Como dije, llevo años visitando este lugar. Hay quienes pasan y saludan, nadie se sienta a mi mesa. No soy buena compañía, no me gusta hablar. Mis pláticas casi siempre son hacia el interior, las ideas vienen revueltas, las repito una y otra vez en mi cabeza hasta que logro acomodar las frases de manera coherente, pero si intento expresar algo antes de ese proceso mental simplemente digo cosas a medias, sin sentido o termino por balbucear y tartamudear.

Ana, en cambio, es una excelente escuchadora y le gusta platicar. Cuando la conocí, todo el tiempo estaba rodeada de amigos. Yo hubiera sido incapaz de acercarme, fue ella la que se sentó a mi lado aquella tarde, me pidió un cigarro y se quedó aquí, en la misma mesa conmigo, durante horas. Estuvimos en silencio los primeros minutos. Después, entre largas pausas soltamos algún comentario sin importancia, me sentí realmente cómodo después de un rato. Fumamos un cigarro tras otro y yo tenía todo el tiempo necesario para elaborar cada frase. Pasamos poco tiempo el uno sin el otro desde esa tarde hasta que decidimos vivir juntos, en la misma casa que compartimos ahora. Son ya tres años desde entonces. Sé que a veces se esfuerza demasiado porque me ama. Por eso no digo nada cuando no me mira a los ojos al decirme que saldrá con alguna amiga y pasará la noche fuera. No le reclamo cuando se esconde para responder mensajes desde su teléfono. Me hago el distraído cuando comemos en silencio y veo de reojo que lanza su mirada al vacío como anzuelo para atrapar un recuerdo, tuerce la boca y se lo traga con un suspiro.

Tomo media cerveza de un trago, desde que desperté ya me imaginaba aquí sentado bebiendo una cerveza. Y fumando. En mi imaginación aún fumo todo el tiempo: cuando bebo, cuando leo, viendo la televisión, observando a Ana. Me encanta su espalda desnuda entre volutas de humo después del sexo. Pero ya no fumo ni antes ni después del sexo. Vaya, últimamente ni siquiera tenemos sexo.

Miro palomas y gorriones comiendo migajas del piso. A Ana le gustaban los gorriones, durante un tiempo crió algunos hasta que le aburrieron. Se aburre con facilidad. Ahora conserva sólo una pareja a la que le tiene especial cariño, pero incluso esa pareja de aves a veces le desespera, los ha dejado dos o hasta tres días sin comer, en la jaula sucia. Una vez, al inicio de nuestra relación, habló de tener hijos. Yo no dije nada, pensé tanto en qué responderle, en cómo responderle, lo pensé demasiado hasta que ella se levantó de la cama sin decir una palabra. No volvió a tocar el tema. Para mí fue como si lo hubiéramos discutido lo suficiente en medio de ese no decirnos nada.

Termino mi cerveza y de inmediato pido otra. Frente a mí, un hombre y una mujer de edad madura fuman mientras platican acerca de su pasado, apenas se conocen, es su primera cita. Es fácil saberlo. ¿Qué bebes? ¿A qué edad te casaste? ¿Cuántos años antes del divorcio? ¿Hijos? ¿Fumas? Observo el anillo encendido que recorre el tabaco, lo escucho arder.

Ana decía que disfrutaba viéndome fumar. Vaya, que disfrutaba viendo cómo yo disfrutaba cada fumada. Pero lo que le gustaba era verse a sí misma. Nunca le he confesado que lo primero que me atrajo de ella fue su manera de chupar el cigarrillo, sin apretarlo, sólo posándolo en los labios para después jalar el humo muy despacio, como si fuera el humo el que decidiera penetrar en ella. Irremediablemente comencé a imitarla.

Ella dejó el tabaco hace unos meses. De un día para otro comenzaron a molestarle el humo y el olor, no me permitía acercarme a ella si tenía un cigarro en la mano o recién había fumado. En realidad creo que fue eso, más que el diagnóstico del doctor, lo que me hizo dejarlo. ¿Cuánto tiempo tardará en desaparecer por completo el olor a tabaco en una persona que ha fumado más de treinta años? La distancia entre Ana y yo no se ha reducido en seis días.

