En esta muestra, la imagen antropomórfica aparece en su totalidad, dejando a un lado sus primeras bocas o los dedos de su serie Basuras; el cuerpo femenino, sus brazos y piernas, torsos y volúmenes se recortan en un fondo negro y silencioso. Esta falta de profundidad remarcada con la oscuridad más intensa sirve a Prada para congelar la imagen en plena acción. La explosión y violencia de los campos blanquecinos de la leche hunde sus raíces en antiguas series de la artista; el azar sigue marcando su obra, como un juego personal en el que recrea para ella la visión del espectador, compartiendo con él la sorpresa del primer encuentro con la imagen.

Ironía y ensoñaciones

Permanentemente interesada en la riqueza de la serie como repetición, Concha Prada ahonda en las diferencias de cada forma, en la conceptualización de las posiciones del cuerpo, en las estructuras que nacen del desbordamiento de la leche y que se abren a nuestra contemplación. Esta idea de la abstracción se ve subrayada por la evasión del rostro de las modelos.

Pero más allá de esta estudiada imagen estética, Prada recoge la ironía de su visión bajo el epígrafe El Cuento de la Lechera y remarca la actualidad de esta fábula. Como ella misma define: «El imperio del mundo virtual que promete fantasías de plenitud y cuya vacuidad solo persigue como desenlace la caída del cubo».

La frustración se desarrolla en la violencia de los gestos en el golpear de la leche, todo como reflejo de nuestras propias ensoñaciones, que han terminado por hacernos perder el equilibrio y caer. La ambición de la lechera, el castillo de naipes que esta sociedad ha construido nos ha impedido ver la realidad. Concha detiene la imagen en el momento previo a la catarsis, un instante antes de que nos podamos dar cuenta de las consecuencias de la caída. Es el espectador, desde la distancia, quien puede asimilar la transcendencia de ese flash.

Madrid. Concha Prada. El cuento de la lechera. Galería Oliva Arauna.

Del 10 de mayo al 9 de junio de 2012.