La trayectoria profesional de Charlotte comenzó prematuramente a los 13 años, cuando participó en una película. Desde entonces, hizo algunos papeles en varias películas de producción francesa hasta que, en 1990, se decidió finalmente a ser actriz y protagonizó Merci la vie.

21 gramos

Sin embargo, cuando más claro tenía que su profesión era la de actriz, fue cuando más se estancó profesionalmente. A pesar de que siguió actuando, no fue hasta 2001 cuando volvió a interpretar papeles de peso para la gran pantalla. Después, llegó el éxito internacional con su participación en 21 gramos de González-Iñarritu o en La ciencia del sueño, películas en las que hizo grandes interpretaciones.

Su carrera musical ha sido algo menos constante, pero siempre se ha caracterizado por la sobriedad y por el buen hacer. Lejos de buscar vivir del nombre y hacer discos año tras año, Charlotte siempre ha buscado un sentido a sus grabaciones, y cuando no ha encontrado un buen motivo para sacar un disco, no lo ha hecho.

Es una actitud que, en cierto modo, le honra y dice cosas buenas de ella. Además, así puede estar segura de que cuando hace algo, lo hace bien. De hecho, IRM es sólo su tercer disco. Su anterior álbum, 5:55, fue un éxito rotundo.

La sombra de papá

Ser la hija de Serge Gainsbourg y Jane Birkin no debe de ser fácil. Hay que vivir bajo el yugo de la crítica que, constantemente, compara tu trabajo con el de tus progenitores. Y cuando tu padre es Serge Gainsbourg, la cosa se pone complicada.

Pero Charlotte tiene algo que le aleja del esteriotipo clásico de ‘es la hija de’. Lo fácil y normal en los tiempos que corren hubiera sido que se hiciese diseñadora de moda. Es lo que generalmente hacen los hijos de famosos cuando no saben qué hacer. Sin embargo, ella tiene personalidad y un halo de bohemia francesa. Su actitud y su expresión a través de la interpretación o la música tienen un deje heredero de las vanguardias. Un poco cubista, algo de expresionismo, pinceladas dadá y surrealistas, pero, sobre todo, se le intuye existencialista.

Lejos de la vida canallesca que llevó su aclamado padre, Charlotte es mucho más tranquila. Parece intentar llevar una vida sin demasiados ajetreos, acorde con sus principios. Y por lo que hace se puede intuir que sus principios no casan demasiado con la industria cinematográfica o discográfica. Pero ella va a lo suyo. En su caso, el medio no es el mensaje, tampoco lo es su profesión; lo es su trabajo, lo que hace.

Bajo la batuta de Beck

IRM es un disco brillante. Gana enteros cada vez que se le escucha. Se pueden apreciar los arreglos, los distintos ritmos y sonidos, la voz de Charlotte y sus dos influencias; la británica, por parte de madre, y la francesa, de padre.

Las canciones parecen estar desestructuradas, enfocadas desde un prisma cubista. Son de corta duración –pocas de ellas exceden los tres minutos– pero de una intensidad abrumadora. Cuando canta en inglés parece más abierta y desarrolla un papel pop-rock, mientras que cuando lo hace en francés es intimista y mira hacia su interior, susurra y recuerda más que nunca a sus padres.

Espíritu existencialista

Beck y Charlotte Gainsbourg han trabajado juntos en la creación de este IRM, escribiendo las canciones e intentando sacar el sonido deseado. Destacan canciones como Heaven can wait, con un vídeo que refleja la influencia vanguardista, Time of the assassins, Trick Pony, Master’s hands o la propia IRM. En cuanto a las composiciones en francés, suenan especialmente bien Le chat du café des artistes y La collectionneuse.

IRM es un disco que está hecho para resistir el paso de los años y sonar atemporal. Con la ayuda de Beck, Charlotte Gainsbourg ha sabido encontrar un sonido complicado de clasificar, alejado de las modas y las corrientes comerciales. Un sonido con personalidad y con herencia francesa, espíritu existencialista.