Las plantas que confían al viento el transporte de su polen producen flores pequeñas poco visibles, porque una inversión así es poco rentable. Así, el éxito es esquivo porque el polen se deja llevar por las rachas de viento con la esperanza de que unos pocos alcancen su objetivo. El polen que cae sobre una especie diferente o sobre una planta demasiado débil o vieja no es capaz de fecundar ni de formar la semilla generadora de una nueva planta.

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Durante millones de años, en el comienzo de la vida vegetal en nuestro planeta, esta fue la manera de reproducirse. Millones de granos de polen viajaban por el aire dependiendo únicamente del viento y de la suerte para llegar a su destino. Todo esto cambió cuando un linaje de plantas, las angiospermas, desarrolló por primera vez semillas protegidas en el interior de frutos y rodeadas de pétalos. Los animales (insectos, aves, reptiles y algunos mamíferos), al sentirse atraídos por su aroma, colores y el premio añadido de su néctar, transportaban el polen en las plumas, la piel y el pelo haciendo la polinización más eficaz que el viento.

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Las plantas con pétalos más atractivos tienen ventaja sobre las demás, y su éxito evolutivo provocó una diversificación explosiva de la vida vegetal en la Tierra. El color pardo que predominaba en el planeta dejó paso al verde, luego al rojo, amarillo, blanco, naranja…

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La estrategia de la floración es un anuncio honrado de calidad genética, ya que el mantenimiento de ornamentos vistosos compromete el sistema inmunológico.

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La belleza de las flores que tanto admiramos desde el punto de vista estético, no es más que la pista de aterrizaje de los insectos polinizadores para el tráfico de la información (genes) que provoca la diversidad genética necesaria para la supervivencia en entornos cambiantes.

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El milagro de la floración en ambientes muy extremos, como desiertos y zonas de alta montaña, no es más que una inversión de energía vital para conseguir el éxito reproductor haciéndose irresistible a los animales polinizadores.

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