El himno que suena más alto

Objetivamente Alemania con la colaboración de Haydn y Reino Unido con la de Haendel pueden presumir de disponer de los mejores himnos nacionales. Así cualquiera, podríamos decir con la misma objetividad. Algunos himnos trascienden el país que ensalzan. Fue el caso de La Internacional, banda sonora oficial de la Unión Soviética entre los años 1919 y 1943. Pero es posible que ninguno lleve tanto tiempo –desde 1795– simbolizando un canto a la libertad como el francés. Como bien dice Batista, La Marsellesa tiene en dosis máximas todo lo que requiere un himno para ser himno: “que la melodía sea fácilmente cantable; que la armonía sea voluminosa para transmitir grandiosidad, generalmente asociada al modo Mayor; y que el ritmo proporcione la fuerza del empuje”. En la película Casablanca (1942) aprendimos que no hay música capaz de ahogar la composición de Rouget de Lisle.

La magia de la música masónica

El compromiso de Mozart con la causa masónica –contra los privilegios de clase y la fraternidad universal– le llevó a componer varias piezas y cantatas específicas aunque donde quiso y logró poner su mejor talento musical al servicio de esta filosofía de vida fue en La flauta mágica, una de sus mejores óperas que es como decir una de las cimas de la historia del teatro musical. Según Batista, “lo que no pudo realizar con Las bodas de Fígaro logró camuflarlo bajo la apariencia inocente de un cuento infantil. Se trata de un compendio de la filosofía masónica y una recreación de sus ceremonias”.

El alegre sueño europeo

Entre los puntos de conexión Mozart-Beethoven, Batista cita la lectura de Jean-Jacques Rousseau, autor cuyas ideas influyeron en la Revolución Francesa. En 1789, Beethoven tenía 19 años y no ocultaba su entusiasmo por los nuevos ideales que habían triunfado en Francia. A principios del siglo XIX la admiración seguía intacta hasta el punto de dedicarle la tercera de sus sinfonías a Napoléon Bonaparte como encarnación perfecta de dichos ideales. Dedicatoria que retiró poco después cuando se enteró de que el general republicano se había autoproclamado emperador en 1804. No obstante, su sinfonía de mayor vigencia política es y seguirá siendo la novena, con su Oda a la Alegría, por lo que tiene de canto a la hermandad internacional, adoptado como himno oficial de la Unión Europea en 1985. Gracias al cine, concretamente a Copying Beethoven (2006), hoy cuesta un poco menos imaginar cómo debió de ser incorporar por primera vez un coro al género sinfónico.

Polonia en el teclado

Siete añitos tenía Frédéric Chopin cuando compuso su primera polonesa. Lo último que escribió fue una mazurca. Mazurcas y polonesas son formas musicales idóneas para poner ilustrar un sentimiento nacionalista como el de los polacos frente a la dominación rusa en el siglo XIX. Chopin homenajeó a la víctimas de aquella represión en su Marcha Fúnebre. Y sin embargo, debido al buen hacer del cineasta Roman Polanski –otra figura por cierto vinculada como él por igual a Polonia y Francia–, hoy es más común asociar a Chopin con la belleza que resiste entre la brutalidad nazi.

La partitura de un país

Pocos músicos han sido y son tan importantes para un país como lo fue y sigue siendo Jean Sibelius para Finlandia. En El ruido eterno, Alex Ross subraya su papel decisivo en la independencia del país en 1917 y el cariño orgulloso que siempre le han brindado sus compatriotas. “Si se les pide que definan su cultura, los finlandeses mencionan invariablemente, además de tesoros nacionales como las saunas al borde de los lagos, las tijeras Fiskars y los teléfonos móviles Nokia, a ‘nuestro Sibelius’”. Como hiciera antes Chopin (aunque sin inspiración en el folclore), Sibelius reivindicó también a su país contra Rusia y, como bien precisa Batista, no solo con espíritu nacionalista, sino como “luchador por la libertad”. Finlandia lleva muchos años sonando en las salas de conciertos de todo el mundo gracias a la suite del mismo nombre que escribió en 1899.

