Haber hecho algo de lo que no eran conscientes y ver cómo, muchos años después, la gente todavía se emociona escuchándolo. Y ahora, con la madurez de un músico experimentado y conocedor, no sólo el éxito no llama a sus puertas, si no que lo único que les piden es que vuelvan a sus orígenes. Y aun hay más: les ofrecen mucho más dinero por volver a tocar esas viejas canciones que por lo nuevo que están haciendo. De algún modo todo ello tiene que ser duro.

Algunos se sienten cómodos haciendo lo suyo, a pesar de que sus trabajos post-banda-de-éxito pasen desapercibidos o sólo se valoren por que formaron parte de ese pasado. Hay otros que, sin embargo, no dejan de evolucionar y dejan su sello de calidad en cada trabajo, haciendo con ello menos vitales para sus carreras esas exitosas bandas de las que formaron parte.

Mr. Patton

Mike Patton es uno de ellos. Ha formado parte de un gran número de bandas y proyectos. Es un artista sin igual, hiperactivo e imprevisible. Un genio para muchos.

Su banda más popular hasta la fecha ha sido Faith No More, una especie de grupo de rap-metal con sintetizadores, influencias pop, soul y operísticas, y una pizca de locura transitoria difícil de clasificar musicalmente. Sin ellos, posiblemente no existirían grupos como Linkin Park o Ramnstein ni todo el movimiento que estas bandas representan hoy en día.

En este caso, parece ser que la presión de los fans y el resto de miembros de la banda han sido quienes han convencido a Patton de la necesidad de la vuelta de Faith No More.

Ocurre que Mike no necesita a Faith No More. Él está cómodo cantando canciones italianas de los 50 junto a una orquesta, o haciendo el bruto con Fantômas –su inclasificable banda de metal-, o haciendo jazz ruidoso e instrumental junto a John Zorn, o ejecutando hip-hop bizarro junto a Dan The Automotor, o lo que le apetezca con quien sea. Lo suyo es un no parar promiscuo.

Pero el caso es que ha aceptado volver con sus antiguos colegas y Faith No More ya ha comenzado una esperadísima gira mundial. La pregunta vuelve a ser la de siempre, ¿grabarán algo nuevo? Con Patton nunca se sabe, pero estando metido en múltiples proyectos, parece que no va a tener tiempo ni ganas de vivir del pasado. Siempre tiene algo en mente y no está dispuesto a comprometerse con una sola banda.

Que comience el espectáculo

Once años después de su última actuación, el local está lleno. A las nueve de la noche salen a escena el guitarrista, teclista y bajista. Los tres visten de traje, al estilo italiano de los ochenta. Aparece también el batería; no se ha cortado sus largas –y hoy ya canosas- rastas desde finales de los noventa, y pasa de trajes, va vestido como si fuese a correr un rato por el parque.

Las primeras notas no las reconoce nadie. Pero sale Mike a escena y el gentío le aclama. Viste un traje color salmón, del mismo estilo que los demás. Lleva el pelo engominado y peinado hacia atrás, luce su clásico bigote fino y distinguido, lanza una sonrisa maquiavélica, adopta actitud psicópata y saluda sin pronunciar palabra alguna: ‘hola, cabronazos’, dicen sus ojos.

Canta ‘Reunited’, una versión de Peaches & Herb, un duo de soul y r‘n’b pegajoso de los 70. La canción tiene su evidente por qué, y suena sensacional. Mike empieza a gustarse y a demostrar de lo que es capaz en el micrófono.

‘The Real Thing’ es el siguiente tema, el petardazo de salida. Más de ocho minutos de subidas y bajadas emocionales. Orden y desesperación en las armonías. La respuesta del público es absoluta. Fuera chaqueta y fuera corbata.

‘From out of nowhere’ y ‘Land of sunshine’ le dan velocidad al concierto, ritmo constante, rock n’ roll. La poderosa voz de Patton suena grave y melódica, casi wagneriana. Utiliza por primera vez el megáfono y el resto de utensilios para los distintos efectos de voz, alterando así el sonido de carcajadas demoníacas o gritos desgarradores.

El resto de la banda suena bien. Compacta y coordinada. Unos kilos de más, menos pelo, canas y el peso de los años se notan sólo físicamente. Aunque la guitarra suena poco durante el primer tercio del concierto, luego le subirán el volumen. El batería –zurdo y con el instrumento organizado de un modo ciertamente caótico- necesita constantemente que alguien le dé de beber agua al mismo tiempo que toca.

Los estados de ánimo de Patton

‘Evidence’ es el primer momento tranquilo de la noche, una pieza de easy-listening y soul ejecutada magistralmente. La banda seduce, suena sexy.

Otros temas como ‘Caffeine’ o ‘Surprise you’re dead’ suenan robustos y es cuando la personalidad más perturbada de Mike Patton sale a la luz. Se agacha en cuclillas, escupe, berrea cual cerdo degollado, rapea rabioso, se mueve como si recibiese  descargas eléctricas, mira al público imaginando barbaridades. En canciones como ‘Malpractice’ la banda suena al ritmo de la ilógica.

Y después interpretan ‘Easy’, una versión de The Commodores. Lo hacen con estilosa elegancia y suavidad. Como si de una delicada banda de salón se tratase.
Los éxitos se intercalan con algunos inesperados temas, mientras la exhibición continúa. Actitud a raudales, imparables. ‘Midlife Crisis’ y ‘Epic’ son las más coreadas y ambas les salen redondas. Después de una hora y media se marchan del escenario por primera vez.

Doble final

‘¿Qué habéis estado haciendo estos últimos 12 años?’ Pregunta Mike. ‘¡Esperándoos!’, gritan algunos. Tocan una nota in crescendo y cuando parece que aquello va a desembocar en un tema demoledor, suena ‘Carros de Fuego’, compuesta por Vangelis. Mike Patton hace beatbox y gesticula cual director de orquesta. Reconducen el tema hacia ‘Stripsearch’ una canción sugestiva y con aires misteriosos. Ciertamente similar al posterior éxito de Massive Attack, ‘Angel’. El acorde de la guitarra al final de la canción hace mover cabezas.

Después suena ‘Just a man’, una pieza relajada en su comienzo que se convierte en un inspirador gospel en su parte final; Patton vuelve a demostrar su versatilidad en el micrófono.

Se marchan de nuevo después de un ‘muchas gracias’ en perfecto castellano, a pesar de que están en Londres.

Vuelven, y suena ‘I started a joke’, de los Bee Gees. Aquí Mike vuelve a salirse de la órbita. Canta como si estuviera interpretando a Verdi. Su torrente de voz suena poderoso, inmenso, inunda el local. El bello se eriza, las manos se posan incrédulas en la cabeza, otros, boquiabiertos, no reaccionan. Patton disfruta y sonríe maliciosamente, siempre sonríe.

Finalmente tocan ‘Pristina’ una canción perfecta para terminar, pues parece que está acabando desde que empieza. Así, hacen la despedida agónica. Sencillamente geniales.