La clarividencia de ambas se enmarca como cumbre del pensamiento filosófico del pasado siglo. María Zambrano (Vélez-Málaga, 1904 – Madrid, 1991) y Hannah Arendt (Hannover, Alemania, 1906 – Nueva York, 1975) nunca se encontraron. Coincidieron en muchas cosas, pero no físicamente. Sí compartieron, sin ellas saberlo, espacio y tiempo en el exilio: fue en París, en el mes de febrero de 1939. Zambrano tenía entonces 35 años; Arendt, 33.

A través de Una poética del exilio, Olga Amarís establece un diálogo fructífero entre el pensamiento de estas dos autoras cuyos caminos del exilio se cruzaron en muchas ocasiones. La gran novedad que aporta este libro es el acercamiento a las filosofías de estas dos mujeres, alejadas pero paralelas en su deseo por estirar los límites de la razón más allá de lo aceptado por los cánones establecidos. Esta doble biografía descubre aspectos nunca hasta ahora explorados de Zambrano y de Arendt.

Conquista

El exilio, escribe Amarís, supone la tragedia de individuos que tienen que sufrir en la propia corporeidad la sustracción de todo el andamiaje que configura una vida digna. María Zambrano y Hannah Arendt lo vivieron en su propia carne. Ese es su gran punto en común. Pero hay más: el eje central del sentir amoroso, de la figura del Otro, de la imaginación creadora, de la poética, son la base sobre la que se asienta la obra filosófica de estas dos pensadoras fundamentales en la historia del siglo XX. “Todo exilio, comenta la autora, tiene una faceta de conquista y todo exiliado es un conquistador en potencia que irrumpe en una sociedad que, en principio, cree no necesitarle. La gran proeza del exiliado consiste en hacerse imprescindible por insustituible”.

Hanna Arendt.

En 1933, con 27 años, Hanna Arendt huye de Alemania, donde la situación para ella y el resto de los judíos se agrava por momentos. Acompañada de su madre viaja primero a Praga y Ginebra, posteriormente a París. La pensadora alemana, más tarde nacionalizada estadounidense, escribió: “Pensar y recordar es la forma humana de echar raíces, de aceptar un lugar propio en un mundo en el que todos llegamos como extranjeros”.

Y como patria

Por su parte, María Zambrano deja España a comienzos de 1939 “para sumarse al destino compartido con muchos otros que, como ella, han soñado que una República en España es posible”, escribe Amarís. Todo queda registrado en uno de los cuadernos que la filósofa malagueña lleva consigo. Como Arendt, la primera estación del exilio para Zambrano es Francia. Allí declaró: “Yo no concibo mi vida sin el exilio; ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que, una vez que se conoce, es irrenunciable”.

María Zambrano.

Zambrano afirma que toda época de crisis está marcada por un sentimiento de inquietud ante el cual el ser humano reacciona de dos maneras posibles: inventando fantasmas en forma de enemigos imaginarios y sucumbiendo ante ellos y el miedo, o bien trascendiendo esa inquietud. En la primera opción, la figura del exiliado o del emigrante representa la amenaza del desconocido, del Otro. En la segunda se planifica y se crea el mundo que llegará después de la crisis, un espacio mejorado, más luminoso, para salir al encuentro del recién llegado. Arendt y Zambrano escogieron esta última.

El muy interesante libro que ahora las une se inspira en la reflexión continua de ambas, en los difíciles tiempos y circunstancias que les tocó vivir. Dos voces que dialogan sobre el sentido del acto reflexivo desde la condición de ser mujeres.