¿En Nueva Zelanda hacen reggae?

Firmaron uno de los mejores discos de 2005 con Basedon a truestory; soul, dub, jazz, reggae, electrónica, tintes folk-blues y algo de rap. Ahora, repiten fórmula. Todo ello proyectado desde una visión totalmente distinta de la realidad sonora a la que generalmente estamos acostumbrados.

Normal, no son americanos. Ni tampoco europeos. Son de Nueva Zelanda. Y al escucharles se nota. Se puede intuir que no pertenecen a ninguno de los grandes focos de producción musical y, precisamente, eso es lo que les hace distintos. Se toman la música a su manera y el resultado es único, original y rotundamente bueno. Y, además, tienen muy buen gusto; suenan elegantes, casi altivos, pero sin pretenderlo y con una voz amiga que quiere ser oída.

Interpretan músicas populares de un modo que jamás antes nadie había hecho, y lo mejor de todo es que les sale natural. Su música se basa en la creación de atmósferas sonoras a partir de las cuales desarrollan la canción. La atmósfera te envuelve, te lleva de viaje, te abstrae y te despierta de nuevo. Los temas duran una media de siete minutos y pueden pasar de 0 a 100 en seis segundos. Con el ritmo como aliado, consiguen meterle groove a una canción, o hacerla triste, hacerla bella, hacerla bailable. Siempre fieles a su estilo.

La banda

Son siete músicos. Una mezcla un tanto curiosa formada por samoanos y descendientes de los colonizadores de la Pérfida Albión. La voz corre a cargo de Joe Dukie, quien también toca la guitarra esporádicamente. Él se encarga de escribir las letras e interpretarlas con ese toque preciosista. Pero tampoco se pasa, sabe cantar y mantiene la balanza entre dulce y salado.

La sección de metales es sensacional. En especial el trombonista, que en los conciertos no para quieto un segundo y contagia al público con su apabullante esencia festiva. El teclista, que también maneja los sintetizadores, crea unas líneas de bajo matemáticas e inagotables. Mención especial merece el programador de ritmos y sonidos (MPC), pues ha conseguido hacer que la electrónica se integre como un elemento más en un estilo musical cuya naturaleza repele la electrónica. Sin embargo, la evolución es supervivencia, y este es un claro ejemplo.

El guitarrista también sabe dónde está su sitio; lejos de agobiar con virtuosismos, se limita a meter los acordes cuando debe y juega un papel indiscutible en la decoración de las canciones, incorporando arreglos y detalles casi imperceptibles.

Los conciertos

La cosa no se queda ahí. Sus directos son un espectáculo sin igual. Cada concierto es distinto. Transforman muchas de sus canciones interpretándolas de modo distinto a la grabación oficial. Suelen improvisar según la marcha. Mientras tocan, hablan entre ellos y deciden qué dirección le van a dar a la canción.

La coordinación es absoluta y además derrochan profesionalidad y desenfado a partes iguales. Tienen fuerza, pero su puñetazo no duele. Son más bien como una tormenta; como quedarte bajo la lluvia mirando al cielo con los brazos abiertos disfrutando de ese momento de libertad y creyendo que eres el único loco del planeta que sabe disfrutar de eso. Así es como te hacen sentir en sus directos.

Ahora están haciendo una gira mundial presentando Dr Boondigga and the Big BW, haciendo que el mundo pare durante un par de horas allí donde van.