El sueño cumplido es una colección de textos en prosa y de poemas que han ido apareciendo a lo largo de los años y en los que el poeta reflexiona sobre lo que es la poesía y lo que ha sido su experiencia en ese mundo que, muy pronto, se convirtió en el centro de su vida.

El libro se publica tres años después de La rama verde, su último poemario, con tres partes bien diferenciadas. En la primera destaca, no solo por extensión, el primero de los textos, la conferencia que pronunció en la Fundación March en 2005. Ya en ese escrito, que ahora nos llega debidamente actualizado, dejaba clara Sánchez Rosillo su aversión por las poéticas al uso. “Yo no tengo teorías. Tengo poemas”, decía, convencido de que teorizar no aclara nada importante sobre algo que forma parte “del misterio del existir”, una afirmación que recuerda al Borges que escribió que hablar abstractamente de poesía es “una forma de tedio o de haraganería”.

Han pasado más de 45 años desde que Rosillo publicó su primer libro, Maneras de estar solo. En aquella obra, que ganó el premio Adonais, y que abría una trayectoria ejemplar, ya estaban muchos de los motivos sobre lo que ha creado una las cimas de la poesía en español de las últimas décadas. En alguno de los poemas de aquel libro podía ya verse su relación con la poesía, lo que había supuesto el encuentro con aquella vocación innegociable.

halló el adolescente en un momento de su vida

un tesoro nimbado de misteriosos brillos:

era la muerte del silencio. Y el muchacho

penetró en el umbral de la poesía

con paso decidido y fervor en su pecho

En ese primer texto de la sección nos habla de la aspiración de aquel joven y la íntima alegría, escribe, de “haber logrado en buena medida realizar el sueño que desde el surgimiento temprano de mi vocación ha alentado en mí: entregar la vida entera a la poesía, hacer todo lo que estuviera en mi mano para merecer el nombre de poeta”.

Un poeta que recuerda en esas páginas un episodio central en su vida que le hizo tomar “conciencia temprana del tiempo”: la muerte del padre cuando él era aún un niño de siete años, un suceso que quebró su infancia y que es el origen de uno de sus poemas más memorables y estremecedores (En mitad de la noche); es posible, ha escrito, que ese golpe inesperado y cruel de la vida tuviera que ver con su acercamiento a la poesía y con el tono de sus poemas.

Años después de aquella tragedia, cuando apenas tenía diecisiete, “sin motivo aparente, de inexplicable manera”, la esporádica inclinación a escribir poemas se convertiría, ya para siempre, en un destino incomparable, gracias al cual la vida cobró “un sentido nuevo”.

La emoción, nos dice, es para él la piedra de toque del verdadero poema, algo capaz de “producirnos un daño hermoso” y de adentrarnos en la sustancia de la vida, en lo más hondo del ser humano, en el dolor y en la alegría que muchas veces llevamos en soledad y silencio, porque no siempre es posible, ni necesario ni deseable, compartir, solo ser conscientes, sentir, lo que van dejando los días que se viven.

La poesía es para él revelación, y esa revelación no surge ni acaba en lo incomprensible, sino que el misterio que se revela surge de la propia vida, del asombro ante las pequeñas cosas, de su ciudad de siempre, de la luz, del mar, del canto del pájaro, del amor, de la plenitud del instante. Es, ya para siempre, la conciencia del paso del tiempo, el aliento de la memoria, también el lamento por las espinas que trae la vida y que convive con la celebración y el canto.

En los textos de esta primera parte hay reflexiones sobre la inspiración y el oficio del poeta, y también sobre el proceso de escritura, un proceso que huye del artificio y que resulta de un hecho tan bello como inexplicable: “la poesía precede al poema y al poeta, existe antes que ellos, impregna el mundo”.

En estos textos Rosillo no imparte lecciones, no se erige en portador de una verdad insondable, solo abre una puerta y –sin solemnidad alguna– nos invita a pasar, comparte con nosotros cómo entiende algo que es esencial en su vida y que puede serlo también en la nuestra.

La poesía vivida con autenticidad (por el poeta y por el buen lector) proporciona a la existencia una intensidad excepcional y la aligera de banalidades. Vivimos en gran medida nuestra cotidianidad sin advertir que vivimos (…). La poesía nos acerca a la vida en sentido profundo, depara al hombre conciencia del mundo, de su persona y del tiempo completo de su vivir.

Las palabras verdaderas

La segunda parte del libro, Intermedio poético, recoge dieciocho poemas en los que la poesía es su centro y su motivo. Proceden de nueve de los 11 poemarios que ha publicado hasta la fecha. Son todos lo que están, y bien podía haberse añadido algún otro de los libros que quedan fuera, tal vez Una palabra y otra (de Oír la luz) y Acaso y El abismo (de La vida), pero la selección es espléndida.

