aire, a todos pertenece y es de nadie.

EL LECTOR

I) El animal librívoro

Consumía los cuentos y las novelas de forma voraz, como se devora el amor cuando se desborda el deseo, como se devora el pan cuando ya no se contiene el hambre. Vivía con la permanente necesidad de ser otro. Un personaje distinto, una persona diferente.

II) Posibilidades literarias

El relato de ciertos hechos tiene lecturas ilimitadas, como amanecer junto a ella y descubrir lo que viene después de ese cálido perfume de algas.

III) Un lector despistado

A pesar de seguir los consejos de Borges, nunca llegó a leer bien aquel cuento, que era todos los cuentos: unas veces encontraba el laberinto, pero no el hilo; otras, tenía el hilo, pero no sabía cómo llegar al laberinto.

IV) Cuando la vista es la que trabaja

Había sido un lector empedernido durante toda su vida, pero la vista comenzó a fallarle más de la cuenta y decidió ir al oculista, que le mandó unas gafas para leer de lejos y otras para leer de cerca; sin embargo, poco después de la primera visita, se presentó nuevamente en la consulta del especialista y le dijo que, en realidad, lo que él necesitaba eran unas gafas para leer entre líneas, porque en la entrelínea está el secreto de la escritura y, entre los versos de un poema, se puede encontrar una novela de aventuras.