Permanecí junto a la ventana circular del segundo piso por casi tres horas, con varias medidas de whisky barato y casi medio atado de cigarros encima, esperando, solo y esperando, que alguien lo notara. Pero seguía allí, y obviamente funcionando con su maldito péndulo oscilante, como si nada, como si nunca lo hubiera retirado de la pared de los relojes. Entonces el de muñeca me informó que ya eran las nueve, y de inmediato otros tantos en el pasillo hicieron lo mismo con diversos pitidos, campanadas y clics. Pero ellos no me molestaban, ya ni siquiera los percibía.

Entonces vi movimiento en la calle, un carrito de dos ruedas empujado por un cartonero que avanzaba despacio entre los pocos canastos de la zona, buscando algo que pudiera recoger y cambiar por unas míseras monedas a la mañana siguiente. Lo vi llegar a la puerta de mi vecina y recoger tres botellas de vino vacías. Lo vi luego mirar hacia mi entrada y moverse rápidamente. Sin duda ya había captado su atención. Miró en todas direcciones mientras se arrodillaba frente a él, lo tomó y lo levantó. Observó el maldito péndulo redondo y sonrió. Entonces supe que había cometido un grave error.

Bajé las escaleras a toda velocidad, tomé un puñado de billetes y abrí la puerta de entrada. Él me vio y de inmediato arrojó el puto aparato al carro.

-Amigo, disculpe, pero no puede llevarse el reloj –le dije.

-Estaba con la basura –respondió.

-Lo sé, pero fue una equivocación, lo lamento mucho.

-Ya está en mi chango, si lo tiró por algo fue.

-Sí, pero se trata de un error. Fue un regalo. Lo siento.

Intenté tomarlo pero el viejo se interpuso. Parecía desearlo casi tanto como yo. Entonces saqué el puñado de billetes y se lo puse a dos centímetros de la nariz. –tome, es mucho más de lo que va a sacarle a esa baratija –dije–, llévese también esas bolsas, están repletas de marcos con fotos, marcos de madera y vidrio. Puede vender el papel, la madera y el vidrio por separado y hacer buen dinero. Pero no se llevará el reloj.

Regresé y cerré la puerta con llave mientras sostenía la porquería con una mano. El péndulo continuaba moviéndose y perturbando mi psiquis con su ridículo tic tac. Recuperarlo había sido una idiotez. Pero no podía perderlo, no así, no por las manos de un ciruja que lo cambiaría por alcohol, drogas, o quién sabe qué.

Subí la escalera curvada y me detuve frente a la pared de la galería que lleva a los dormitorios. La observé, repleta de relojes de mil formas, colores y con sonidos diferentes. Recordé el día en que ella visitó mi casa por primera vez, su sorpresa al ver semejante cantidad de aparatos distribuidos prolijamente desde la altura de mis rodillas hasta rozar el techo, a casi tres metros. Ella preguntó por qué todos marcaban horarios diferentes y le dije que estaban cronometrados con el huso horario del país o ciudad donde los había comprado; desde Nueva York hasta Tanzania, Sídney, Japón y Nueva Delhi. Norte, sur, este y oeste. Cerca de cuarenta destinos visitados en poco más de quince años. Ella dijo algo así como que no había ninguno con nuestro huso, que todos marcaban horarios lejanos, tiempos imposibles de vivir desde la distancia. No recuerdo qué respondí, solo sé que semanas después apareció con ese ridículo artilugio de madera y metal, lo que me obligó a buscarle un espacio entre los demás, uno que fuera especial, el del centro de la pared, a la altura de mi pecho.

Hoy sigue en el espacio que ella me obligó a hacerle, el mismo que en su momento parecía perfecto y armonioso, pero que ahora, y desde hace seis malditos días no hace más que recordarme que ha transcurrido otro segundo, otro minuto, otra hora, sin ella.

Es inquietante cuan fuerte suena ese péndulo. Cómo algo tan reducido y delicado puede perforar el tímpano con semejante poder. Es cierto que está hecho de bronce o alguna aleación similar, es cierto que representa al menos la mitad del peso de todo el reloj, pero ¿por qué necesita hacer tanto ruido?

Camino por la planta baja. Observo la chimenea mientras vacío mi cuarta medida de vodka, el whisky se terminó hace tres días y no he sido capaz de reponer las botellas, que se acumulan sobre la mesa ratona de la sala de estar. Odio el vodka, odio ese reloj, pero no la odio a ella. No entiendo el porqué. Ya no estoy seguro de nada, solo de que no puedo dormir ni comer, solo beber y fumar. Hasta que mi cuerpo diga basta, y acabe en el suelo otra vez.