Muchos de los temas que se desgranan en la primera parte tienen en esta segunda su correspondencia en poemas que no necesitan explicación, aunque sí lectura atenta porque a la transparencia de las palabras la acompañan, como siempre en su poesía, la belleza y la profundidad, son “las más hondas palabras”.

El poeta –ya lo dijo en el poema que abre su primer libro– es consciente de que su destino es “buscar lo que se esconde/tras la espesa corteza de los días” y cuando llega el poema “(…) la noche es ya fulgor, llanto, semilla, lucidez y delirio, tiempo entero. (…) Poco a poco/la soledad se puebla de música y palabras”.

En los versos del poema Unas pocas palabras verdaderas leemos sobre el misterio que se produce cuando el poema llega hasta nosotros “para zarandearnos sin contemplaciones/ para herirnos con toda su verdad/ y con la herida procurar consuelo”, es el daño hermoso sobre el que escribe en la primera parte del libro.

Eloy Sánchez Rosillo ha hecho de su vida “una extraña aventura/de búsqueda perpetua y tantas soledades”, una tarea emocionada de espera a que lleguen las palabras verdaderas.

–inconfundibles en su ser, pues siempre

nos hablan desde dentro de las cosas–;

las que a su modo dicen el misterio que entraña

cuanto alienta y se afirma;

las que con claridad de agua o cristal pronuncian

la alegría y las lágrimas del vivir y se posan

temblando en el papel, junto a la música

con la que van naciendo.

Conversaciones e insistencias

La última parte del libro contiene 13 entrevistas que, convenientemente editadas, como advierte Rosillo en el prólogo, se han hecho al poeta desde 2001. Las entrevistas son todas de interés, algunas se quedan en terrenos más previsibles y otras se adentran en ámbitos menos transitados, depende del medio, del momento y, es de suponer, del público al que iban destinadas.

En esas conversaciones, donde no falta el humor y que muestran a un poeta coherente, nada pagado de sí mismo, y que trata –con éxito– de no quedarse en caminos trillados y en respuestas de manual, nos encontramos con muchos de los temas que ya se han visto con cierto detalle en las dos primeras partes del libro, pero que se presentan ahora desde otra perspectiva, la que impone la pregunta y el contexto.

El poeta declara su admiración por Homero (“el más grande y el más emocionante”), Keats (“a quien el ruido del tigre le llegaba articulado”), Emily Dickinson (“en cuyos breves poemas cabe el extenso Homero, el sol, y las demás estrellas, y el petirrojo, y el grillo”) y Leopardi (“el primer poeta moderno, el primer contemporáneo nuestro”), también por algunos poetas españoles (San Juan de la Cruz, Jorge Manrique, lo esencial de Bécquer, Machado, Juan Ramón…) y, en otro ámbito,  una vez más, por Ramón Gaya (“ojalá hubiera en mi poesía algo del misterio, la transparencia y el rigor que tiene la obra de Gaya”).

Cada poema escrito, dice, es “una cristalización de toda la poesía sin palabras que existe en el mundo”, el poema, insiste el poeta, existe antes de que el poeta lo escriba. Solo se sabe lo que quiere decirse cuando ya está dicho, “en el poema se me revela una verdad o una zona de la realidad que desconocía antes”.

Las palabras –la emoción y la música de las palabras– iluminan e intensifican la existencia, pero hay que saber mirar y oír, lo ha dicho en sus poemas más de una vez, “escribir poesía es mirar y escuchar despacio”, solo así nos llega lo que de verdad importa.

***

Dice Sánchez Rosillo en la nota preliminar que abre su nuevo libro que el primero de los escritos que aparece podría servir, tal como ha quedado al revisar el texto para esta publicación, para una introducción a una nueva edición –la última es de 2018– de Las cosas como fueron, el título con el que se ha ido publicando su poesía completa. Es, qué duda cabe, una manera de acercarse más y mejor a la obra del poeta; en realidad, lo es todo el libro.

Lo esencial, en cualquier caso, está en sus poemas, y por eso esperamos que no tarde en publicar lo que ha ido escribiendo desde que terminó ese libro extraordinario que es La rama verde. No obstante, a un poeta como Sánchez Rosillo, que ha sabido encontrar esa “belleza y verdad” que, como recuerda que dijo Keats, es siempre la esencia de la poesía, se vuelve una y otra vez.

Sus poemas se mantienen con nosotros como un secreto privilegio, para leerlos como él los escribe, en soledad y silencio; felices de que él haya cumplido su sueño y felices nosotros, también “buscadores de oro”, de que tengamos siempre cerca tantos poemas que nos acompañen, tanta oportunidad para el asombro, para leer versos como estos

No se pierde en la nada la hermosura

que fue nuestra una vez. En un instante

cabe su luz entera: viejos días

que laten en la noche y que los sueños

disputan a la muerte y al olvido.