Durante su estancia en Baeza, el poeta Antonio Machado participó en la tertulia que se celebraba en la farmacia de Adolfo Almazán, dejando estos versos acerca del carácter efímero de la política española del que hablan los contertulios, incluidos en Poema de un día. Meditaciones rurales (1913): “Es de noche. Se platica/ al fondo de una botica.// -Yo no sé/ Don José/ cómo son los liberales/ tan perros, tan inmorales.// ¡Oh, tranquilícese usté!/ Pasados los carnavales/ vendrán los conservadores/ buenos administradores/ de su casa.// Todo llega y todo pasa/ Nada eterno: ni gobierno/ que perdure,/ ni mal que cien años dure”.

Machado confiesa en la correspondencia mantenida con algunos amigos que asiste con frecuencia a la tertulia, pero que habla poco, prefiere escuchar; califica a la farmacia de “un pequeño observatorio, donde se puede enterar de todo lo que sucede en el pueblo, pero cuando llegan los contertulios nos comunican los acontecimientos de España y del mundo entero”. El poeta sevillano describe así la tertulia: “La rebotica es una habitación estrecha y larga a modo de pasillo, tiene un banco para que se sienten los contertulios y unas estanterías llenas de tarros de porcelana. La tertulia se reúne casi todos los días al atardecer, más a menudo en invierno y, sin falta, los días de lluvia”.

No es extraño que en la correspondencia que Machado mantuvo con Miguel de Unamuno salieran a relucir sus días en Baeza y algún que otro comentario acerca de las tertulias a las que acudía. Unamuno sentía una gran querencia por las tertulias: “He dicho alguna vez que la verdadera universidad popular española han sido el café y la plaza pública (…). Los ingenuos e ingeniosos espíritus socráticos y contertulios no son famosos, pero mantienen vivas la tradición oral, las leyendas, las utopías”; como señala en el cuento El contertulio más de uno de los asistentes habituales a estas chácharas de mayor o menor enjundia intelectual tuvieron su patria en la rinconera de algún café.

En cuanto a las tertulias de rebotica, seguramente el escritor vasco añadía a las cualidades antes comentadas su carácter más sincero y vivo. Al parecer, don Miguel solía acudir a principios de siglo a las amenas tertulias que se celebraban en la trastienda de la botica Arístegui en la Gran Vía bilbaína, hasta que el propietario acabó vendiendo la farmacia y metiéndose a monje en el monasterio de Silos. Según relato de Luis María Anson: “En la trastienda de la farmacia Arístegui, Miguel de Unamuno pontificaba sobre la agonía del cristianismo, su libro incluido por el dedo vaticano en el índice de libros prohibidos. Una tarde, en aquella mítica rebotica, cuando alguien elogió a Maura, Unamuno le interrumpió con una pregunta: ¿contra quién va el elogio?”.

Después, en su estancia en Salamanca fue un asiduo a las tertulias de ricas discusiones y fuerte impronta política de la farmacia que, entre 1914 y 1920, tuvo abierta José Giral Pereira, por entonces catedrático de Química Orgánica de la universidad salmantina: “Mi farmacia en la Plaza Mayor era el centro de todo y allí venían de los pueblos a preguntar por don Giral pa apuntarse pa republicano, lo cual era una valentía en aquellos tiempos de caciquismo monárquico extremado”.

En 1920, José Giral se trasladó a Madrid para ocupar la cátedra de Química Orgánica en la Facultad de Farmacia en sustitución de José Rodríguez Carracido, pero también adquirió una “buena y acreditada” farmacia en la calle Atocha (22.000 duros al contado), a la que incorporó laboratorio de análisis químico y de preparación de específicos y, poco tiempo después, una tertulia de rebotica, a la que solía acudir Unamuno durante sus escapadas a la capital; incluso durante el tiempo de su exilio en la “acamellada” isla de Fuerteventura -ese trozo de tierra africano en medio del Atlántico de “una hermosura de desolación”- y de su huida a Francia (1924-1930) no perdió contacto con la tertulia y mantuvo relación epistolar con algunos de sus componentes.

