A los 17 se bajó de un avión en Suecia y en apenas tres semanas comenzó a escribir su deslumbrante historia. La historia de quien colocó a Brasil, un Brasil que precisaba salir de la debacle del Mundial anterior, como cuna del jogo bonito. Las imágenes de la época lo confirman.

Corría 1958 y aquel chaval fue determinante para que su equipo -aquel Brasil herido- se plantase en la final. Noventa minutos que asombraron al mundo de la mano de un tipo que jugaba sonriendo. Un muchacho no especialmente fornido que en un momento del partido acolchó el balón en el pecho al tiempo que dibujaba un sombrero sobre la cabeza del defensa –un sueco que más tarde reconocería que “no había visto nunca algo semejante”– bajaba la bola al pie para eliminar al siguiente contrincante con un nuevo gorro imposible, para acabar acribillando al portero con el exterior del empeine: Brasil campeón.

No son pocos los que habiendo visto casi todo lo que se puede ver en un estadio hablan del más sublime gol que recuerdan. Después vendrían muchos otros para edificar una leyenda irrepetible. Busquen los vídeos. Un artista se ha ido. Firmaba como Pelé.