Subo las escaleras y paso frente al reloj, evito mirarlo, pongo mi palma derecha a la altura de mis ojos y cruzo tan rápido como la borrachera me lo permite. Mi estómago arde por el alcohol y el hambre, mi cabeza parece comprimirse como el casco de un submarino en el océano. Aún así oigo su tic tac, tic tac, tic tac. Y los vellos de mis brazos se encrespan. Corro hasta mi habitación, cierro la puerta y me asomo por la ventana. La Ruta Nacional 143 está desierta, como siempre. Sé que eso le molestaba; compartir tanto espacio y silencio solo conmigo, no ver a nadie más que a mí durante cada hora, minuto y segundo marcado por el péndulo de su aparatoso regalo. Me pregunto si fue culpa del reloj que se marchara, quizás también la volvía loca.

Me recuesto sin quitarme la ropa, ni siquiera los zapatos. Las mesas de luz están repletas de papeles con borradores mínimos y varias cajas de somníferos. Nada ha servido para conciliar el sueño, ni en medidas que podrían matar a un hombre promedio, uno como yo, o incluso más grande. Pongo la almohada de plumas sobre mi cara y mi propio aliento etílico se impregna en la tela. Me asquea, pero parece aplacar un poco el sonido del regalo que odio y que al mismo tiempo no puedo descartar. Comienzo a dormitar, cada vez el sonido es más lejano. Mis manos se relajan y ya no aprieto los puños. Finalmente lo estoy consiguiendo, hasta que la primera campanada de las doce retumba por toda la casa, por toda mi psiquis. Lanzo la almohada y doy un salto. Caigo de pie a un lado de la cama y abro el viejo armario de caoba. Busco la caja recubierta en fieltro rojo y saco la pistola que perteneció a mi padre. Es una Colt con tambor para seis balas, pero solo tiene cuatro. Pienso que serán suficientes.

Camino hacia la puerta, la abro de un tirón y oigo cómo se estrella el picaporte contra la pared y rebota algunos centímetros. Camino por la galería ignorándolos a todos excepto al maldito que no se calla. Cuando me detengo frente a él, lleva siete campanadas, da una más mientras le apunto. Disparo una vez y atravieso el vidrio y el número dos. Jalo nuevamente del gatillo y la bala impacta en la madera detrás del péndulo. Oigo la onceava campanada mientras tiro por tercera vez y le doy al centro de las agujas que saltan por el aire. Cierro los ojos y disparo al unísono con un débil cascabeleo. Le doy directo al péndulo redondo. La bala lo abolla produciendo un sonido similar al de una lata vacía golpeando contra el piso. Abro los ojos y sonrío al ver que finalmente se ha detenido en el centro del reloj. Siento humedad en el pecho. Abro mi camisa y veo un punto del que brota sangre clara y espesa. Sonrío, caigo de espaldas, pienso en ella, y muero con el tiempo.

Sobre el Premio de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz

hoyesarte.com, primer diario de arte y cultura en español, con la colaboración de Arráez Editores y de la marca de comunicación Alabra, convoca la cuarta edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, dotado con 3.000 euros y dos accésits honoríficos.

Los trabajos, de tema libre, deben estar escritos en lengua española, ser originales e inéditos, y tener una extensión mínima de 250 palabras y máxima de 1.500 palabras. Podrán concurrir todos los autores, profesionales o aficionados a la escritura que lo deseen, cualquiera que sea su nacionalidad y lugar de residencia. Cada concursante podrá presentar al certamen una única obra.

El premio constará de una fase previa y una final. Durante la previa, el Comité de Lectura seleccionará uno o más relatos que, a juicio de sus miembros, merezca pasar a la fase final entre todos los enviados hasta esa fecha. Los relatos seleccionados se irán publicando periódicamente en hoyesarte.com. Durante la fase final, el jurado elegirá de entre las obras seleccionadas y publicadas en la fase previa cuáles son las merecedoras del premio y de los dos accésits.

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Fechas clave

Apertura de admisión de originales: 30 de octubre de 2023

Cierre: 15 de mayo de 2024

Fallo: 22 de agosto de 2024

Ceremonia de entrega: Último trimestre de 2024

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