Zúñiga nació en Madrid, ciudad en la que estudió Filosofía y Bellas Artes y con la que siempre tuvo una conexión muy estrecha. En enero de 1949, la revista Ínsula incluyó el relato Marbec y el ramo de lilas, su primer texto literario publicado. Y el primer libro como tal por él firmado sería la novela corta Inútiles totales (1951) en la que ya se dejaba ver su trabajada relación con el lenguaje. A ésta le siguieron El coral y las aguas (1962) y Artículos sociales de Mariano José de Larra (1976).

Firme defensor de la novela como reconstrucción de la memoria, muchos son los que consideran, consideramos, que La trilogía de la guerra civil (Largo noviembre de Madrid, Capital de la gloria, –que le valió el Premio Nacional de la Crítica y el prestigioso Salambó–, y La tierra será un paraíso, tres libros, 34 relatos, publicados entre 1980 y 2003), integra uno de los conjuntos narrativos más brillantes sobre la contienda. No sólo, o no tanto por el qué o por el cómomcomo por el “quiénes”. Un “quiénes” que remite a los seres humanos que, ya en el frente o en la retaguardia, ya vencedores o vencidos, tuvieron que asumir los sucedido.

Pocos escritores, acaso ninguno como él, han sabido reconstruir la vida cotidiana, el día a día en torno a la tragedia con tal profundidad y matices. Zúñiga, desde su peculiar forma de narrar, muestra en toda su crudeza las esquinas del hombre en situaciones extremas. Seres al borde del abismo en los que aflora lo mejor y lo peor de la condición humana. 

Intercalándose a la mencionada trilogía vio la luz Misterios de las noches y los días (1992), una extraordinaria y poética colección de cuarenta cuentos breves en la que realidad e imaginación se confunden porque todo ocurre en un lugar que puede ser cualquier lugar y en un tiempo que puede ser cualquier tiempo, de modo que cada relato está marcado por un mismo estremecimiento: la aparición de lo incomprensible en la realidad cotidiana y la irrupción del misterio que escapa a cualquier explicación.  

Con Flores de plomo, premio Ramón Gómez de la Serna 1999, Zúñiga traza una particular visión de los últimos días de Mariano José de Larra a través de narraciones sueltas pero conexas, y en Brillan monedas oxidadas (2010), el escritor se sumerge de nuevo en el universo literario que siempre ha rondado su obra con relatos en los que gravita la avaricia, la frustración y la búsqueda de la libertad como inherentes al estar del hombre sobre el mundo.

Por otra parte, su conocimiento y declarado amor por la cultura rusa y búlgara –en 1990 publicó Sofia, un excepcional ensayo sobre la capital– le permitió profundizar en el estudio de la obra de célebres escritores de la Europa eslava. En este sentido, Desde los bosques nevados (2010), por el que le fue concedido el Premio Internacional Terenci Moix, constituye un libro capital sobre la literatura rusa a partir de algunos de sus autores más célebres: Pushkin, Turguéniev,  Chéjov, Lérmontov y Dostoyevski.

“La memoria vuelve a los libros rusos y recupera narraciones portentosas descubiertas en largas horas de lectura –escribió en la introducción–. Siempre enriqueció al lector el tesoro de la literatura en lengua rusa con acontecimientos y personajes sorprendentes y con figuras de escritores cuyas vidas parecen fruto de la fantasía”.

Finalmente, en mayo del pasado año dio a la imprenta Recuerdos de vida, un a modo de memorias en las que describe sus años de aprendizaje en el Madrid de la caída de la monarquía y la proclamación de la república, la guerra civil y la larga posguerra. Son los años del descubrimiento del mundo y de los intentos de acomodarse en él a través de las herramientas que le han servido para conocerse y conocer: los libros, las lenguas y la escritura.

Ganador en 2016 del Premio Nacional de las Letras en reconocimiento a toda su obra, muchas son las voces que lamentan la ausencia del Cervantes para un escritor que lo merece como pocos. Pero ya se ha hecho tarde. Desde su físico liviano, casi ingrávido, Juan Eduardo Zúñiga ha cerrado los ojos. Flota en el aire aquel mirar agudo e inteligente. La voz queda que un día, premonitoriamente, formulase: “Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño”.