“Concisa hasta la desnudez y de una precisión glacial, irradia una luminosidad que solo se da cuando el lenguaje de la poesía se acerca al de la ciencia”. Esta definición de Eduardo Lago sobre la prosa de DeLillo se ajusta como un guante a lo que podemos leer en El ángel Esmeralda, un inquietante conjunto de relatos en el que están presentes los grandes temas que han marcado una literatura que plantea más preguntas que respuestas, más ámbitos abiertos que finales cerrados.

“Oigo y escribo”

Confiesa el autor escribir a menudo al dictado de sus propios personajes, “Los escucho. Son ellos los que explican qué y cómo son. A menudo ellos dicen cosas que yo ni me había planteado. Los oigo y escribo”.

Pues de esas escuchas han surgido una serie de relatos impecables. Sirva como aperitivo el que da título al libro en el que se refleja el convulso ambiente del Bronx, (barrio natal del escritor), en el que los disparos y las peleas eran el denominador común de las noches. Esa violencia se cebaba en los niños y los jóvenes. Cuando morían se escribía en las paredes su nombre y la razón, o la sinrazón, de su muerte. En ese marco y a pesar de que dos monjas luchan por salvar el destino de Esmeralda, esta pequeña de 12 año es violada, asesinada y lanzada al vacío desde una azotea.

La desazón de lo que se narra se rompe de improviso cuando, en un giro muy típico del escritor, tiene lugar “lo milagroso”, pues como si la niña se hubiese transformado en un ángel, cada vez que el metro pasa por un determinado punto se ilumina un espacio en el que emerge su rostro.

Lo dicho. Sirva esta descripción como muestra. Sumérjanse en el resto, un DeLillo en estado puro que a nadie dejará impasible.

El ángel Esmeralda
Don DeLillo
Traductor: Gian Castelli
Seix Barral
220 páginas