Ahora, el artista y el escritor observan al mundo en su triple dimensión biológica, psicológica y social y tratan de reflejarlo en su obra. En esta transformación tuvo un papel protagonista el filósofo, historiador y crítico francés Hippolyte Adolphe Taine, que fue, además, un viajero consumado y un observador incomparable: “Viajamos para cambiar no de lugar, sino de ideas”. Su Viaje a los Pirineos encierra el delicioso ensayo Vida y opiniones filosóficas de un gato, en el que llega a afirmar que la sabiduría de los gatos es “infinitamente superior” a la de los filósofos.

La importancia que para los escritores tiene la naturaleza se manifiesta en la abundancia de descripciones, muchas de las cuales tratan de relacionar el paisaje con el entorno social. Unos autores intentan reflejarlo de la manera más objetiva posible, mientras que otros tratan de desentrañar lo oculto, aquello que se esconde tras lo aparente.

En la literatura de viajes se va percibiendo cada vez con mayor nitidez un cambio narrativo: el relato pasa de ser el resultado o una de las consecuencias del viaje a convertirse en su primera razón de ser, en su justificación, al tiempo que la narración se hace más descriptiva y científica, menos soñadora o imaginaria.

No obstante, aunque al principio la secuencia Romanticismo-Realismo-Naturalismo es evidente, luego, hacia finales de siglo, se produce una superposición de dichas fórmulas, más la del incipiente Modernismo, operando todas ellas de forma simultánea, con distintos grados de autonomía.

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