La obra de arte por encima de todo

La expectación es enorme. Cualquiera diría que de un momento a otro el mismo Picasso fuese a asomar tras la puerta. Todos tenemos una idea preconcebida del ponente, gracias a la foto que el Museo del Prado ha colgado en su web y que no puedo sino calificar de imponente. El ceño fruncido, los labios apretados, De Montebello transmite una mezcla de seguridad y autoridad que hace que ninguno de los presentes sepa muy bien qué esperar. Se abre, al fin, la puerta. Todo el mundo calla.

La Cátedra empieza como empiezan siempre este tipo de asuntos, las presentaciones, reconocimientos y agradecimientos corren de la mano de Plácido Arango, presidente del Patronato del Museo del Prado, Gabriele Finaldi, subdirector, y del director Zugaza. Por fin, es el turno de Philippe de Montebello, director de la primera actuación pública del Centro de Estudios del Prado. Mientras se acerca al atril y viendo que no hay traducción simultánea se escuchan algunos comentarios: va a hablar en inglés, no habían avisado. En ese preciso instante, el ponente se acerca al micrófono, dejando escapar las primeras palabras, potentes, claras, seguras y en un perfecto y fluido español, del cual se disculpa, esperando que su acento y su dominio imperfecto del idioma no resten ninguna belleza a nuestra lengua.

La verdad, no sé si alguna vez se ha escuchado en el auditorio del museo un español mejor utilizado, no sólo en lo que a forma se refiere, sino sobre todo en lo que concierne al fondo, al mensaje, a las casi dos horas de brillante discurso, lleno de verdades y generosidad que todos pudimos disfrutar, y más que disfrutar debería decir sentir. Porque si algo logró Philippe de Montebello fue transmitir su pasión y su decisión a la hora de enfrentarse a las obras de arte y a los lugares que las guardan, los museos. Ya fuese en el pasado, que en un momento fue presente, a lo largo de los 30 años que dirigió el Metropolitan Museum of Art, o en el futuro, del que puede que se encarguen los 30 becarios que asistiremos a la Clase Magistral que impartirá el director de la Cátedra.

El "a dónde vamos" es función del "de dónde venimos"

“La importancia de los museos se mide por la calidad de sus obras. Ellas son su identidad”, así empezó De Montebello su alegato, dando desde el principio la clave de la que sería una intervención brillante, con un discurso potentísimo y perfectamente estructurado. Las obras, ¿de qué iba a ir la cosa cuando la conferencia se titula El museo hoy y mañana?, parecen la respuesta más lógica, aunque viviendo en una época en la que euro, dólar o venta por cifra millonaria se puede leer en un artículo antes que el nombre del artista al que se refiere, la verdad, no estaba tan claro.

Para ir entrando en materia, y abrir camino a lo que sería el punto álgido de su intervención, comenzó hablando del concepto de museo, de su reciente creación, y de cómo este hecho influye sobremanera en todo lo que le atañe. Partiendo del hecho de que los museos albergan obras que no se hicieron para exhibirse en sus salas y que a su vez les damos un fin que no es aquel para el que se crearon, el ponente nos llevó a una difícil pregunta ¿Está mejor la obra en su contexto original o en un museo? Así, a partir de las claves que fue dando y a base de preguntas que buscaban nuestra respuesta, De Montebello fue trazando la historia de los museos, desde la primera, y según su criterio, validísima concepción del museo de la Ilustración, pasando por la evolución que sufren tras la Segunda Guerra Mundial, que va de la mano de un gran crecimiento del número de exposiciones, hasta llegar al frenesí de hoy en día. Excitación que calificó de "exposicionitis", que hace que la mayor parte de los museos se preocupen más de temas administrativos que artísticos. 

