El Greco creó con sus pinceles un nuevo mundo de imágenes religiosas y una revolucionaria forma de tratar y mostrar a los individuos divinos o terrenales, de tal fuerza que hoy podemos fácilmente reconocerlo como propio del Griego de Toledo.

Nacido en la capital de la isla de Creta, territorio de la República de Venecia, en el seno de una familia griega probablemente ortodoxa, se formó como pintor de iconos siguiendo los dictados de la tradición artística tardobizantina, para asimilar parcialmente algunas de las fórmulas del Renacimiento, que incorporó de manera aislada.

En 1563 era ya maestro de pintura y en 1567 pasó a Venecia, donde residió hasta 1570. Más que ser discípulo de Tiziano en la ciudad de la Laguna, pudo aprender su estilo desde fuera de su taller. Se afianzó lentamente en el dominio del arte occidental del Renacimiento véneto, en su empleo del color, la perspectiva, la anatomía y la técnica del óleo, aunque sin abandonar por completo sus usos tradicionales.

Tras un viaje de estudios por Italia (Padua, Vicenza, Verona, Parma, Florencia), se instaló en Roma, donde permaneció hasta 1576-1577, e inicialmente estuvo alojado en el ático del palacio del Cardenal Alessandro Farnese. En 1572 fue expulsado de la servidumbre del Cardenal e ingresó, con derecho a abrir su propio taller, en la asociación gremial romana, la Accademia di San Luca, trabajando preferentemente desde entonces como retratista y en pequeñas obras religiosas para clientes particulares. No obstante, no debió de conseguir éxitos de envergadura, por lo que decidiría emigrar.

Las razones de su viaje a España

Desconocemos las razones de su viaje a España. Su supuesto interés por entrar al servicio de Felipe II, con ocasión de la obra decorativa del monasterio del Escorial, es sólo una hipótesis. En 1577, en Toledo, contrató con la catedral y el monasterio de Santo Domingo el Antiguo los primeros lienzos aquí documentados, El Expolio para aquélla y tres retablos para éste, de los que dos lienzos se conservan en el Prado.

Desde esta fecha, Doménico “El Griego” reside  en Toledo, de donde saldrá en escasas ocasiones, siempre por motivos laborales. Su vida transcurre sin pasar por episodios señalados, si descontamos sus nueve pleitos documentados, incoados por él mismo o por algunos de sus clientes, ya fuera a causa del valor y precio por el que se tasaban sus lienzos o por las quejas, de orden técnico, o por razones iconográficas.

Tras ver rechazado en 1584, por Felipe II y la congregación jerónima escurialense, su encargo regio del Martirio de San Mauricio, para uno de los altares de la basílica, el Greco amplió su taller, iniciando la producción de retablos –no sólo de lienzos– para conventos y parroquias de la ciudad y del arzobispado toledano, así como de cuadros de dimensiones reducidas para una clientela de carácter privado más que institucional.

Complejos sistemas formales

En algunas de sus últimas obras, el Greco tendió a proyectar de forma altamente innovadora conjuntos artísticos plurales, en los que se combinaban las esculturas, la arquitectura de los retablos con sus lienzos y otras telas empotradas en muros o bóvedas, concibiéndolos como complejos sistemas formales y visuales que debieron producir efectos fascinantes. Hoy es difícil encontrar alguno en su estado original.

En un ambiente refinado, probablemente gastando más de lo que ingresaba por su trabajo, y rodeado por la intelectualidad académica toledana, el Greco murió sin dejar testamento el 7 de abril de 1614, dejando una obra elogiada por los poetas culteranos Luis de Góngora y Fray Hortensio Félix Paravicino. Mitificado por sus colegas a causa de sus tentativas por la dignificación social de la profesión pictórica, criticado también por los más intransigentes teóricos contrarreformistas por sus licencias formales e iconográficas, dejó fama de "extravagante", singular y paradójico por su pensamiento teorético y su estilo personalísimo.

Su arte, repudiado por la Ilustración dieciochesca, fue redescubierto por los románticos y los pintores franceses del siglo XIX, iniciándose por parte española la apropiación españolista del hasta entonces tenido por un griego discípulo de Tiziano. La Generación del 98 lo entendió como representación del espíritu religioso español del Siglo de Oro y las corrientes pictóricas de comienzos del siglo XX lo vieron como un precedente de sus propias  preocupaciones expresionistas, subjetivistas y atormentadas, libres y opuestas a la imitación servil y mecánica de la realidad.

En la actualidad, la interpretación de la pintura del Greco se encuentra en pleno proceso de renovación y debate; han sido puestas en entredicho su vinculación con la espiritualidad de los carmelitas descalzos y su identificación con los valores hispanos, al subrayarse su italianismo artístico y cultural y el carácter filosófico de su arte.