Verdi contra austriacos y contra Berlusconi

Nabucco es el primer gran éxito de Verdi. Es además una ópera muy especial para el público italiano, que identificó en el drama del pueblo hebreo sus propias aspiraciones de libertad y unidad frente al imperio austriaco. De ahí que Verdi se convirtiera en un líder para el Risorgimiento que buscaba la unificación. El pasaje más celebre de Nabucco, y uno de los más famosos de la historia de la ópera, es el coro de esclavos de Va pensiero. El 12 de marzo de 2011, Italia celebraba el 150 aniversario de la reunificación. Ese día en la Ópera de Roma, con el presidente Silvio Berlusconi en el palco de autoridades, el director Riccardo Muti paró la función e hizo un bis del Va pensiero no sin antes criticar los recortes a la Cultura y declarar sentirse avergonzado de lo que en esos años estaba sucediendo en su país.

Crónica musical del nuevo mundo

En sus Conciertos para jóvenes, Leonard Bernstein hablaba de un “jardín de la infancia de la música norteamericana” en el cual los pocos compositores que había en Estados Unidos se limitaban a imitar a europeos como Brahms, Liszt o Wagner. Recordaba también que tuvo que plantarse allí, a finales del XIX, un checo de nombre Antonin Dvorak para que tomaran conciencia de que no estaban haciendo música que sonara realmente americana. Dvorak les emplazó a utilizar su folclore y él mismo lo hizo para dar forma a su novena sinfonía Nuevo Mundo. Introduce la síncopa en la sinfonía y picotea en el ragtime o los cantos de los indios. Estaba en Nueva York y quería hacer la crónica de este país de países al mando de Theodore Roosevelt al que veía con muy buenos ojos por su carácter progresista y su respeto a la naturaleza.

El sueño desquiciado de Europa

Acierta David Torres en su estupendo libro de semblanzas, Por orden de desaparición (Editorial Sloper, 2017), cuando escribe que si bien Mozart suena a todo aquello que le gustaría ser a Europa, Dmitri Shostakovich es, en cambio, Europa tal cual: “la pesadilla de una historia empachada de sangre humana, las matanzas, las deportaciones en masa, la guerra, el hambre, Auschwitz, Siberia. Mozart es la razón que sueña cielos, palacios deslumbrantes. Shostakovich, el sueño desquiciado de la razón pariendo consignas y monstruos”. Durante mucho tiempo, el miedo y la angustia tenían al genio ruso, noche tras noche, con la maleta preparada para la deportación. Ese pánico terrible que recreó Julian Barnes en su novela El ruido del tiempo. Batista se centra, sobre todo, en su impresionante séptima sinfonía, en el modo en que supo transmitir el sufrimiento y la desesperación durante el cerco de Leningrado por parte de las tropas alemanas y el estreno de la obra en agosto de 1942 en pleno asedio.

La música no delinque: Wagner

Más allá de los nombres más populares e incontestables de la composición, el ensayo de Batista también indaga en las relaciones que las mejores batutas alemanas de su tiempo mantuvieron con el poder nazi de manera más (Herbert von Karajan) o menos (Wilhelm Furtwängler) clara; en la manifiesta posición de apoyo al comunismo que expresaron en Italia el compositor Luigi Nono, el director de orquesta Claudio Abbado y el pianista Maurizio Pollini; en las ideas de esa rara avis, sobrado de libertad, que fue el maestro rumano Celibidache o en labor política que en forma de pedagogía musical hizo José Antonio Abreu en Venezuela para con los más vulnerables. Sin embargo, posiblemente nada nos resulte tan audaz como el esfuerzo del argentino Daniel Barenboim por unir lazos entre árabes y judíos o por rehabilitar ante el pueblo israelí las óperas de Richard Wagner tan utilizadas por el nazismo.

El canto de los pájaros y la libertad

La política marcó la trayectoria de Pau Casals. Siempre puso su violonchelo al servicio de la causa que le parecía más justa: homenajeó a Manuel Azaña en 1932 en un concierto de celebración del estatuto de autonomía, se negó poco después a dirigir la Filarmónica de Berlín en señal de repulsa contra el régimen nazi y no se planteó nunca volver a España –por muchas ofertas que tuvo– mientras no llegara antes la democracia. Incluso puso algunas ideas por encima de la música cuando dejó escrito durante el final de la Guerra Civil que “sería más cómodo no tomar partido bajo el pretexto de la neutralidad artística. Pero el artista es un hombre y como hombre no puede ser insolidario para con sus semejantes. La sangre inocente, las lágrimas de las víctimas, son más importantes para mi que mi música y que todos mis recitales de violonchelo”. La mejor banda sonora a estas palabras fue su versión de la canción tradicional catalana El cant dels ocells.

La sinfonía de la libertad. Música y política

Antoni Batista
Editorial Debate
224 páginas
17,90 euros