La GALERIE 1900-2000 (París) exhibe en su stand Marechal Ney (1932). La figura de Ney no es otra cosa que una figura recortada sobre una blanca bruma, contraluz en sentido literal: no sabemos si Ney enarbola su sable para asestar un tajo a la niebla o, por qué no, para llamar a filas al mundo de las sombras… Ya sí tiene más coherencia recordar a Baudelaire, quien como Ney no llama a filas a nadie, nada más que a quien tiene el valor de pasear cámara en mano en medio de la noche. Porque no, el sable de Ney termina por ser una identificación con la propia figura del fotógrafo, en este caso, un Brassaï que se sirve de la luz para negarla, que lucha con los espectros, fantasmas de todo tipo, buenos y malos, mudos y charlatanes de museo que como él miran lo que otros hacen…y hablan como pueden.

Hueco para los viejos

Siempre hay hueco para los viejos. La ingente propuesta de transgresiones y transgredidos epata los paseos de un público ávido de ver. La crisis mundial salpica a todos los ámbitos, pero existen los salvavidas. ARCOmadrid_09 apuesta en su XXVIII edición por los mercados emergentes, pero es más interesante pensar que sobre todo apuesta por las ideas emergentes.

Hay optimismo, también timidez ante un fenómeno imprevisible: el público. Los artistas y galeristas hacen ARCO, pero sus motores son siempre otros. Los cilindros del mecanismo son dos, y provienen directamente de esa cambiante y a veces indefinida realidad llamada espectador: visitantes y compradores. Esta es la radiografía media del fenómeno y, como no, su triunfo o fracaso depende de ello. Por eso mismo, ARCOmadrid_09 ofrece este año una sugestiva serenidad encubierta, un optimismo sano, poco contaminado… Y es que parece que a veces olvidan las voces más críticas que lo que se ofrece, bien como producto, bien como creación, es por encima de todo “arte”. Sí, arte discutible, arriesgada denominación muchas veces, pero nunca, jamás, indiferencia.

Son muchas las galerías, muchos los perfiles de jóvenes creadores que tratan de abrirse camino en un mundo hostil, un imperio estético donde para fortuna de muchos todo está encorsetado en un ritualizado tránsito. Como en los salones franceses, gérmenes de toda feria de arte o museo moderno que se precie, el público no va jamás porque sí. Va por algo, busca algo, incluso el mero hecho de decir que ha estado ahí.

Al igual que esos salones referidos, donde las obras eran sólo una parte más de la charla, casi igual de relevantes que el bombín del señor o el modo de fumar de la señora, la feria se presta a un todo y termina siendo un lugar de encuentro. Encuentro de disparidades unidas por el peliagudo significado de la maldita palabra…maldita unión.

Símbolo de un siglo

Suena bien pero se ve mejor. Una feria de arte contemporáneo no debería olvidar nunca a sus veteranos de guerra, ni tampoco aquellas armas que definen precisamente el carácter de la época en que vivieron.

La fotografía fue el símbolo de un siglo, al igual que Francia lo fue de varios. La instantánea terminó por ser no sólo un testimonio de lo que pasaba fuera, en el mundo visible y formal, sino que se convirtió en un elemento introspectivo, de retrato.

Bien estudiada en su completa dimensión artística por nombres como Roland Barthes, Walter Benjamin o Susan Sontag, la fotografía se convirtió pronto en un elemento asequible y de fácil transporte, sin mermar por ello sus valores estéticos. Por eso, siempre se consideró como un trampolín para iniciarse en el mundo del coleccionismo. A fecha de hoy, sigue siendo un reclamo. Una vez que todo el mundo puede hacer fotografías, todo el mundo puede comprarlas… y si sus autores son fotógrafos renombrados que a su vez citan a pintores mucho mejor.

Sí, algo hay de autorreferencial, por no decir todo. Pero ahí está el atractivo. Como la escultura de Ney arriba referida de Brassaï (sí, ya suya), esa que lucha entre los espectros de la luz, esa que lucha por hacerse un hueco en un mundo lleno de huecos, la feria de arte contemporáneo habla de lo que siempre habló el hecho mismo de exhibir arte: efecto dominó, espejos. Entre todo el cosmos de impactos visuales que configuran ARCOmadrid_09, las instantáneas quieren alzarse como abanderadas de sus hermanos, desde una modestia formal que dice “aquí estoy, pero mira de qué manera”.

Nuevo sentido

La galería parisina da pie, es evidente, a chorrear reflexiones aparentemente anodinas y sin sentido. Da lo mismo. Sus fotografías, poco a poco, descubren que son un elegante y perfecto correlato del valor meramente artístico en ARCOmadrid_09. Dicho de otra manera, prueban que el arte se abre camino.

La galería parisina cuelga cerca de Ney otras dos obras importantes al respecto: el Boulevard Edgar Quinet à minuit (1924) de Man Ray e In Memoriam (1904) de Edward  Steichen. La primera es de pequeño tamaño, testimonio de la expansión y contaminación de estilos entre las distintas disciplinas artísticas en el mundo moderno. La segunda, más interesante, es un desnudo femenino, vampírico y con tintes simbolistas para los amigos del género…pero es un retrato sin rostro, cuyo sexo se adivina sólo por la forma del cuerpo, un cuerpo sensualizado y sinuoso, arropado por la oscuridad, es decir, belleza. Sugestión y triunfo del arte, discreción de un soporte de a penas 47,5 x 38, 5 cm., triunfo de la creación del hombre en tiempos oscuros, perla negra en medio de colores apagados.

Traducido: las tres obras se insertan en un arco de triunfo (la feria) y le dan, desde su sencillez y gran valor estético, un nuevo sentido. Apuestan por un arte acorde a sus protagonistas y su tiempo. Obras que, además, fueron concebidas en tiempos de nada, en los albores mismos de una modernidad efervescente, sabiendo cautivar los gustos más exquisitos que no se dejaban engañar por los coletazos de un arte académico aburrido y disfrazado de impresiones.

Ney y la luz, Baudelaire y el viejo París. Acordes las tres obras con el apellido de la galería en que están expuestas (1900-2000), parecen representar el mismo papel que antaño, flores en medio de estiércol. Tienden un puente, son la más bella de las justicias posibles. Subrayan eso mismo que el comité organizador de ARCOmadrid_09 se propuso: “un criterio de calidad”.