José Payá Beltrán nació hace 52 años en Biar (Alicante), un pequeño pueblo de poco más de tres mil habitantes que él mismo define como un «lugar encantador y muy recomendable donde puedo seguir viviendo porque trabajo como profesor en el Instituto de Enseñanza Secundaria Profesor Manuel Broseta, de Banyeres de Mariola, otro pueblo precioso que está a quince minutos de mi casa, en donde disfruto dando clases».

La lectura, la conversación, el teatro y el cine se cuentan entre las actividades preferidas de quien a lo largo de esta entrevista comenta que «la escritura no ocupa la primera de mis aficiones porque, aunque parezca que no, me cuesta y, debe de ser la edad, cada vez me veo más perezoso, más inclinado a realizar otras actividades que requieran un esfuerzo menos intenso».

Con aires de Patricia Highsmith y sombras sacadas de la cámara de Hitchcock, Piedras está narrado desde la voz del propio criminal y plantea un inesperado final. Como señaló el jurado a la hora de su decisión: «Sin necesidad de artilugios lingüísticos, valiéndose de una prosa fluida, cuidada y aligerada de hojarasca, enreda al lector, le hace partícipe de un juego de misterio y suspense, consigue el efecto sorpresa buscado y le ofrece la posibilidad de que sea él quien complete el cuento».

– ¿Qué supone para usted lograr este premio?

Todo reconocimiento es genial y si es de la categoría que posee este premio internacional, pues mejor. La labor del escritor (imagino que la de cualquier creador: pintor, compositor…) es muy solitaria: invertimos semanas, meses, años… concibiendo y creando un producto que, a veces, no llega a nadie o a muy poca gente. De ahí el empujón anímico que supone cualquier premio o reconocimiento. Es como si te diesen una cariñosa palmada en la espalda y te alentasen a continuar por ese camino, a porfiar en tu empeño por sacar lo mejor de tu imaginación y de tu capacidad creadora.

– ¿Ha ganado otros premios literarios?

Sí, por suerte varios jurados han considerado, a lo largo de muchos años, que mi prosa era digna de algún tipo de reconocimiento; de lo cual estoy muy satisfecho, claro. He obtenido premios de poesía, de relato y de novela corta. Y todos han sido una inyección de ánimo, un acicate para continuar escribiendo.

– ¿Cómo surgió Piedras?

Sé que escribí el relato con la vista puesta en un concurso de relatos de misterio; sin embargo, una vez terminado, advertí que era para autores de menos de 25 años. Fue entonces cuando me topé con las bases de este galardón y decidí enviarlo. Mentiría si dijese que no pensaba ganarlo: cualquiera que compra un décimo de lotería tiene la esperanza de que le toque el Gordo. Pero también mentiría si dijese que sabía que lo iba a ganar… Después de muchos años en el mundo de la literatura uno es consciente de que la obtención de un galardón se debe, en un tanto por ciento muy alto, al azar.

En cuanto a la idea sobre la que nace la historia confieso que apenas la recuerdo. Sé que estaba leyendo una novela de Patricia Highsmith –puede ser El juego de Ripley o El juego del escondite– y sé que me contagié de ese ambiente enfermizo de las historias de la novelista norteamericana, de la sordidez que emanan sus páginas. Más allá, nada: ni cuándo, ni el momento del nacimiento de la idea… También recuerdo que el primer título era Celos, pero luego me pareció demasiado evidente y, además, podía alertar al lector sobre el desenlace de la narración. Me sorprendió mucho que, en el acta del jurado, señalaran la influencia de Highsmith; esa apreciación demuestra que sus miembros son grandes lectores, lo que ya imaginaba, y, además, muy avispados.

– El suspense como elemento esencial de esta historia…

No es el suspense, porque el suspense es otra cosa: cuando el lector (o el espectador cinematográfico) sabe más que los personajes y, evidentemente, no puede alertarlos. Eso es el suspense: el tipo oculto tras la puerta que el protagonista está a punto de cruzar. Sin embargo, en Piedras, el lector sabe lo que el narrador le comunica y, como tal, es un narrador selectivo que, al final, muestras sus cartas y, entonces, adquieren un significado nuevo algunas de las palabras del protagonista. Y es curioso, porque en mis novelas, por ejemplo, suele suceder lo contrario: los lectores siempre saben más que los propios personajes. En ellas sí hay una alta dosis de suspense. En este relato la perspectiva es la opuesta: el lector está en manos del narrador/protagonista, y solo sabe lo que este le da a conocer. Miro hacia atrás y, al recordar la mayoría de mis relatos, advierto que esta técnica es frecuente en la mayoría de ellos.

– ¿Es el thriller el género en el que se mueve mejor como escritor?

