Todo este proyecto trata sobre jóvenes boxeadores, sin importar quiénes son o de dónde proceden. Prácticamente, toda esta gente refleja a un único grupo y muestra un sentido mutuo de vulnerabilidad que los unifica. Un boxeador es un atleta que persigue un sueño con una voluntad ilimitada para triunfar. He experimentado este deseo en mí misma, como un gran vuelo, mientras convivía con ellos y seguía a los púgiles. El entrenamiento también ha cambiado mi relación con los atletas y con este deporte.

Hay dos fuerzas que creo son claves para este proyecto y es interpretar la mejor manera de tomar imágenes de jóvenes hombres y mujeres, como boxeadores amateur, que luchan y buscan un sentido en su vida y descifrar el mito que existe detrás del boxeador contemporáneo.

Los primeros doscientos carretes que tiré de los boxeadores los entendí como un entrenamiento. Nada interesante salió de ellos. Me sentía apabullada con la escena, la acción, el continuo derrame de sudor y sangre, y el sonido ding-dong de la campana. Poco a poco me fui tranquilizando y comencé a observar, dejé de ser un outsider y empecé a comprender lo que ocurría entre gimnasios, torneos de boxeo y su arena.

Fuera del cuadrilátero

Me interesaba más por lo que ocurría fuera del escenario que dentro del cuadrilátero: el compromiso de la comunidad, las largas esperas para un minuto de gloria, la devoción, la espiritualidad y la paz. Comencé a ver de primera mano cómo estos jóvenes atletas se emancipaban de sus entrenadores, parejas y familia. Sus posiciones dentro de las jerarquías y la divisiones de roles. Asimismo, pude ver algunos que habían comenzado como boxeadores y que ahora se hacían cargo del evento.

Entonces di un paso hacia adelante y pensé que debía entrenar, me metí dentro de la piel de un luchador con la ayuda de Alicia “Slick” Ashley, tres veces campeona del mundo, y dedicada entrenadora. Si los primeros doscientos carretes fue como si me estuviese entrenando, las primeras diez semanas de entrenamiento me parecieron una sentencia perpetua. Llevaba fotografiando y escribiendo sobre el aspecto más psicológico del boxeo sin experimentarlo en la realidad. Algo aparentemente sencillo como es saltar la comba se convirtió en una nueva experiencia para mí. Los asaltos de tres minutos eran interminables. Todo eso sin mencionar lo que es entrar en el cuadrilátero y lanzar mis primeros jabs y ganchos. Lo que en apariencia era fácil para el espectador se convirtió en una verdadera ciencia para mí, “the sweet science” (la ciencia dulce). Incluso ahora, después de varios meses entrenando, estoy empezando a coger el ritmo de cómo arrojar un golpe con mi derecha sin olvidarme de recoger el puño e inmediatamente volver a la posición de defensa. El sonido, el sonido es la llave para saber si he arrojado bien un jab.

Cómo cambió todo desde ese momento, en esta nueva interacción con el mundo del boxeo. Dejé de ser el “fotógrafo” y empecé a tratar la cámara como mi apretón de manos con la gente a la que apoyo con devoción.

Madrid. Andrea Santolaya. Around. Galería Marlborough.

Del 2 de junio al 2 de julio de 2011.