Evans, que trabajó para la Farm Security Administration (FSA), escribió con su trabajo uno de los capítulos más conocidos de la historia de la fotografía, punto de partida de un arte enfocado al ámbito de lo social. Ambos resaltaron la realidad de la sociedad estadounidense, alejándose de aquellos retratos que heredaban toda la sofisticación de la vanguardia europea.

El trabajo realizado para la FSA daba cuenta del desastre humano que supuso el Crack del 29, a la vez que trataba de mostrar los esfuerzos que el gobierno llevaba a cabo para erradicar el desamparo de los más necesitados. Parte del mundo ideal vaticinado por las vanguardias (LeCorbusier, la Bauhaus…) se desmoronaba, naciendo con ello la Street photography.

Levitt: mirar el mundo

No es que el mundo maquinista de la gran ciudad se hubiese exaltado previamente, pero con ello se lograba fijar la atención sobre otros objetivos a los buscados por Stieglitz: urbes ciclópeas, enormes máquinas bien engrasadas que desdibujan a sus habitantes y los aplastaban en nombre del progreso, bien henchido y eficiente. O a los buscados por Paul Strand: seres humanos fundidos en un entorno que los minimiza. Aún podría decirse que incluso los ampliaban al reducir al mínimo la sofisticación estética.

Las series fotográficas de Evans pudieron verse en el MoMA, pero su influencia se trasladó a las revistas. Ese nuevo estilo de mirar el mundo pudo llegar a todos los hogares.

Helen Levitt se centró en el distrito de Harlem, en Nueva York, ejemplo ilustrativo de cómo la inmigración europea hizo posible el auge económico en medio de los vaivenes políticos de los años 30. Tomó de Cartier-Bresson la captura fotográfica de lo real, algo que el ojo no vio, de manera que aún sobrevuele la imagen estática. El fotógrafo no aparece en lo fotografiado y la estética emana de la propia captura de la realidad; nunca realidad interpretada. Se ha de huir de todo romanticismo, de toda intención paradójicamente estética.

La vida posando

El autor, el artista, realiza evidentemente la obra, pero no se puede atestiguar dónde comienza su implicación y dónde termina. Algunos elementos formales sólo parecen colocados ahí por la casualidad; elementos tonales que se corresponden y ‘resuenan’ en los diferentes planos de la composición; posturas y ademanes que se asocian los unos a los otros, pero que no fueron manipulados, porque el artista (con sus capacidades en alerta) se funde en el entorno y saca de él lo más provechoso. Puro trabajo intuitivo potenciado por su preparación y oficio: el llamado “estilo blanco”, allí donde cada elemento de la composición posee su propia importancia.

En eso siguen los pasos del fotógrafo parisino Eugène Atget al huir de lo aparatoso y lo complaciente y, sin embargo, Levitt no busca el extrañamiento que nos pueden producir los objetos cotidianos, base de la fotografía (pre)surrealista de Atget. En la obra de Levitt la naturalidad de lo reflejado es tal que uno se siente movido a sentir familiaridad con lo que ve, instantes únicos e irrepetibles que ‘respiran’ por sí mismos en base a su propia estética e idiosincrasia, y que a su vez son inagotables porque muestran, en definitiva, una coherencia contagiosa.

Y de esa manera tan desinhibida, con estas imágenes descubrimos cómo se proyecta el sueño americano en los barrios más humildes, y cómo los símbolos de lo genuinamente americano se repiten una y otra vez y de manera ingenua en los dibujos infantiles que pueblan las aceras. La calle como patio de juegos improvisado, que no fue diseñada para ese fin. ¿Era deliberada la importancia que Levitt daba a estos grupos de niños que siempre aparecen en sus fotografías? Nada más lejos de la realidad. Más bien resultaba inevitable, pues ella misma afirmó que los hechos que nos muestra sucedían continuamente. Era la vida misma posando.

Madrid. Helen Levitt. Lírica Urbana. Fotografías 1936-1993. MUICO.

Hasta el 29 de agosto de 2010.