También dramaturgo y narrador, poeta ante todo, Antonio Cipriano José María Machado Ruiz (Sevilla, 1875 – Colliure, Francia, 1939) nació en la vivienda que su familia tenía alquilada en uno de los patios del sevillano Palacio de Las Dueñas. Segundo de ocho hermanos, su padre, periodista y abogado, fue un importante investigador del folclore que firmaba como Demófilo y su abuelo paterno, el médico y naturalista Antonio Machado Núñez, insigne rector de la Universidad de Sevilla.

Con ocho años de edad se muda con su familia a Madrid, donde estudia en la Institución Libre de Enseñanza. Todavía adolescente manifiesta una clara inclinación hacia la poesía, el teatro, el arte y el periodismo, comenzando en 1895 a colaborar en el naciente diario La Caricatura y a adentrarse en el ambiente literario y teatral, integrándose en la compañía de María Guerrero y Fernando Díaz de Mendo.

Como él mismo relata en su Autobiografía: “Desde los ocho a los treinta y dos años he vivido en Madrid con excepción del año 1899 al 1902 que los pasé en París. Me eduqué en la Institución Libre de Enseñanza y conservo gran amor a mis maestros: Giner de los Ríos, el imponderable Cossío, Caso, Sela, Sama (ya muerto), Rubio, Costa (D. Joaquín —a quien no volví a ver desde mis nueve años—). Pasé por el Instituto y la Universidad, pero de estos centros no conservo más huella que una gran aversión a todo lo académico”.

París, boda y dolor

Buscando horizontes nuevos y aportar recursos económicos a su familia, que atravesaba momentos complicados, en 1899 Antonio y Manuel viajan y se instalan en París, donde trabajan como traductores en la editorial Garnier. Allí conocen a Rubén Darío, por entonces corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, y a Oscar Wilde, ambos escritores elogian los poemas de los hermanos españoles. También les presentan, en la tertulia del bar Criterium, a Pío Baroja, que dejó en sus memorias algunos recuerdos de sus encuentros en París.  

Antonio regresa a Madrid en 1903 y publica Soledades. Cuatro años más tarde logra la cátedra de Francés en el Instituto de Soria y da a la imprenta Soledades, Galerías y otros poemas. En esa ciudad, el 30 de julio de 1909 se casa con Leonor Izquierdo, la hija de los dueños de la pensión en la que se hospeda. La muchacha tiene 15 años, él 34.

Al lado de su esposa vive un tiempo de pasión que se trunca el 1 de agosto de 1912, -ese año había publicado Campos de Castilla– con la muerte de la joven tras una rápida y cruel enfermedad. Desolado, pide el traslado y obtiene plaza en Baeza (Jaén), en donde vivirá siete años. Por entonces se licencia en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid.

Desde Baeza escribe a Juan Ramón Jiménez: “Cuando perdí a mi mujer pensé pegarme un tiro. El éxito de mi libro me salvó, y no por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla”. Y a Unamuno: “La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella, pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiese preferido mil veces morirme a verla morir. Hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere”.

Segovia, teatro y Madrid

En 1917 publica Poesías escogidas y Poesías completas y a finales de 1919 nuevo traslado laboral, esta vez a Segovia, en donde asiste a la fundación de la Universidad Popular Segoviana en compañía de personajes con los que mantiene relación como el marqués de Lozoya, Blas Zambrano (padre de María Zambrano), Ignacio Carral, Alfredo Marqueríe, Javier Dodero y el escultor Emiliano Barral.

Machado, que ahora contaba con la ventaja de la cercanía de Madrid, visitaba cada fin de semana la capital participando de nuevo en la vida cultural del país.​ Esta nueva situación le permitiría recuperar la actividad teatral junto a su hermano Manuel.

En 1924 publica Nuevas canciones y en 1927 es elegido miembro de la Real Academia Española si bien nunca llegó a tomar posesión de su sillón. En una carta a Unamuno, el poeta le comenta irónicamente la noticia: “Es un honor al cual no aspiré nunca; casi me atreveré a decir que aspiré a no tenerlo nunca. Pero Dios da pañuelo a quien no tiene narices”.

En 1931 se traslada a Madrid para ocupar la cátedra de Francés en el Instituto Calderón de la Barca, recientemente creado. Y en marzo de 1932, a petición del secretario del Patronato de las Misiones Pedagógicas, se le encarga la organización del Teatro Popular.

En los siguientes años escribe menos poesía, pero incrementa notablemente su producción de prosa, colaborando asiduamente en el Diario de Madrid y en El Sol. En esa época consolida sus apócrifos, los pensadores Juan de Mairena y Abel Martín. Además continúa viéndose con Pilar Valderrama, Guiomar, -a la que había conocido en 1928 y que fue el amor secreto que le inspiró muchos de sus poemas-, y estrenando las obras escritas con su hermano.

El teatro escrito por Antonio y Manuel está marcado por su poética y trasvasa los límites del teatro comercial al uso por entonces. Sus obras para la escena se estrenan entre 1926 (Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel) y 1932 (La duquesa de Benamejí). La completan otras cinco piezas: Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929) y La prima Fernanda (1931), escritas en verso, y El hombre que murió en la guerra, en prosa y no estrenada hasta 1941. Además, los Machado adaptan para la escena comedias de Lope de Vega como El perro del hortelano o La niña de Plata, y Hernani, del escritor francés Víctor Hugo.