La respuesta corta es sí. Una respuesta más larga –producto de mi faceta como filólogo– parte de la definición de thriller, que considero que se trata de un concepto que, como muchos otros (novela negra, por ejemplo), se ha desvirtuado con el paso de los años, quizá debido a un uso arbitrario y poco ortodoxo. Thriller es una palabra relativamente reciente, datada por vez primera en 1889. Proviene del verbo to thrill que significa “emocionar”; es decir, thriller sería “el, la o aquello que emociona”. Y yo me pregunto: ¿qué obra de ficción no busca emocionar? De lo que se deduce: en ese caso, ¿no son todas la obras de ficción, de un modo u otro, thrillers? Unos años más tarde, y en slang, adquirió el significado de “una narración o drama sensacional”, sobre todo si la historia se asentaba sobre un tema de misterio o policiaco. A la conclusión que quiero llegar es a que, en la práctica, resulta muy difícil escribir una obra literaria que no sea etimológicamente un thriller. El lector debe de estar ya un poco harto de mi perorata filológica; así que quizá sea mejor que se quede con la respuesta breve. Me gusta mucho escribir thrillers, porque también disfruto mucho leyéndolos. Escribo lo que me gusta leer: puede parecer una perogrullada, pero la experiencia –y las conversaciones con algunos otros escritores– me dice que no siempre es así.

– ¿Por qué el lector debería acercarse a esta narración? ¿Qué mensaje le gustaría que quedase tras su lectura?

No soy autor de mensajes… O al menos autor “consciente” de estar transmitiendo mensajes. Concibo la literatura más cercana al delectare que al docere; busco entretener antes que enseñar. Lo que pretendo al escribir es lo mismo que busco al leer: que el autor me entretenga… Si, además, la forma en que se envuelve el concepto está elaborada y advierto en el autor una voluntad de estilo, más allá de un mero narrador, ¡pues mucho mejor! Pero, por desgracia, esta conjunción entre forma y fondo no siempre se consigue del modo más óptimo. Por tanto, lo que deseo es que el lector de Piedras disfrute de su lectura: sonría cuando haya que sonreír, sufra cuando tenga que hacerlo, se sorprenda cuando haya que sorprenderse… En pocas palabras, se sumerja en la alegría inicial del relato y luego se deje vencer por la sordidez última.

– ¿Cuáles son sus autores favoritos?

En su sencillez es una pregunta complicadísima. Si hubiera leído cien libros en toda mi vida, creo que la respuesta sería más fácil. Pero he de confesar que soy un lector casi compulsivo que no baja de cien libros al año… Además, seguro que si hiciera una lista se me olvidarían muchos. Lo cierto es que me gustan muchas cosas de muchos autores. Por citar algunos, mencionaré la mayoría de las novelas de Dürrenmatt; todo lo que he leído de Chesterton, Sciascia y Galdsworthy –que ha sido mucho–; algunas escenas de Wharton; la falsa sencillez de Graham Greene; la lentitud y la cadencia de Azorín; la imaginación de García Márquez; la adjetivación de Miró; muchos títulos de McEwan y de Barnes; todo Proust; algunas páginas de Rosa Montero; mucho de John Irving, Oates, Matute, Luis Mateo Díez, Delibes; el Pascual Duarte de Cela; el Pedro Páramo de Rulfo más que sus narraciones breves; los cuentos de Hemingway más que sus novelas, salvo París era una fiesta; los largos periodos de Faulkner; Muñoz Molina, pero no los últimos títulos, que me parecen tediosos y repetitivos; algunos momentos concretos de Hammett y de Chandler; Borges y Valle-Inclán casi en su totalidad; los relatos de Cortázar; las novelas más íntimas de Elena Quiroga; el San Manuel de Unamuno… La lista sería tan extensa que solo serviría como una muestra de los nombres más señeros de la literatura occidental.

– ¿Por cuales se siente influido a la hora de escribir?

Imagino que por todos, por muchos aspectos de todos, claro. También depende de qué esté escribiendo en ese momento. En un relato busco la intensidad y al tiempo la incertidumbre que me provocan Cortázar o Borges, por ejemplo. En una novela las influencias se muestran dependiendo del argumento de la historia, del momento o la escena que describa. En Piedras, por ejemplo, aunque el ambiente y “aroma” que desprende la historia está muy cercano a Patricia Highsmith; la voz del narrador se parece más a Jim Thompson, por ejemplo, o a la socarronería de Jardiel Poncela o Wenceslao Fernández Flórez y su Malvado Carabel, pero barnizada de mucha mala leche. Diré que es ahora, cuando intento responder a la pregunta, cuando se me aparecen estos nombres y estos títulos. En el momento de la escritura están ahí, por supuesto, pero de un modo inconsciente, no pienso en ello, no me planteo “¿Cómo escribiría esta situación Delibes o Cortázar, por ejemplo?”. Simplemente mi muñeca obedece los dictados de mi conciencia… ¿pero qué dictados obedece y sigue mi conciencia? Eso me es imposible de decir.

– ¿Considera que la lectura y la escritura ocupan el lugar que les corresponde en la sociedad?

La pregunta da para una, o más, tesis doctorales… En primer lugar habría que ponerse de acuerdo en cuál es el lugar que le corresponde, qué merece la literatura en la sociedad. Porque imagino que al hablar de “lectura y escritura” se refiere a la literatura, ¿no? Como otro modo de arte, la literatura es imprescindible para la realización plena del ser humano. Ya lo dijo Pessoa: «La literatura, como el arte en general, es la demostración de que con la vida no basta», de que el ser humano no puede llegar a completarse únicamente con lo que la vida ofrece. La pregunta, también, parece dar por hecho que hubo un tiempo en que la literatura sí ocupaba el lugar que les correspondía en la sociedad… Y creo que no es así, que nunca fue así. Aunque me pese, creo que el arte es un elemento marginal de la vida humana… pero imprescindible para que ésta adquiera un sentido total.

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