Vino al mundo Jaime Gil de Biedma y Alba en el seno de una burguesa familia castellana afincada en Barcelona. Con el estallido de la Guerra se traslada a Navas de la Asunción, población segoviana a la que siempre se sintió muy unido, de donde en 1939 retorna a su ciudad de nacimiento, en donde más tarde inicia estudios de Derecho que concluiría en la Universidad de Salamanca.

Durante su época de estudiante en Barcelona entabla amistad de por vida con Gabriel Ferrater, José Agustín Goytisolo, Josep María Castellet, Juan Marsé y Carlos Barral. Esa relación alienta su acercamiento a la escritura y le abre al paisaje de otras literaturas, especialmente de la lírica inglesa que cala en él de forma muy clara en 1953 a raíz en un viaje a Oxford, en el que descubre la obra de Auden, Eliot y Spender. Posteriormente traduciría al español obras de T.S. Elliot y Christopher Isherwood.

A los 25 años comenzó a trabajar en la Compañía de Tabacos de Filipinas, de la que llegó a ser secretario general, por lo que desde 1956 viajó con frecuencia a Manila. 

Por la concepción elegíaca de la vida que su obra refleja, Gil de Biedma entronca con Baudelaire, Machado, Vallejo o Cernuda. Así se refleja ya desde Versos a Carlos Barral, su primer libro publicado, en edición del propio autor fechada en Orense en 1952, al que siguió un año después Según sentencia del tiempo, a su último libro de poesía Poemas póstumos, de 1968, año en el que decide no volver a utilizar ese género porque, según dejó escrito: “Lo normal es no escribir, lo normal es leer”. Entre esas dos fechas vieron la luz Compañeros de viaje (1959), A favor de Venus (1965) y Moralidades (1966). Su obra completa, publicada en 1975 y reeditada en 1981 y 1985 con el título de Las personas del verbo, se concreta en ciento cincuenta páginas.

También cultivó la prosa, el ensayo, la crítica literaria y una importante correspondencia, entre otros, con Barral, Joan Ferraté, Gabriel Ferrater, Ángel González, Gustavo Durán, Jaime Salinas, Gil Albert  y Luis Cernuda.

En 1974 se publicó De regreso a Ítaca, la tercera parte de sus memorias, que tituló Retrato del artista en 1956. Por propia decisión las dos primeras, Las islas de Circe e Informe sobre la administración general en Filipinas, no se publicaron hasta 1991, después de su fallecimiento.  

En diciembre de 1988, la Residencia de Estudiantes acogió su última lectura pública de poemas y en 1991 la Diputación de Segovia creó el Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma, cuyo nombre también lleva, desde octubre de 2019, la biblioteca del Instituto Cervantes de Alejandría.  

Jaime Gil de Biedma falleció en Barcelona el 8 de enero de 1990. Sus restos fueron incinerados y depositados en el panteón familiar de Nava de la Asunción.

A través de un lenguaje que bascula entre lo coloquial y lo intimista, vertebra su obra la angustia por la pérdida: de la juventud, del amor, del tiempo que se escapa. Rescatamos su poema Amistad a lo largo:

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.

                                       Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.
Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
-ésas que ya no dicen cosas-,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.