Valencia, Barcelona… Francia

En 1936, cuando estalla la Guerra Civil, vive en Madrid con su madre y su hermano José. A su querido hermano Manuel, que se encontraba temporalmente en Burgos, no volverá a verlo en vida. La situación se hace cada día más insostenible y a instancias de Rafael Alberti y León Felipe, Antonio, que cede tras mostrarse en principio contrario a la partida, en compañía de su madre y de su hermano menor con sus hijos, viaja a Valencia para instalarse en el pueblecito de Rocafort, a pocos kilómetros de la ciudad, en donde vivirán de noviembre de 1936 a abril de 1938. Entonces, la vena lírica se encendió de nuevo y Machado dejó para la literatura una serie de emocionados sonetos.  

Así fue. A lo largo de su estancia valenciana y a pesar del ostensible deterioro de su salud, escribió sin descanso, -artículos, discursos, poemas…-. Fue nombrado por el Gobierno presidente del Patronato de la Cultura y participó en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, organizado en aquella ciudad por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, en donde pronunció la conferencia “El poeta y el pueblo”. En esas circunstancias publica La Guerra, que ilustrado por su hermano menor José será su último libro.

En abril de 1938, ante la amenaza de que la ciudad quedase aislada, Machado y su familia se trasladan a Barcelona, donde el escritor reanuda su actividad intelectual y continúa enviando sus colaboraciones a periódicos y revistas. Pero el 22 de enero de 1939, ante la inminente caída de la ciudad, el poeta y su familia salieron hacia Francia en compañía, entre otros allegados, de Joaquín Xirau, Tomás Navarro, Carlos Riba y el escritor Corpus Barga.

Tras una última noche en suelo español en el pueblo de Viladasens, el grupo reemprende camino y a menos de un kilómetro de la frontera se ven obligados a abandonar el coche en el que viajan. Allí quedan sus maletas. En el caos de los que huyen, bajo la lluvia y un intenso frío, llegan a pie al atardecer a la aduana en donde las gestiones de Corpus Barga, que gozaba de estatuto de residente en Francia, salvan las dificultades de acceso que plantean las autoridades.

Dramático final  

Desde allí fueron trasladados a la localidad próxima de Cerbère, donde pasaron la noche en un vagón estacionado en una vía muerta. A la mañana siguiente, los Machado, con la ayuda de Navarro Tomás y Corpus Barga, se trasladaron en tren hasta Coillure, donde el grupo encontró albergue en la tarde del día 28 de enero, en el Hotel Bougnol-Quintana. Allí quedaron a la espera de una ayuda que nunca llegó.

Antonio Machado murió el miércoles 22 de febrero de 1939 a las tres y media de la tarde. Tenía 64 años.

El dramático testimonio de José Machado relataría las tremendas circunstancias del adiós. Doña Ana, madre del poeta, despertó de su estado seminconsciente y al ver vacía la cama de su hijo preguntó ansiosa por él. “Decidme la verdad”, dijo entre llantos. Fallecería tres días después.​ Ana Ruiz fue enterrada junto a su hijo en el nicho cedido por una vecina de Colliure en el pequeño cementerio de la localidad francesa. Allí reposan desde entonces los restos de ambos.  

El 5 de mayo de 1941, dos años después de su muerte, Antonio Machado fue “purgado” y expulsado del cuerpo de catedráticos de instituto. Tuvieron que pasar cuarenta años para que fuera reparada aquella injusticia y en 1981, como consta en el expediente del Ministerio de Educación, fue rehabilitado como catedrático de Francés del Instituto Cervantes, de Madrid, donde ejercía al comenzar la Guerra Civil.

La obra del escritor al que Unamuno describió como «el hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos conozco», tuvo inicialmente tintes modernistas, simbolistas y románticos, para madurar hacia una poesía hondamente reflexiva y humanista. “Hablaba en verso y vivía en poesía”, escribió Gerardo Diego sobre el autor de La tierra de Alvargonzález  y Canciones del Alto Duero.

Contemplativo y soñador, romántico, escéptico y desengañado, en su evolución poética habitualmente se remarca el entorno intelectual de sus primeros años, en los que pesan la figura de su padre y el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza; la influencia de sus lecturas filosóficas, entre las que son claves las de Bergson y Unamuno; la fugacidad de la existencia, el amor, el dolor y la continua reflexión hondamente preocupada sobre la difícil y querida España que le tocó vivir.

De su producción rescatamos uno los poemas de su período último. El crimen fue en Granada, desgarrado lamento por el asesinato de Federico García Lorca:  

I El crimen

Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
– sangre en la frente y plomo en las entrañas –
… Que fue en Granada el crimen
sabed – ¡pobre Granada! -, en su Granada…

II El poeta y la muerte

Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
– Ya el sol en torre y torre, los martillos
en yunque –  yunque y yunque de las fraguas.
Hablaba Federico,
requebrando a la muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el golpe de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»

III

Se le vio caminar…
                             Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!