Llegado el día, allí estábamos curiosos, seguidores y conocidos del gran Isaías, expectantes a que nos contara en qué consiste esa peculiar Unidad. Porque, claro, con la Real Academia como garante del buen uso y actualización de nuestra lengua común y con esa Oficina del Español que, digo yo, alguna función tendría, ¿qué novedades nos traería esta obra?

Metidos ya en la presentación la cosa no va de ortografía ni de gramática, al menos de forma directa, pero sí de humor y diversión. El libro recoge 20 años de gazapos en la sección más crítica, constructiva y divertida del programa La Ventana que emite la cadena SER, donde Lafuente hace uso de su reconocida meticulosidad y precisión lingüística. Ni el mismísimo emérito ni presidentes del gobierno, ni las grandes voces del periodismo de estos años se libran de pasar por la lupa del escrutinio de Isaías y sus vigilantes.

Entre el prólogo de Gabilondo y el epílogo de Francino se recopilan algunos memorables lapsus de compañeros de prensa, como las cuarenta décadas de carrera de Madonna, la contemporaneidad de Enrique VIII y Hitler, o el cuarto fallecimiento de El Greco. Hechos tan inexplicables como morder una nariz para arrancar un brazo, dar un codazo con la cabeza, fracturar el pie derecho del dedo gordo o la clavícula del brazo izquierdo. Eso sin entrar en el mundo paranormal donde personalidades de la política hacen declaraciones en cuerpo presente.

Porque el que tiene boca se equivoca y hay que saber reírse de uno mismo y con los demás. E, incluso, aprender de esos errores y reconocerlos como parte de esa ingeniería lingüística que, de golpe y plumazo, altera nuestro maravilloso refranero y dichos populares sin rebanarnos demasiado los sesos, o si, dando lugar a extrañas versiones donde se mezclan perros flacos con flautas, se arrima el agua a la sardina pero ni rastro de pulgas ni de ascuas.

El repaso por estos veinte años nos traslada a situaciones donde el contexto es importante para entender declaraciones que ponen los pies de gallina, hacen llorar a lágrima tendida o reír a carcajada limpia. Pero el tiempo todo lo cura e incluso da la razón. Sirva como ejemplo cuando la miss Sofía Mazagatos utilizó la expresión estar en el candelabro. Al fin y al cabo, un candelabro es un candelero de dos o más brazos, y así lo reconocieron dos miembros de la RAE en sendos artículos publicados en el diario ABC.

Del mismo modo, en este mundo globalizado donde manejamos, a veces con acierto y otras no tanto, el spanglish, para los tropiezos con las frases hechas derivadas del latín sirva el término latiñol, tal y como se sugiere en el libro. Y claro está que no es obligatorio usar extranjerismos ni latinismos cuando hablamos o escribimos. No vaya a ser que con el afán de querer parecer más cultos y modernos consigamos el efecto contrario, razón de más cuando tenemos alternativa en español. Aunque a veces no hay alternativa posible, de ahí que Alberto Núñez Feijóo creara la suya propia al referirse al cantante estadounidense Bruce Sprinter.

Unidad de Vigilancia Lingüística es un libro para disfrutar y compartir con los demás. Un compendio de gazapos lingüísticos y de meteduras de pata donde se evidencia no tanto la ignorancia sino la propia evolución del conocimiento. Errar y equivocarnos es lo que nos hace humanos, independientemente de cuál sea nuestro bagaje cultural o intelectual. Y el que esté libre de piedra que tire la primera mano, porque, créanme, una servidora en alguna ocasión también ha lanzado alguna lanza en favor de alguien.

UNIDAD DE VIGILANCIA LINGÜÍSTICA. Veinte años de gazapos. Isaías Lafuente. Aguilar. 381 páginas. 20,80 euros.