Las reuniones tenían como objetivo principal luchar contra la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía de Alfonso XIII, y fueron un importante centro de propaganda de los principios republicanos. Allí se gestó la fundación de Acción Republicana, primero, y de Izquierda Republicana, después, cuyos máximos impulsores fueron el propio Giral y Manuel Azaña. Desgraciadamente, el enfrentamiento de Unamuno con Azaña, el ambiente político de los años previos a la guerra cainita y algunas de las actuaciones gubernamentales de Giral propiciaron el distanciamiento definitivo de quien había sido uno de sus amigos más íntimos, uno de los pocos capaces de desentrañar “las secretas leyes de su alma”.

Otro de los miembros destacados de la generación del 98, José Martínez Ruiz, Azorín, recibió el encargo del periódico El Imparcial de realizar una serie de reportajes acerca de La Mancha, con el fin de conocer mejor las tierras en donde tuvieron lugar las gestas de don Quijote, con motivo de la celebración del tercer centenario de la publicación de la obra cervantina. Resultado de todo ello fue La ruta de don Quijote (1905), libro que puede considerarse cercano al ideario impresionista. La primera parada del viaje fue Argamasilla de Alba, supuesta cuna de don Alonso Quijano, y, allí, Azorín descubrió la tertulia que, en la trasera de la botica del licenciado Carlos Gómez, mantenían los “académicos locales”.

Ramón del Valle Inclán fue un asiduo de las tertulias de los cafés literarios madrileños, especialmente las que tenían lugar en la Granja del Henar y en el café Nuevo Levante, pero asistió periódicamente a la tertulia de rebotica en la farmacia de Tato, en Puebla de Caramiñal (Pontevedra), durante los años de estancia en la población vecina de la ría de Arosa.

Estas reboticas eran los verdaderos centros intelectuales de los pueblos, como también lo demuestra la que mantenía, animada por el canturreo de varios canarios, el padre del escritor Álvaro Cunqueiro en la parte de atrás de la oficina de farmacia que había instalado en los bajos del Pazo del Obispo, en la ciudad de Mondoñedo, villa “desde la que el mundo se ve despacio, como hay que verlo”, al decir de Camilo José Cela. Algunos de los textos de la fantástica Tertulia de boticas prodigiosa y escuela de curanderos nacieron de prestar oído desde niño a las charlas de la rebotica de don Joaquín.

Dice Álvaro Cunqueiro en el prólogo del libro: “El autor de este texto tuvo ocios bastantes en la oficina de Farmacia paterna para, desde párvulo, deletrear en los botes los nombres sorprendentes, desde el opio y la mirra a la menta y la glicerina, y más tarde, ayudar a hacer píldoras y sellos, y escudriñar el misterio del ojo del boticario, y sumergir una mano en los cajones de las plantas medicinales, la genciana, las hojas de sen, la salvia, la manzanilla…, y darle al molino de la mostaza, cerca del cual estaba la redoma de las sanguijuelas. Mi padre preparaba la tintura de yodo, un vino aperitivo, o las limonadas purgantes para el obispo de Solís. Se me aposentó en la imaginación una idea de las farmacias todas del mundo, que era mágica y fui curioso de ellas, recogiendo noticias de aquí y allá, preocupado de elixires y venenos, de la cosmética antigua y de la gloria almibarada de jarabes y de Iectuarios, como los de la monja del arcipreste”. A Cunqueiro le hubiera gustado ser citado como vago, fantástico y cordial.

