Ese tránsito De matasanos a cirujanos nos lo contó no hace mucho y en un lenguaje accesible Lindsey Fitzharris, explicando la revolución que supuso primero la posibilidad de operar con anestesia general a partir de 1846 y, sobre todo, la demostración, dos décadas más tarde, de que la higiene hospitalaria y el uso de antisépticos son imprescindibles para evitar infecciones mortales.

Esas dos grandes innovaciones y muchas otras igual de esenciales para nuestra salud protagonizan El arte del bisturí del cirujano holandés Arnold van de Laar (Bolduque, 1969). Un formidable relato de los hitos y evoluciones de la cirugía desgranados a partir de intervenciones históricas, pacientes célebres, tecnologías pioneras y cirujanos fundamentales en el avance médico. Rigor y claridad para contar fracasos y éxitos frente a fracturas, gangrenas, heridas, varices, metástasis, fístulas, derrames cerebrales, entre otras desgracias. Todo ello con el ameno concurso de reyes, papas, presidentes de gobierno, astronautas, actrices o músicos a los que no quedó otra que fiar a los cirujanos su vida unas veces, su bienestar otras.

El autor recuerda al gran Bill Bryson de El cuerpo humano. Guía para ocupantes por su habilidad para esclarecer conceptos e intervenciones complejas echando mano de anécdotas, datos y curiosidades. Del libro salimos sabiendo que, entre los jefes supremos de la Iglesia Católica, Juan Pablo II tiene el récord de visitas al quirófano; que John F. Kennedy y Lee Harvey Oswald fueron operados por el mismo cirujano; que la circuncisión es la operación más común de todos los tiempos; que propofol es el nombre del anestésico más utilizado para operar y también el fármaco que llevó a la tumba a Michael Jackson; que el cerebro de Albert Einstein, operado de un aneurisma, pesa doscientos gramos menos que la media; que la primera gastroscopia (tubito de metal de sesenta centímetros de largo para meter por la boca y poder ver el estómago) se realizó –por eso de reducir riesgos– a un tragasables de circo en 1880; que el cirujano William Halsted, que introdujo los guantes de goma en el quirófano e inventó un tipo de fórceps de uso habitual, firmó un artículo científico sobre el uso médico de la cocaína… escrito bajo los efectos de esta droga (“un completo galimatías que empieza con una primera frase de ciento dieciocho palabras”); o que las dos únicas intervenciones quirúrgicas que aún no pueden realizarse en un feto con intención reparadora son las de la médula ósea y el nervio óptico.

Aprendemos también que si nuestros antepasados más remotos hubieran seguido andando a cuatro patas nos habríamos ahorrado unos cuantos problemas que requieren cirugía, como las varices, hernias, hemorroides, desgaste de caderas, acidez estomacal o rotura de meniscos. Nos queda claro la ingente cantidad de trabajo que tienen los cirujanos por culpa del tabaco: la condición de fumador es la más frecuente entre los pacientes de los cirujanos vasculares, de los cirujanos cardiacos y de los oncológicos.

Entre las historias de personajes célebres, las hay que acaban mal como la traqueotomía que llegó tarde para John F. Kennedy y las hay que acaban más que bien como el parto con anestesia de la reina Victoria del Reino Unido. Con su aval emergía un nuevo orden: “la anestesia ofreció a los cirujanos el tiempo necesario para trabajar con mayor precisión y sin la distracción de los pataleos y gritos de sus pacientes. Las operaciones se volvieron seguras, minuciosas y secas, sin chillidos ni salpicaduras de sangre”.

La tendencia de las últimas décadas es a que las intervenciones sean cada menos invasivas, es decir operaciones más pequeñas y breves con una recuperación más rápida del paciente. ¿Y llegará un momento en que nos operen las máquinas solas? Quién sabe. Por ahora los cirujanos ya pueden operar con gran precisión a través de robots cuyos brazos dirigen desde una consola. Van de Laar está convencido de que siempre hará falta un cirujano humano “con un bisturí para salvar vidas, reparar daños, extirpar tumores y aliviar el sufrimiento”.

El arte del bisturí
Arnold van de Laar
Traductora: María Rosich
Editorial Salamandra
432 páginas
21,85 euros