Frente a mi mesa veo estacionar a «la nave de los locos», así le llaman. No, así he decidido llamarla yo desde la primera vez que la vi. Es una camioneta blanca, tipo van. Cada domingo lleva a un grupo de pacientes del sanatorio mental cercano a la plaza, se estaciona, los pasajeros descienden y pasean por los alrededores o se sientan a beber café o té. Regularmente es el mismo grupo, de vez en cuando cambia uno que otro paciente, pero la mayoría vuelve durante meses. De algunos conozco muy bien sus gestos, sus manías, puedo anticipar sus movimientos o reacciones. Esa mujer que espera a que la mesa junto a la entrada se desocupe o, mejor dicho, presiona para que la mesa junto a la entrada se desocupe, pedirá un té, lo endulzará con una pizca de azúcar y moverá la cucharilla dentro de la taza todo el tiempo que permanezca ahí sentada para dar, finalmente, sólo un trago que apenas remoje sus labios antes de partir.

Un hombre joven camina hacia los gorriones que comen migajas del piso frente a mi mesa, su rostro enjuto y ojeroso es nuevo para mí, no lo había visto antes con el grupo. Se pone en cuclillas junto a las aves. Toma en sus manos a un gorrión. La pequeña ave se deja agarrar cual cría domesticada, se ve diminuta entre sus manazas. Camina hasta mi mesa. Se sienta junto a mí. Deja asomar la cabeza del gorrión por un hueco formado entre pulgar e índice. Saca un trozo de pan del bolsillo. Arranca un pedazo con los dientes, lo mastica un poco, asoma la punta de la lengua y alimenta al gorrión.

Llego a casa ansioso por contarle mi tarde a Ana. Ella asiente a cada frase, pero sin prestar atención a lo que digo. Pregunto si puedo llevar la próxima semana la pareja de gorriones que aún conserva y regalarla a aquel hombre, quizá le sirva como terapia y ella se liberaría de atenderlos. Asiente de nuevo. No estoy seguro de que realmente me haya escuchado. Camina de un lado a otro, parece ocupada, pero en realidad no hace más que cambiar las cosas de lugar para después regresarlas al mismo sitio. El silencio se destraba un instante cuando ella se para frente a mí, pronuncia mi nombre, me observa y dice algo incomprensible con la mirada. Una pausa… «olvídalo»…, y vuelve a su silencioso ajetreo.

Las últimas noches han sido terribles. Cuando llega esta hora y Ana se ha ido a acostar, la necesidad del cigarro es apenas soportable. Me sirvo un trago y doy vueltas por la casa abriendo cajones, reviso entre los libros, en las repisas, en medio de los cojines de la sala. Si encontrara un cigarro, no me lo fumaría, mi decisión es definitiva, pero me distraigo buscándolo. Debajo de las escaleras veo una maleta que compramos y nunca estrenamos. No recuerdo la última vez que salimos de viaje. Ni siquiera recordaba la maleta, estuvo guardada todo este tiempo en el armario a donde van a parar todas esas cosas que hemos decidido olvidar.

Bebo mi trago y subo las escaleras. Entro al cuarto con la intención de contarle a Ana el resto de mi tarde en los portales de la plaza. Sé que está despierta todavía, pero ella quiere que piense que está dormida, lo sé por su respiración. Me meto despacio a la cama para no molestarla. La imagino de pie frente a mí, su cuerpo desnudo entre volutas de humo, pero esta noche no logro mantener viva esa imagen, el rostro del joven en la plaza invade todo mi imaginario. Mientras le daba de comer al ave me miraba obstinadamente. Sin parpadear ni gesticular comenzó a apretar al gorrión en su puño y lo extendió hacia mí. El pico se abría cada vez más y lanzaba un chirrido detestable que me provocó asco primero y una rara excitación después. Escuché cómo se quebraban sus frágiles huesos, como palillos. La imagen podía parecer grotesca, pero en la mirada encendida de ese muchacho poco a poco se alojaba una envidiable paz.

Más sobre el II Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

El gran número de autores innovadores y la gran calidad del cuento español en el panorama literario contemporáneo es un fenómeno reconocido tanto por la crítica especializada como por los aficionados a la literatura en general y a la narrativa breve en particular. Con el objetivo de promover y difundir este género, hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores SL, convocaron la segunda edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 4.000 euros y cuyo plazo de presentación de relatos concluye el 7 de julio de 2021.

Durante la fase previa, cada semana el Comité de Lectura seleccionará el relato que, a juicio de sus miembros, sea el mejor entre los enviados hasta esa fecha. El relato seleccionado se publicará posteriormente en hoyesarte.com. Este procedimiento se repetirá cada semana, durante las 27 semanas (tantas como las letras del abecedario de la lengua española) comprendidas entre el 2 de enero de 2021 y el 7 de julio de 2021. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del primer y segundo premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 2 de enero de 2021

Cierre: 7 de julio de 2021

Fallo: 6 de agosto de 2021

Acto de entrega: 21 de agosto de 2021