“Picasso nació viejo, como viejo era el siglo que le vio nacer. El siglo XIX fue un siglo glotón”. Así comienza el libro que Jean Clair ha escrito recientemente sobre el pintor malagueño, Lección de abismo. Nueve aproximaciones a Picasso, y no encuentro mejor manera de entrar en materia que con esta advertencia al lector, ¡atención!, Pablo Picasso, considerado por todos el gran artista del siglo XX, es en realidad el último hijo de Saturno. Nacido en 1881, pasaría los primeros veinte años de su vida sumergido en la cultura del romanticismo. Dicen que los primeros años de vida son aquellos que nos determinan como persona, luego Picasso puede considerarse más que el primer grito de la vanguardia, el canto de cisne de una tradición figurativa que llevaba reinando desde el helenismo. Glotón por excelencia, su exceso de apetito acabaría casi en canibalismo.  

El último hijo de Saturno

Debemos tener siempre presente que Pablo Picasso se formó en las más estrictas reglas de la pintura académica desde niño, con su padre José Ruiz Blasco, profesor en la Escuela de Bellas Artes y director del Museo de Málaga. Rodeado de estatuas y dibujos de la antigüedad, entabló desde el principio un diálogo con los artistas que él sentía aventajados, pero no puso sus ojos en aquellos que acudían a las clases de su padre. Velázquez, Goya y Tiziano estaban más a su altura.

¿Cómo podía medirse este niño que casi no levantaba un palmo del suelo con los grandes pintores del realismo español y con los mejores artistas de todos los tiempos?

No podemos saber cómo, pero sabemos que así era, el mismo Picasso comentaba que a la edad de 15 años pintaba como Rafael. Pero como el hombre se caracteriza por desear siempre lo que no posee, y sin lugar a dudas la vida de Picasso estuvo marcada por el deseo, la presión del genio que nunca pintó como un niño, sino como un maestro, le llevó pronto a desandar el camino y desaprender lo aprendido. Camino que le llevaría toda una vida recorrer, algo que ya vio muy pronto Apollinaire y de lo que dejó constancia en Los pintores cubistas

Este intento de dar la espalda al pasado le llevaría a la más radical de las innovaciones formales, el cubismo, que daría paso al arte moderno. Picasso como puerta, pero sin llegar nunca a cruzar el umbral, dos años después de crear con Braque el cubismo, y justo cuando la fórmula se extendía como la pólvora por París, el malagueño se marchó a Roma para descubrir la Grande Maniere.  

Picasso, el gran caníbal

Picasso no cruzaría nunca el umbral, amante de la pintura figurativa y de la carne, nunca dejó de lado las formas. La abstracción resultaba demasiado sacrificada, había que dejar el cuerpo por el camino, y muchos otros caerían con él: Ingres, Velázquez, Poussin, etc. Nunca pudo perder de vista a los maestros, en realidad nunca perdió nada de vista, los famosos ojos de Picasso, negros y penetrantes estaban siempre esperando captar la siguiente señal, el momento justo para coger los pinceles y trabajar.

Roger Caillois decía de Picasso que era el “gran liquidador”, pero tiene razón Jean Clair al afirmar que se trata más bien del “gran recapitulador”, ya que logró resumir en su obra todo el legado “hasta convertirse en legado mismo”.

El malagueño mantuvo un diálogo continuo con la gran tradición de la pintura, combinando a la perfección la faceta de transgresor de las formas establecidas y la de artista académico y brillante.

Me atrevería a calificar a Picasso de Rey Midas de la pintura, ya que tenía la cualidad de volver oro todo aquello que tocaba. Cuando algo captaba su atención, lo engullía, lo poseía y volvía a darle forma, y lograba así volverlo más fuerte y más definitivo que antes. Pero por mucho que rompiese en mil pedazos algo para volver a componerlo, las piezas originales siempre se encuentran ahí, donde estaban, puede que desordenas, desubicadas o fuera de contexto, pero tal como sucede con muchas pinturas cubistas, presentes y bien a la vista.

Picasso y los maestros

Picasso juega y nos invita a jugar, se trata casi del escondite, permitiéndonos así encontrar a Ingres tras el Retrato de Gertrude Estein; a Zurbarán en un Homme á la guitarre; y a Manet y Velázquez tras miles de desnudos.

Picasso, una vez hubo aprendido a pintar como un niño, o una vez aceptado su genio, decidió regresar al principio, pero esta vez sin andarse por las ramas, un eterno retorno que le llevó entre 1954 y 1962 a la realización de una serie de variaciones en torno a Le Déjeûner sur l’ Herbe, de Manet; las Mujeres de Argel, de Delacroix; y Las Meninas, de Velázquez. El genio se enfrenta al genio en una lucha sin tregua, en la que no queda muy claro quién es el vencedor y quién el vencido.

Les invito a que juzguen por si mismos, Londres nos brinda la oportunidad de hacerlo gracias a Picasso: Challenging the Past, exposición que abre hoy sus puertas. Pasen, vean y juzguen, aunque el hecho de que la muestra la acoja la National Gallery y no la Tate Modern ya lo dice todo, y si esto no es suficiente, contamos con el propio Picasso para reafirmar lo escrito. 

“Ce sont nous, les peintres, les vrais héritiers, ceux qui continuent à peindre. Nous sommes les héritiers de Rembrandt, Velázquez, Cézanne, Matisse. Un peintre a toujours un père et une mère, il ne sort pas du néant…”