Somos custodios de las obras de arte, no carceleros

Una vez entendido nuestro pasado, pudimos empezar a hablar de nuestro presente, y de aquello que nos depara el futuro. El director de la Cátedra organizó todo su discurso en torno a tres pilares, tres hojas, como las llamó él: las adquisiciones, las políticas de préstamo y los programas públicos o educativos, exponiendo los peligros y problemas que se dan dentro de estos apartados y proponiendo a su vez soluciones. Por mucho que hablase de temas distintos, lo cierto es que el trasfondo era siempre el mismo. Todo su discurso tuvo un hilo conductor, un fondo y un fin que se asomaba tras cada palabra y cada dato, discurso que estuvo coronado por una frase: “reducir el número de exposiciones”.

En estas cinco palabras está contenido todo. “Reducir el número de exposiciones” temporales para poder dedicarse de lleno a la colección del museo, a las obras de arte, a su restauración y protección. Dejar de lado las macroexposiciones que acaban pareciendo parques temáticos, aquellas que, si es verdad que son las que aportan a un museo más beneficios, también es cierto que a su vez son las que más daño le hacen. Restan importancia a su colección permanente y desvían los intentos de conservación, provocando que los conservadores acaben tratando más obras ajenas que propias. A su vez, llevan a una pérdida de colegialidad, por la gran competencia que produce esta fascinación por el montaje continuo de exposiciones. 

“Reducir las exposiciones” significa: recordar por lo que estamos aquí, los cuadros, el arte, para ayudar al espectador a entablar una conversación con las obras y lograr descifrar sus secretos. Una conversación a dos, que necesita del espectador y de la obra para poder realizarse. Se trata de proponer el museo como un lugar donde explorar y perderse y hacer al espectador partícipe del juego. Un camino que descubre la extraordinaria capacidad del hombre de superarse a sí mismo, nuestro pasado, nuestro presente. Somos quienes somos por lo que fuimos, la historia se repite, una y otra vez, en un girar constante. Las obras de arte nos hacen cómplices de esa historia, nos demuestran que somos parte de algo, nos conectan con el pasado, con nuestro pasado.

“Reducir las exposiciones” significa: la obra de arte se ha vuelto moneda de cambio y muchos de los proyectos que se crean no buscan ampliar el campo de visión de los espectadores, sino que se trata muchas veces de proyectos frívolos, pensados para la taquilla, comerciales. Philippe de Montebello propone cambiar ésto, recordar quiénes son los realmente importantes aquí: los cuadros, el público, el diálogo entre ambos. Se trata de hacer y organizar todo en función de esto, este es el futuro de los museos, un paso adelante rescatando del pasado su verdadera función: albergar obras de arte.

La palabra responsabilidad no ha hecho más que sonar durante las dos horas que ha conversado con los 300 asistentes a la Cátedra, un diálogo en el que no se ha escuchado más que su voz, pero que nos ha hecho pensar y reflexionar una y mil veces. Responsabilidad y erudición de la mano de emoción y sensación. El saber de la mano del sentir, y estas dos cosas las ha logrado transmitir a lo largo de todo su discurso, que calificaría de alegato. Un alegato atravesado por la generosidad, por el humor y por la capacidad de autocrítica.

El futuro

Dicen que las primeras impresiones son siempre las más importantes, sinceramente, y tras esta primera impresión, el Museo del Prado no podría haberse estrenado mejor en su nueva fase educativa. Contando con un director como Philippe de Montebello, la Cátedra del Museo del Prado promete, y mucho. Michel Laclotte será el siguiente en dar el do de pecho. Veremos.

Una de las últimas palabras que he escuchado a la salida del auditorio ha sido "idealista", buscando en el diccionario se puede leer: se aplica a la persona que considera el mundo y la vida de acuerdo con unos ideales o modelos de armonía y perfección que no se corresponden con la realidad, y que actúa conforme a ello. ¿Y quién decide lo que es la realidad? 30 años al frente de uno de los museos más importantes del mundo me parecen más que reales. De todas formas, y para aquellos escépticos, veremos…