Ese día reunió ante sus pantallas a 10,3 millones de tensos espectadores. Su anterior tope de audiencia había estado en 6,6 millones, lo que da buena muestra del importante crecimiento que la serie ha experimentado a lo largo de los años. En Internet, el episodio superó más de 500.000 descargas en 12 horas.

La serie creada por Vince Gilligan comenzó a emitirse en 2008 y desde entonces ha obtenido un gran número de galardones, entre ellos nueve premios Emmy, en los que puede volver a arrasar el año próximo. Además, recientemente se ha anunciado un spin off (serie derivada) centrado en uno de los personajes secundarios, el abogado Saul Goodman.

Felina, el punto final

NOTA: A la hora de analizar el último episodio de Breaking Bad resulta muy complicado no desvelar algunos de los acontecimientos que en él ocurren, así que el lector queda advertido.

Las cosas no estaban fáciles para el señor White. Recluido en una cabaña en New Hampshire, tratando de enterrar de una vez a Heisenberg, repasando todos los errores que había cometido, las oportunidades perdidas. Y fue precisamente uno de esos trenes perdidos el que le dio la clave: Materia Gris. Gretchen y Elliott Schwartz, antiguos socios y amigos íntimos, activaron en Walt su mecanismo maestro final al dejar al descubierto que Walter White había muerto dando a luz a Heisenberg. La redención se abría camino.

Felina (el capítulo final) tenía sobre sus hombros la pesada carga de cerrar para siempre todas las tramas abiertas. No era precisamente una tarea fácil. Quizá por eso Vince Gilligan optó por añadir más metraje del habitual, acercándose a la hora de duración.

Carrera desenfrenada

En el último episodio, Walt debe emprender una carrera desenfrenada para dejar todo en el sitio que corresponde. Sus ambiciones son elevadas, pero su conciencia vuelve a ser la del padre de familia protector que conocimos en sus orígenes (de ahí el conato de plegaria que es ese «Llévame a casa y yo haré el resto»), aunque decididamente más resolutivo.

Demasiados cabos quedaban sueltos: asegurar económicamente a su familia, liberar a Jesse, dar digna sepultura a los cuerpos de Hank y Steve, acabar con la banda del tío Jack y entregarse a la DEA. Un encargo irrealizable para una persona normal, pero un hombre que aniquiló a diez hombres recluidos en tres cárceles distintas en dos minutos puede hacerse cargo perfectamente. Solo debía recurrir nuevamente a su coraje y a su implacable inteligencia.

La conciencia no tiene precio

La dignidad prevalece en sus últimos actos. Movido tan ciegamente por el dinero durante tanto tiempo, la bala que le envía al tío Jack es la manera más clara de demostrar que su conciencia ya no tiene precio.

Pero Walt sabía que había una persona con la que debía sincerarse por completo: Skyler. Una vez saldadas algunas cuentas pendientes, el vulnerable ser humano que se escondía tras la máscara de monstruo reveló lo egoísta de sus acciones, justificando que había bajado a los infiernos porque se dio cuenta de que solo allí era el rey.

El punto de inflexión

Este revelador diálogo supone quizá el punto de inflexión más poderoso del capítulo, retrotrayéndonos al comienzo de la serie, cuando el señor White comenzaba a dar sus primeros e inseguros pasos en el camino de la destrucción propia y ajena. Y es precisamente en ese instante, tras varias temporadas reprobando sus decisiones, cuando el espectador hace las paces con él. La empatía se genera como nunca antes. Entendemos por completo por qué hizo todo lo que hizo y no podemos sino asentir en silencio, como esa Skyler de vuelta de todo, tan maltratada que apenas puede expresar algún sentimiento.

Lo que queda a partir de entonces es una carrera trepidante hacia el desenlace, destacada por otro destello de genialidad logística que deja boquiabiertos por última vez a los espectadores y por la despedida de Jesse, personaje con una de las evoluciones más profundas y complejas de la serie.

Sublimación de la libertad

A la altura del último episodio no queda nada de aquel joven pandillero que no hacía más que repetir la palabra «bitch«. El Jesse de Felina es el ejemplo gráfico de la degradación. Cuando Walter lo rescata, Jesse se enfrenta a él una última vez, recriminándole la manipulación a la que se ha visto sometido todo este tiempo. Walt reconoce finalmente esa manipulación, liberando así a Jesse del yugo de Heisenberg. La última aparición de Jesse, sujetando el volante mientras se lanza a toda velocidad y grita, es la sublimación de la libertad. No sabemos qué le deparará el futuro, pero nos alegramos, casi gritando con él, de que haya cerrado una etapa tan funesta de su existencia.

Redimido finalmente a través de Skyler y Jesse, Heisenberg es enterrado definitivamente y deja a Walter White libre, puro. Sus últimos momentos transmiten la serenidad propia de un hombre que ha alcanzado la redención absoluta. Walt vuelve a ser por unos instantes el humilde soberano del reino en el que siempre se refugió cuando no era nadie: el laboratorio.

Los primeros versos de la canción que acompaña el final de Walter White, la apropiadamente titulada Baby blue (del grupo Badfinger), dicen «Supongo que tengo lo que me merezco». De esta manera, planteando una cierta moraleja no sin ironía, cierra Breaking Bad definitivamente.

El final de un reinado

No se le puede pedir más al final. Las tramas han sido cerradas con maestría, dándole a cada personaje el peso necesario, la despedida que requería. Solo queda mirar atrás, ver el camino recorrido, y regocijarnos por el buen tino que han mantenido los guionistas durante toda la serie, construyendo un retrato divertido, oscuro y cruel sobre cómo un individuo afable, como bien reza el título, se vuelve malo.

Nada dura eternamente. Ni siquiera el reinado de los poderosos. Percy Bysshe Shelley lo sabía y supo darle forma de poema. «No queda nada a su lado. Alrededor de las ruinas / de ese colosal naufragio, infinitas y desnudas / se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas».