¿Qué hacer con el dolor cuando este nos ciega? ¿Qué hacer con la ceguera cuando esta no nos deja ver lo que de verdad tenemos alrededor? El teatro tiene la capacidad de convertirse en un lugar común donde poder ver, de manera directa, lo que el ser humano no se atreve a mirar de frente en su día a día. Las artes tienen el poder de correr los velos, dejando al desnudo los huecos que intentamos disimular ante nuestros semejantes.

Convertimos en rabia y maldición ajena aquel dolor propio que no sabemos transformar en aprendizaje, y con La tuerta emprendemos un viaje hacia el desvelo, cayendo por la cuenca vacía que la actriz María Jáimez (Cucaracha con paisaje de fondo de Javier Ballesteros; La voluntad de creer de Pablo Messiez) abre sobre el escenario.

Anne Sexton nos legó el verso «vive o muere, pero no lo envenenes todo». Estas palabras marcaron el inicio de la ópera prima del actor Jorge Usón (Las noches de Tefía, Veneno o Voy a pasármelo bien) como autor y director. La obra es una tragicomedia que explora la imposibilidad de amar y perdonar, todo ello presentado con humor y basado en la interpretación de una única actriz en un espacio vacío.

‘La tuerta’. Foto: Vincent Urbani.

La protagonista maldice al principio del cuento: “Si yo no amo, nadie lo hará”. Jáimez asume múltiples personajes en escena, utilizando únicamente una venda y un lienzo en blanco. Su labor interpela directamente a la imaginación del público, permitiendo ver lo que los personajes ven. En otras palabras, nos insta a dejar de ver lo que queremos ver y comenzar a observar con mayor profundidad.

Con este monólogo, la compañía Nueve de Nueve Teatro ha querido ahondar en aquello que se esconde en las palabras de Sexton, y la rabia se les reveló como una entidad. «Es ella (la rabia) quien nos obliga a renunciar a los placeres de la vida y nos pone a trabajar para que nadie más los disfrute», aseguran. La rabia no solo se opone al amor, sino también al perdón, la compasión, la risa e, incluso, la tristeza. El abuso, la feminidad, el poder del perdón y el duelo son otros temas que completan la historia.

La tuerta es un cuento, un esperpento poético con humor y terror, donde el amor y la rabia luchan por hacerse con el trono de la eternidad. Un homenaje al teatro mismo y al poder transformador del perdón. Usón cree que «si vivimos pensando que la vida nos debe algo, cuando el amor nos haga señas no las veremos, tengamos un ojo o los dos».

Sobre las tablas, una sola actriz y dos partes dramatúrgicas. Una más fría, donde se cuenta la historia de la menina barroca convertida en gorgona, y una segunda, más cálida y flamenca, en la época actual, donde aparecen Lucía y Lucía-niña, alegre y vital. El público descubrirá, a través del enredo y el disparate, que el alma de la joven está poseída por la gorgona desde que perdió su ojo derecho a los 15 años. A esa edad Lucía perdió no solo el ojo sino también la risa, la misericordia y el baile por bulerías.

El equipo lo secundan profesionales como Juan Gómez-Cornejo (Premio Nacional de Teatro) en la iluminación; Alejandro Andújar en la escenografía y vestuario, y Mariano Marín en la música. La tuerta es el quinto espectáculo de Nueve de Nueve Teatro, compañía del propio Usón junto a Carmen Barrantes. Con su última producción, Con Lo Bien Que Estábamos (Ferretería Esteban) de José Troncoso, la compañía se llevó dos Premios Max.


Entrevista a María Jáimez

«El juego va de que el espectador vea lo que la tuerta ve»

María Jáimez. Foto: Vincent Urbani.

María Jáimez. Foto: Vincent Urbani.

– ¿Cómo, cuándo y dónde nace La tuerta?

Antes de la pandemia estaba en un momento en el que el trabajo no llegaba, así que decidí materializar mis oportunidades. Jorge Usón me encantaba como artista, le propuse que me dirigiera (y el bendito dijo que sí…) y el planteamiento fue encerrarnos a ver qué quería el teatro que contásemos juntos, sin expectativas. Alquilé una habitación muy grande en el piso de un amigo y forré las paredes con un telón negro, para tener ambiente de sala de ensayo. Después de dos semanas probando, «presentando material» (como dice Jorge), tuvimos claro que íbamos a seguir ahondando. Y hasta hoy.

– ¿Cómo enfrenta una obra en la que tiene que defender varios personajes sobre un espacio vacío?

Sobre todo, en esta pieza el juego va de que el espectador vea lo que la tuerta ve. Fueron muchas horas de ensayo mano a mano con Jorge (horas de ese tiempo que no se mide con el reloj) dedicadas a que esos emblemas con los que interactúan Conchita o Lucía se apareciesen y a dar fe de que estaban ahí. Y así sigo, es algo por lo que paso en cada función… Que si ella está viendo el espejo de su habitación, si está en una cafetería abarrotada de gente o en un río todo el público sea testigo de lo mismo. Y desde un lugar muy placentero y de juego. Con La tuerta tengo la sensación de estar por detrás de lo que sucede, un poco de espectadora, pero guiando la cosa, evidentemente, no de loca poseída (eso la tuerta, no yo). Hay un juego en el que las cosas suceden a mi pesar y sin juicio, y eso me da mucho gusto.

– La hemos podido ver en obras corales, pero aquí sostiene un monólogo, ¿qué capacidades actorales requiere?

Creo que las capacidades son siempre las mismas: escucha, cuerpo y voz al servicio de lo necesario para que ahí suceda lo que tiene que suceder. Cuando hay compañeros hay una red más tupida en la que, si fallas, los otros te sostienen. Para mí la gran diferencia es que hay unos ojos a los que mirar justo antes de salir a escena con un guiño, cuando se dice «ahora vamos a jugar juntos». Aunque siempre está Jorge conmigo (esté presente o no), con La tuerta no tengo esa mirada previa. Antes de salir a escena siempre pienso: «¿Por qué me dedico a esto? ¡Qué necesidad!», pero a la vez me digo: «¡Qué suerte dedicarme a esto, cómo me lo voy a pasar!».

– ¿Qué le transmite el personaje al público?

Mucha empatía y compasión. Mucha gente me dice: todos tenemos o hemos tenido una tuerta dentro. Y mucha risa. La gente se lo pasa muy bien y ve lo que la tuerta ve. Y es que, claro, ¿quién no ha jugado siendo niño a ver grandes praderas inundadas de dragones escupiendo fuego?

– ¿Qué aprendizaje se lleva?

Por un lado, me gusta mucho la parte de la mirada fresca e inocente de las primeras veces que miramos las cosas de la vida, como el amor. Recordarme que hay que mirar así. Por otro, que perdonar no es un camino fácil pero que hay que atreverse a recorrerlo, aún sin saber adónde te llevará. Y me llevo el gran aprendizaje de lo importante que es materializar los deseos: poner fe, encontrar a un amigo, dedicarle horas y hacer, hacer, hacer, con amor, con compromiso y con humor. Con la seriedad del juego. Hacer.

Jorge Usón y María Jáimez. 'La tuerta'.

Jorge Usón y María Jáimez. ‘La tuerta’. Foto: Pedro Anguila. 

– Tras su paso por Alcalá, ¿dónde más podremos ver La tuerta?

Tenemos ya representación en El Ejido y estamos hablando para volver a Madrid en octubre. Menos de lo que nos gustaría, ¡me lo paso tan bien con la tuerta! Además optamos a cuatro candidaturas a los Premios Max de este año. Ojalá eso sirva para que La tuerta siga buscando su ojo en los escenarios.

– ¿Una invitación al público para venir a compartir tu trabajo?

Venid al teatro a dejaros mirar por la tuerta.

– ¿Una frase?

«Sigue el camino de baldosas amarillas». Es algo que Jorge Usón me repetía mucho en los ensayos para alentar a que la cosa crezca, y que tengo presente siempre en la creación, no solo en esta obra.

– ¿Una canción?

Tú que vienes a rondarme, de Maria Arnal y Marcel Bagés.

Y el teatro nos trajo La tuerta

Jorge Usón

María y yo buscábamos una forma y un lenguaje y el teatro nos trajo La tuerta. El texto se transcribió durante los ensayos y la puesta en escena se pensó como una obra pictórica donde la luz y el lienzo pudieran expandir la acción como únicos elementos escenográficos, sin atrezo ni objetos.

Nuestras referencias en pintura fueron Goya, Velázquez, Warhol, Patinir y Caravaggio, entre otros. En música, Chopin, Falla, La Niña de los Peines, Schuman… En cine, Roy Andersson, Buñuel, Fellini, James Whale… En teatro, Kantor, Donelland, Bob Wilson, Pina Bausch o La Zaranda. Llamamos a Juan Gómez-Cornejo como iluminador y Alejandro Andújar como escenógrafo. Con ellos y la música de Torsten Weber y Mariano Marín nos adentramos en lo desconocido.

Ante nosotros aparece una actriz en medio de un lino blanco. A través de ella veremos mucho más. Veremos, por ejemplo, un gusano que sale de una manzana o las profundidades de un río turbulento azotado por una tormenta eléctrica. En cada representación damos fe de que el público ve lo que el personaje ve. Y esto se produce de forma directa, bella, imprevista y epifánica para todos.

El primer día de ensayos nos adentramos en una habitación oscura y en un momento muy oportuno un personaje nos encendió un fósforo y nos mostró el camino. El camino de baldosas amarillas. A partir del nuevo sendero la poesía se fue haciendo visible con cada paso y el teatro en su vaivén sorprendente impulsaba la acción verso a verso.