Pío Baroja no fue demasiado amigo de tertulias, pero, según cuenta José Luis Ureiztieta, acudía al final de su vida a una rebotica de San Sebastián. En cambio, fue el escritor de su generación que más protagonismo dio a los farmacéuticos entre los personajes de sus novelas, quizás como homenaje a su bisabuelo paterno, el boticario alavés Rafael Baroja, metido a editor: en Las inquietudes de Shanti Andía aparece el personaje de Garmendía, el boticario que asiste con frecuencia a exponer sus opiniones a la tertulia de la relojería de Zapiain, en Lúzaro, el pintoresco pueblo del protagonista: “En la relojería casi todos los tertulianos son radicales carlistas, excepto el boticario Garmendia que era liberal. Garmendia defiende con ironía a los que no son cristianos, y lamenta que los vascos sean tan bebedores, ante la reacción furibunda de sus contertulios. El relojero Zapiain da discretamente la razón a Garmendia”; Antonio Bengoa es el farmacéutico y hombre de pensamiento liberal de El Mayorazgo de Labraz, en cuya tertulia se hace evidente la necesidad de progreso y la transformación de la sociedad española; Miguel Salazar, el protagonista de Susana y los cazadores de moscas, un hombre desilusionado de la realidad y dejado ir a los caprichos del destino, personaje que guarda reminiscencias del propio exilio de Baroja en París con motivo de la Troya española, y algunos otros boticarios que aparecen, como personajes menores, en Las memorias de un hombre de acción y en algún otro texto barojiano, como el cuento Elizabide el vagabundo o la comedia Arlequín, mancebo de botica.

Una de las tertulias más variopintas de principios del siglo pasado fue la de la botica del doctor Torrent en Sóller (Mallorca), el puerto de la calma y auténtico refugio de artistas, entre ellos el polifacético e incansable viajero Santiago Rusiñol, para quien la realidad no es sino una construcción de lenguajes: literarios, pictóricos y musicales. En ella tuvo lugar una de las anécdotas más curiosas de las tertulias de rebotica y es que, al ser requerido Rusiñol por el propietario de la farmacia para la redacción de un texto que sirviera de “prospecto publicitario” para un elixir estomacal de su propia invención, compuesto a base de flores y polvillo de alas de mariposa, Rusiñol escribió este interesante recordatorio: “El licor que tienes delante, dorado como una puesta de sol metida en una botella, puedes beberlo sin temor; si padeces de estómago, porque padeces y si no, para no padecer. Basta que lo pruebes para que no puedas dejar de beberlo (…). Advertirás al beber que este elixir está hecho de esencia de paisaje, de extracto de naturaleza y de hierbecillas cordiales, y tantas clases de flores se te entrarán por los sentidos que hasta te sentirás un poco mariposa. Pruébalo y lo verás. Bebe y sabrás lo que es beber, y no temas aficionarte al vicio de la bebida, que esto no es vicio, sino virtud, ya que es con el único licor del mundo con que es bueno perder de vista el mundo, por cuanto, al perderlo, verás tu patria”.

Antes de su bautizo literario con Versos y oraciones de caminante, León Felipe fue un asiduo de la bohemia y del “café literario madrileño”, llegando a aparecer como personaje que “no tiene patria, ni silla, ni abuelo, ¡duelo!…” en un poema del poeta vanguardista Francisco Vighi, titulado Tertulia del Pombo.

Durante los años que ejerció como boticario abrió farmacia en la calle de San Francisco en Santander (1908 – 1912), forzado por las circunstancias familiares tras la muerte de su padre, pero los negocios no eran precisamente el campo de su interés y parece que su experiencia más enriquecedora la tuvo en la tertulia, que reunía en la trastienda a lo más granados vates, periodistas y escritores locales; después de su episodio carcelario, a causa de las deudas contraídas por su incompetencia económica y la mala gestión de la farmacia, tuvo botica en Balmaseda (Vizcaya), que abandonó por ir tras un amor apasionado, y regentó, sin más pretensión que la del mínimo sustento, las de algunos pueblos cercanos a Madrid, como Villaluenga de la Sagra (Toledo), Piedralaves y Arenas de San Pedro (Ávila) y Almonacid de Zorita (Guadalajara), que se convertiría en la rebotica en donde se fraguó su primera obra. Luego, durante su transterro en México, transformado ya en un poeta de verso hecho y corazón menos deshecho, fue el gran referente de la tertulia del café Sorrento en la capital mexicana, según cuenta alguno de sus cronistas.

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